Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Saga de una lucha contra el fuego

A pesar de los peligros que entraña ser guardabosque, hay jóvenes que decidieron enrumbar sus vidas por el camino de la protección de la floresta cubana y a diario protagonizan arriesgadas historias

Autor:

Yahily Hernández Porto

A pesar de la distancia, estas historias se acercan, mezclan y fusionan a través del fuego, para convertirse en atrevidas y aventuradas experiencias. Tres jóvenes cubanos, tres amigos de la madre Naturaleza, el granmense Pedro Arturo Bárzaga Santana, el tunero Leonel Peña García y Sergio Pérez Díaz, camagüeyano de pura cepa, comenzaron a andar contra el fuego desde edades tempranas.

Buscando qué los mueve a sentir pasión por una profesión peligrosa, este diario contactó con ellos en medio del monte, entre el humo, el calor y el trabajo en las trochas contraincendio.

Desde niño

«El calor, ese que te quema por dentro y por fuera y hace sudar la camisa, y el humo que te nubla la vista, el pensamiento y hasta puede asfixiarte, obligan a tener mucha precaución en medio de un incendio», explicó a JR Pedro Arturo, quien con solo 23 años de edad trabaja en el Circuito de Montaña Guardabosque Batalla de Guisa, en la provincia de Granma.

«Este trabajo lo escogí desde que era un muchacho, porque amaba luchar contra el fuego. Así crecí imaginando, gracias al círculo de interés de mi escuela, ser lo que ahora soy, un guardabosque, de verdad.

«Me estrené con todas las de la ley en la montaña, aquí en Mojará, un lugar donde la floresta es muy rica en maderas preciosas y por la diversidad de sus bosques.

«La caoba hondureña, la algarroba, la guásima… cubren casi la mitad de las tres hectáreas de bosque que sufrieron daños por los incendios ocurridos durante 2011. En medio de esas circunstancias me inicié como guardabosque, previniendo los fuegos en este macizo tan bello por sus árboles y aves.

«Muchos consideran que esta profesión es arriesgada, pero otros piensan que es fácil, y no, no lo es. Porque hay que crecerse como hombre todos los días, aprender del fuego, estudiar y practicar mucho las tácticas contraincendio, y llegar a conocer hasta los secretos del viento, pues este lo mismo te ayuda que te come vivo, si no lo tienes bien calculado.

«Ser guardabosque es más que una profesión; es la vida misma en el peligro; es amarte y amar a los árboles y a los animales. Lo comparo con una discusión de amigos, en la que cuanto más conoces a tu amigo, más fácilmente puedes calmarlo cuando anda un poco alterado.

«Este trabajo me ha enseñado a cuidar tanto a mi compañero en medio de las llamas, como a mí mismo. Ambos somos uno solo en el incendio, y esto cala bien adentro, porque cada gesto, palabra o señal que se haga en medio de las llamaradas o el humo, ayuda a salvarte y a salvar la vida del amigo, quien también hace lo mismo por ti».

Con las llamas a cuesta

No por contarse en pocas palabras, la historia de Leonel Peña García deja de ser atrayente y hasta paternal, por el giro de 180 grados que originó en su vida ser guardabosque.

Sus pocas palabras, «entresacadas con pinzas» en medio del humo que avisaba que el ejercicio práctico de inicio de la campaña contraincendios rurales, hicieron muy difícil el diálogo.

Entre hierba quemada y olor a fuego se escucharon las primeras frases de este treintañero, quien desde hace más de una década le juega malas pasadas a las lengüetas de fuego, por ser un integrante de la Brigada Profesional de Prevención y Combate de Incendios Forestales, del poblado de Veguita, en la provincia de Las Tunas.

«Más que el mismísimo fuego, ha dejado huellas perdurables en mí la imagen de cómo la vida silvestre de los bosques lucha por su supervivencia en medio de las llamas. Uno termina muy triste tras cada incendio sofocado.

«He visto arrastrarse como “diablas” a las caracolas, las culebras y cuanto bicho haya en el monte; saltar desaforadamente a las ranas y el vuelo de las aves del campo con sus alas encendidas. Es escalofriante ver ese panorama.

«Hace unos seis años, cuando nació mi primer hijo, supe que tenía que educarlo amando a la Naturaleza y protegiendo a los bosques de los incendios. Eso me llevó un par de años atrás a apadrinar la escuela primaria Carlos J. Finlay, de la comunidad Río Potrero, donde enseño a los pioneros los secretos del bosque y cómo evitar y prevenir los fuegos.

«Ahora soy padre de dos hijos más, Leonel y Leonardo, y he apagado tantos incendios en los bosques que he aprendido que el mejor antídoto contra ese mal es lograr que las personas tengan una educación forestal desde que son niños.

«Este oficio es de extremo cuidado, pero a la vez demanda mucho conocimiento. Todo lo que hagamos por preservar los bosques es poco, porque un incendio te deja con las llamas de la impotencia ante los desastres que acumula a su paso».

De pura sangre

Solo tiene 21 años el agramontino Sergio Pérez Díaz, quien ha decidido continuar los pasos de su padre, Pablo, en el Cuerpo de Guardabosque Circuito Arroyón-San Felipe, durante tres décadas ininterrumpidas.

Este muchachón, quien lleva el ejemplo y constancia de su padre como principal arma contra los incendios forestales, dio sus primeros pasos en esta profesión cuando era un pionero.

«Me crie entre historias de fuego, que me hacían fantasear y hasta contar algunas de estas anécdotas a mis amigos del barrio. Sin embargo, la realidad me ha demostrado que entre las historias del viejo y la realidad que vive un guardabosque hay un tramo inmenso.

«Y no es solo el riesgo que te atemoriza cuando estás en el monte con peligro real para tu vida, sino las cosas que ves cuando te encuentras en medio del fuego.

«No es fácil estar ante un pino, de esos que parecen gigantes, abrazado en llamas en cuestión de segundos, porque no siempre puedes con la magnitud de las lengüetas ni se sofocan a tiempo los incendios.

«A pesar del peligro que implica esta profesión, no me arrepiento de ser un “guarda”, porque serlo te abre una ventana al futuro, y te hace sentir importante.

«Ahora me supero junto a mis compañeros y mi padre, que supo transmitirme, desde pequeño, la importancia que tiene prevenir los incendios. Aquí somos una gran familia, de pura sangre de guardabosque».

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