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Chávez y Bolívar en el Pico Caracas

Las peripecias de cómo llegó hasta el Pico Caracas un busto del Comandante venezolano para acompañar al Libertador son narradas en este trabajo. En la «aventura» participó René González

Autor:

Miguel Alfonso Sandelis*

Todo comenzó el día ocho de marzo, a solo tres días de la muerte de Hugo Chávez. Un correo que me envió Alejandro, un miembro de nuestro grupo Mal Nombre, echó a rodar el homenaje. Se sentía conmovido; dijo que debíamos hacer algo, no sé, un busto al lado del de Bolívar en el Pico Caracas. Otro correo, esa vez mío a algunos integrantes del grupo, le dio impulso a la idea, tras recibir entusiasmadas respuestas.

A principios de 2004 me encontré a Andrés González en mi trabajo. Nuestra amistad databa de cuando en el año 94, a petición del grupo, modeló un busto del Che y nos acompañó a la loma de El Hombrito, en plena Sierra Maestra, para dejar erigida la obra en homenaje al Guerrillero Heroico.

En ocasión del reencuentro, el escultor del Martí acusador de la Tribuna Antiimperialista me habló de sus últimos trabajos. Uno de estos era un busto de Bolívar, destinado a ser colocado en la cima del Pico Caracas, también en la Sierra Maestra. Pero quien se lo encomendó no había podido concretar la expedición que concluyera el homenaje al Libertador.

—Mal Nombre lo pone —le dije de inmediato.

El 2 de agosto del mismo 2004, el grupo, con Andrés incluido, concluía la obra. «Siempre es grande emprender lo heroico» era la frase que acompañaba al Libertador, mientras miraba desde lo alto del Pico Caracas hacia las tierras que libertara al Sur de nuestra América.

El busto de Chávez

A inicios de mayo visité a Andrés en su taller. Aunque la intención de apurar lo del Caracas era suya, aún no había comenzado a modelar el busto. Al comentarle que el viaje estaba pactado para el 30 de mayo, comprendió que no había margen para la demora. Detuvo todas las obras que emprendía y en solo cuatro días concluyó la nueva encomienda.

Edgardo Ramírez, el incansable embajador de la República Bolivariana de Venezuela en Cuba, fue después al taller con Katie, una funcionaria de la Embajada. Ante el busto, Katie derramó silenciosas lágrimas y Edgardo se cuadró militarmente. Él no faltaría a la cita en el Caracas.

El domingo 26 de mayo, el portal de mi casa estaba lleno de malnombristas. Acudíamos todos a la última reunión preparatoria para la excursión que nos llevaría a colocar un busto de Hugo Chávez en la cima del Pico Caracas, justo junto al monumento a Bolívar. Les hablaba yo algo incoherente, mirando a Irmita, quien me decía que continuara.

De pronto sentí en el ambiente que ya llegaba. Eduardo me lo confirmó: «Creo que hay que volver a empezar la reunión». Con un short azul y la sencillez en el rostro, se apareció René, el mismo de los 14 años en cárceles norteamericanas y 17 meses en el hueco, por el solo hecho de ser «necio». Saludó natural, y se sentó a escuchar orientaciones, como uno más.

Encuentro en Las mercedes

Por tres vías diferentes debíamos juntarnos en aquel poblado al pie de la Sierra Maestra. Primero llegamos los de Mal Nombre (41 en total). Nos llamó la atención la cantidad de gente que estaba agrupada frente a las tiendas del pueblo, sin intención de comprar nada. Luego supimos que esperaban a René, que llegó con Olguita, Irmita y otros acompañantes. El coro junto a él lo acariciaba con las miradas. Aquel hombre, tan sencillo como gigante, les hablaba con voz gentil y hasta deudora.

Luego llegaron los hermanos venezolanos del «mejor amigo de Cuba», al decir de Fidel: el inquieto Edgardo, el joven teniente de navío Luis Manuel y el humilde Juan Bautista, aquel que le salvó la vida a su Comandante Chávez al llevarle su mensaje a los paracaidistas cuando el golpe de Estado de abril de 2002.

Partimos todos en los transportes Sierra arriba, para llegar en una lluviosa tarde-noche a Minas de Frío, el mismo caserío que acogió al campamento de reclutas que comandó el Che en la etapa guerrillera.

Sábado 1ro. de junio de 2013

La mañana nos despertó teñida de nubes bajas en Minas de Frío. Desde el mismo inicio de la caminata hasta el río Magdalena (o Roble en la zona), el fango nos desbordó las suelas. Edgardo, con una mezcla de amor y dolor en el rostro, cargaba entre brazos el busto de su Comandante.

A pesar de los días lluviosos, el río estaba limpio y bajo. Llegamos al mismo secadero en que pernoctamos en 2004. Allí quedaría el grupo de cocina para el día, en función de preparar y llevar una merienda a la montaña. El resto nos fuimos con nuestras encomiendas: abrir monte donde hiciera falta, cargar los pomos de cemento y llevar el busto y otros aseguramientos.

Partimos loma arriba por la empinada falda. Antes de llegar al firme, el Rafa y Yaser desbrozaron la zarza que había tupido el camino. Ya en el firme, doblamos a la izquierda, rumbo al Caracas. La arena la hallamos bajo un joven bosque de majagua. Las piedras estaban más arriba, pero como no alcanzaron hubo que buscar más en la falda de la loma.

Ya en la cima, Bolívar nos dio aliento para levantar el pedestal de su «hijo». Unas rosas sembradas adornaban el lugar. Andrés, junto a Oscar, su joven ayudante, comandó las tareas. Mi tanqueta para el agua sirvió de improvisada concretera. Ernesto, Alexander y Hainer prepararon mezcla cada vez que hizo falta. La ayuda de los trabajadores de Flora y Fauna fue inestimable: además de subir la arena, llevaron el agua de la mezcla a la cima y mejoraron el camino que abrimos en 2004. Televisión Serrana por una parte e Ibrahim, de la Embajada de Venezuela, por otra, no perdían ni un instante en filmar cuanto se hacía.

La tarde fue cayendo y el pedestal creciendo piedra a piedra, hasta alcanzar la altura prevista. La cima comenzó a despejarse de manos laboriosas. Oscar y el Rafa descendieron de prisa al secadero para emprenderla nuevamente hasta la cima con una tienda de campaña, para acompañar a Andrés en la noche, pues este no estaba en condiciones físicas de hacer una segunda subida al día siguiente.

La noche en el secadero se acompañó de guitarra y canciones. El Necio no faltó, ni el recuerdo de René de cuando Gerardo le enseñó la letra y melodía mientras estaban en el «hueco».

Domingo 2 de junio de 2013

Comenzamos la subida, libres de carga, pues el día anterior había bastado para llevarlo todo a la cima. Solo el busto faltaba y ya estaba Edgardo a punto de salir, con su preciosa carga entre manos, cuando le di mi mochila para facilitarle la subida.

Nos fuimos juntando arriba mientras Andrés retocaba el pedestal. A una voz, levantamos el busto y lo colocamos por siempre junto a su padre, el Libertador. Una pequeña bandera venezolana sirvió para ocultarle el rostro, a la espera de la llegada de los últimos.

Por fin se inició el momento en una cima atestada de personas y emociones. Primero Juan Bautista narró los hechos que lo llevaron a salvar la Revolución. Habló de cómo llegó al Chávez prisionero, de la sugerencia que le hizo de escribir algo, del croquis hecho por su Comandante, de la intuición de llevarles el mensaje a los paracaidistas; todo con una sencillez tal que sobrecogía.

Luego René habló desde su estatura, como creciéndole metros al Caracas. Cómo nació la hermandad de los Cinco, brotó de sus palabras; los tres días de angustia tras el arresto, pensando en Olguita y las niñas, el saludo de Irmita al verlo pasar esposado, las jornadas del juicio, la prisión de Olguita, el piropo que le dijo con aquel traje de prisionera, la impiedad del imperio con ellos, las condiciones del hueco; todo tan sencillo, como si su gesta fuera el más simple de los pasos de un día cualquiera.

Después llegó el momento de develar el busto. Las manos de René por un lado y las de Edgardo por el otro descorrieron la bandera, para quedar por siempre a la intemperie el rostro de Chávez. Allí estaba inmenso, junto a Bolívar, quien nunca debió morir tan temprano. Allí estaba el entrañable amigo de Cuba, entre venezolanos y cubanos, para quedar por siempre sobre los 1 292 metros de altura que ostenta el Pico Caracas. Allí juntos posaban erguidos Chávez y Bolívar, sobre la loma que recorrió Fidel en son guerrillero, teniendo a Martí a la vista desde la cima del Turquino.

Ese era nuestro homenaje, el de René y Olguita, el de Edgardo, Juan Bautista y Luis Manuel, el de Andrés y Mal Nombre, el de Flora y Fauna y los granmenses, el de Cuba y Venezuela.

La salida de la cima fue tan solo un hasta luego, pues un compromiso quedaba en pie: el 5 de marzo de 2014, en el primer aniversario de la partida de Chávez, la cita sería nuevamente en el Pico Caracas, para rendirle merecido homenaje al «mejor amigo de Cuba». Tal vez Fernando, el otro hermano de René, nos acompañe, y lleven ambos el espíritu «necio» de los Cinco.

¿Por qué Mal Nombre?

Mal Nombre es una zona y un arroyo del río Toa. Dos historias hemos escuchado alrededor del origen del sugerente nombre. Una habla de unos extranjeros que, a principios del siglo pasado, estuvieron por la zona, y por lo intrincada que estaba, argumentaron que debía llevar un nombre malo. La otra me la dijo Erasmo Luperón, un habitante del poblado de Quibiján. Según Erasmo, a la zona le decían El Carajo por su enmarañada ubicación. Pero al inscribirlo en los mapas, prefirieron, para suavizar el término, llamarle Mal Nombre.

Mal Nombre es un grupo de excursionismo, que desde el 1ro. de enero de 1988, recorre en sus tiempos libres los lugares más interesantes de la geografía cubana.

*Integrante del grupo Mal Nombre

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