El 22 de mayo de 1952 un bullicioso contingente de alumnos del último año de Medicina regresaba a La Habana desde la Cervecería Modelo, en El Cotorro, tras un almuerzo de confraternidad por su próxima graduación.
Muy cerca del entronque de la Carretera Central y la que conduce a Guanabacoa, una perseguidora de la Policía ordenó al chofer del último ómnibus de la caravana que detuviera el vehículo. Los agentes alegaron haber oído: «¡Abajo Batista!».
Treinta de los futuros médicos fueron a parar a la 13ra. Estación de Policía. Se les ordenó ponerse en fila india y entrar en el calabozo de uno en fondo, al tiempo que cuatro o cinco miembros del Cuerpo les daban una gran dosis de golpes, palos y fustazos de los que ninguno escapó. Dos gravemente heridos y con profuso sangramiento de cabezas y rostros, hubo que internarlos en la Clínica del Estudiante.
Varias horas los universitarios golpeados estuvieron retenidos. Se les liberó al firmar un documento diciendo que las lesiones eran fruto del choque del ómnibus con una vaca suelta en la vía porque los frenos estaban en mal estado.
Era la época en que la Policía solo respetaba a los yanquis. Un ejemplo corrobora tal afirmación. El sábado 14 de junio de 1952 varios carros patrulleros dieron alcance a un auto que iba a gran velocidad por las calles de La Habana, burlando la luz roja de los semáforos. Detenido su conductor, borracho, declaró:
«Soy un ciudadano estadounidense y ninguna autoridad de un país de indios puede detenerme». Al pedírsele la identificación, era un funcionario de la Embajada de Estados Unidos. Los «atentos» policías lo dejaron continuar viaje sin importunarlo.
El Jefe de la Policía en ese momento era el Brigadier General Rafael Salas Cañizares. El Jefe del Departamento de Dirección el Comandante Conrado Carratalá Ugalde. El Comandante de las Órdenes del Jefe de la Policía (así con ese nombre) era el Capitán Lutgardo Martín Pérez. El Jefe de la Sección Radiomotorizada el Capitán Juan Salas Cañizares.
Las 19 Estaciones de la Policía en La Habana se plegaron al golpe batistiano sin resistencia alguna. Y todos estos jefes mencionados fueron connotados asesinos y verdugos.
También hubo periodistas víctimas de aquellas bestias. El 17 de agosto, sin orden judicial, sacó la Policía de su casa al columnista Mario Kuchilán, esposado, amordazado y con los ojos tapados. Cuando lo tiraron en el aristocrático y semidesolado Country Club, estaba golpeado en el rostro, el pecho, el abdomen y la espalda. Atados los pies con su propio cinto y las manos con los cordones de sus zapatos. Hasta Batista desde su yate de recreo decía «lamentar» la agresión y aseguró una investigación que nunca se hizo.
Fue recluido en la Clínica Antonetti, en A esquina a 17, en el Vedado. Lo visitó allí Fidel, quien recordó en su autodefensa histórica: «(…) el secuestro del periodista Mario Kuchilán, arrancado en plena noche de su hogar y torturado salvajemente hasta dejarlo casi desconocido».
Fuentes: El Grito del Moncada, Mario Mencía, p.p. 54, 191, 194, 260, 261 y 262, Tomo II, Editora Política, La Habana, 1986.