Retrato de Maceo, de Feliciano Ibáñez. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:35 pm
SANTIAGO DE CUBA.— Cada 14 de junio Antonio Maceo, el hombre, baja de los pedestales y los corceles inmortalizados en piedra y bronce para recordarnos que entró en las páginas de la historia como pudiera hacerlo cualquier joven de hoy: siendo protagonista de su tiempo.
Y no se trata de la frase «dicha por ser dicha», sino de la real consecución de su significado en el accionar de todos los días, de esos pequeños detalles que crean la proeza cotidiana y que no se recuerdan en las ponderadas hazañas o las edulcoradas reseñas de los libros de texto. El General Antonio habla a los jóvenes de hoy y de las venideras generaciones desde la única cumbre que conoció en vida, la fidelidad absoluta a sus principios.
Maceo es la veintena de heridas que recibió en combate o la Protesta de Baraguá, otra prueba de la entereza moral que acompañó al Titán de Bronce, y que quedó demostrada en la armonía entre su ideología y su conducta política y civil.
Fue un revolucionario de agudo y proverbial pensamiento, no siempre bien transmitido por la visión de la enseñanza de la Historia de Cuba aplicada a veces en los niveles primario y secundario de educación, que hace que se repita solo la idea del héroe fuerte, bravío e inclaudicable. Ese que inspira las frases más contundentes en los discursos y hasta las expresiones más cubanas que se refieran a la virilidad y a la valentía de los hombres y las mujeres de esta nación.
No es ilícito que cada cubano se apropie del héroe desde la cosmovisión que más le acomode o le resulte factible para encauzar sus convicciones patrióticas o personales, pero nunca debe soslayarse que la entrega de su vida a una causa que parecía pura utopía, para muchos fue fruto de una elección personal que se sustentó en un amor inconmensurable por su Patria.
No acompañaban a Maceo el simple «embullo» y mucho menos las miserias humanas que tanto quisieron ver en él sus detractores, aquel día en que juró, junto a sus hermanos, arrodillado frente al crucifijo que precedía a la imagen de su madre Mariana Grajales, en dar su vida por la libertad de la naciente Cuba, acompañado de una coraza más fuerte que su ya descrita y celebrada fortaleza física; su impresionante desprendimiento y humildad.
Los que como denunció José Martí suelen ver solo las manchas en el Sol, le endilgan perversas acusaciones, pero ahí están las pruebas de sus virtudes, en la sangre derramada, en el dolor de sus heridas, en la vuelta al combate una y otra vez hasta ofrendar su vida por una causa que fue la única razón que reveló las pasiones que pudieron, en alguna ocasión, descubrir, quizá sus defectos.
Maceo» regresará a nosotros una y otra vez en el verbo preciso y hermoso de Martí marcado en tinta en la edición del 6 de octubre de 1893 en el periódico Patria:
«Y hay que poner asunto a lo que dice, porque Maceo tiene en la mente tanta fuerza como en el brazo. No hallaría el entusiasmo pueril asidero en su sagaz experiencia. Firme es su pensamiento y armonioso, como las líneas de su cráneo. Su palabra es sedosa, como la de la energía constante, y de una elegancia artística que le viene de su esmerado ajuste con la idea cauta y sobria. No se vende por cierto su palabra, que es notable de veras, y rodea cuidadosa el asunto, mientras no esté en razón, o insinúa, como quien vuelve de largo viaje, todos los escollos o entradas de él. No deja frase rota, ni usa voz impura, ni vacila cuando lo parece, sino que tantea su tema o su hombre. Ni hincha la palabra nunca ni la deja de la rienda. Pero se pone un día el Sol, y amanece al otro, y el primer fulgor da, por la ventana que mira al campo de Marte, sobre el guerrero que no durmió en toda la noche buscándole caminos a la patria. Su columna será él, jamás puñal suyo. Con el pensamiento la servirá, más aún que con el valor. Le son naturales el vigor y la grandeza».