Fidel ha explicado que el movimiento que pasó a ser luego el del 26 de Julio, más que como una organización aparte surge dentro de la propia masa ortodoxa no con las pretensiones de ser independiente, «sino una fuerza de combate que pudiera participar en la lucha por derrocar la tiranía». En entrevista concedida al reportero soviético Oleg Darushenkov aclaró que llegó a la conclusión «de que debíamos seguir la lucha por nuestra propia cuenta y elaboramos el plan del Moncada».
El Movimiento 26 de Julio tomó lo mejor y lo más serio del partido Ortodoxo: el espíritu incorruptible e inclaudicable y la combatividad de su fundador, Eduardo Chibás. Y se nutrió de sus elementos dispuestos a hacer la Revolución.
¿Su estructura? Un máximo jefe, Fidel, y su segundo, Abel Santamaría, con un pequeño núcleo ejecutivo para llevar a cabo las tareas más secretas y las actividades más delicadas, complementado con un Comité Civil de cuatro compañeros y un Comité Militar, de dos. Funcionaba secreta, celular y compartimentadamente. Los de la dirección civil no estaban exentos de las obligaciones militares.
Entre agosto de 1952 y enero de 1953 decursó la etapa de su crecimiento y estructuración, aunque continuaron produciéndose ingresos cada vez con mayor rigor selectivo.
Llegó a tener, según el historiador Mario Mencía, cerca de 1 500 hombres adiestrados y agrupados en unas 150 células. Sin embargo, las limitaciones de armamento redujeron la participación en las acciones del 26 de Julio.
Geográficamente el Movimiento se concentraba en las dos provincias más occidentales: La Habana y Pinar del Río, en las que existían células en casi todos los municipios.
Aunque con un máximo de diez hombres, la célula dirigida por Gabriel Gil llegó a contar con 23; y la de Pocito, en Marianao, encabezada por Hugo Camejo, con 13 hombres.
La célula más pequeña, ¡caso único!, sería la de Santiago de Cuba, que estaba formada por un solo compañero: Renato Guitart Rosell. Y aparte de él, en Oriente la única célula «grupal» del Movimiento fue la de Palma Soriano, dirigida por el dentista ortodoxo Pedro Celestino Aguilera, e integrada por un compañero en San Luis; uno en las Minas de Charco Redondo; uno en Santa Rita y dos hermanos en Baire. Aguilera, de unos 70 jóvenes colaboradores en Palma Soriano, se quedó con los diez mejores.
En Matanzas, el Movimiento tuvo una célula, dirigida por Mario Muñoz Monroy, a la que pertenecían tres combatientes.
Cada célula tenía su jefe. Por medio de él se cursaban las orientaciones y citaciones a su personal. Entre ellas no podían existir relaciones aunque varias —las seis de Artemisa— podían llegar a formar un contingente local con un jefe, como, por ejemplo, Ramiro Valdés Menéndez, que era el enlace entre los responsables de esos grupos y el comando dirigente superior.
Además de los miembros de la dirección, Fidel y Abel utilizaron para ciertas encomiendas muy específicas a algunos compañeros más como Ñico López, Gildo Fleitas, Fernando Chenard, Elpidio Sosa, Ernesto Tizol y otros.
Fuentes: El Grito del Moncada, Mario Mencía, p.p. 378, 391, 392, 394, 395, 396, 397, 398, 399, 404, 406, 407. Tomo II, Editora Política, La Habana, 1986; y entrevista a Fidel del periodista Oleg Darushenko, 6 de mayo de 1977.