Fidel fue inigualable anfitrión de Juan Pablo II. Autor: Estudios Revolución Publicado: 21/09/2017 | 05:18 pm
Realmente, desde la llegada de los conquistadores a nuestro archipiélago, hace más de cinco siglos —quienes nos impusieron por la fuerza una nueva fe— nunca un Papa nos había visitado.
Sin embargo, Juan Pablo II, que le imprimió un gran dinamismo al Vaticano, desarrolló un proyecto de nueva evangelización que lo llevó a decenas y decenas de países y encaminó el pensamiento social de la Iglesia Católica hacia los más importantes temas contemporáneos.
Tanto los creyentes católicos de nuestra patria, como la mayoría de los cubanos, vieron con entusiasmo que una personalidad de la estatura mundial del Sumo Pontífice Wojtyla viniera a la tierra de José Martí.
Ciertamente, el entonces Presidente Fidel Castro, al tener lugar el primer viaje al exterior del Sumo Pontífice recién electo, en 1978, para asistir a la Conferencia de Obispos reunida en Puebla, México, hizo gestiones ya en aquella oportunidad, en aras de que pudiera realizar al menos una escala en Cuba, pero no se materializó y la posibilidad de aquella visita quedó, lamentablemente, postergada.
El ansiado proyecto resurgió en noviembre de 1996, cuando el nuevo Papa y el Comandante en Jefe Fidel Castro —en ocasión de asistir este a la Cumbre Mundial de la Alimentación— sostuvieron un breve, pero primer encuentro, en el que el líder de la Revolución volvió a formularle la invitación para que viniera a Cuba cuando le resultara conveniente, que su Santidad aceptó.
De ese modo, el 21 de enero de 1998, el Sumo Pontífice besó la tierra cubana en la Terminal aérea internacional José Martí, con lo que inició una estancia de cinco días que constituyó un verdadero acontecimiento, de impacto mundial y uno de los más altos ejemplos de organización, orden y disciplina masiva que haya dado el pueblo del archipiélago.
En medio de grandes presiones externas sobre Cuba, en aquella visita de Juan Pablo II —no obstante la cordial comunicación y la sinceridad del Vaticano y La Habana para hacer de la visita todo un éxito— fue casi imposible evitar las burdas manipulaciones de alguna prensa internacional que intentó en vano crear una atmósfera enrarecida en torno a la resonancia del acontecimiento.
Entonces malintencionados reporteros, enviados por poderosos países, hicieron un gran esfuerzo por politizar e ideologizar la visita del Papa, cuyo contenido era solo de índole pastoral.
Como tal empeño era totalmente ajeno a la verdadera voluntad de Cuba y el Vaticano, nuestro país hizo hasta lo imposible por lograr acercar el viaje del Sumo Pontífice a la perfección.
El pueblo se movilizó masivamente hacia el recibimiento del Papa, sus recorridos por carreteras y calles y rumbo a las diferentes actividades previstas —incluyendo las misas en Santa Clara, Camagüey, Santiago de Cuba y la Plaza de la Revolución José Martí— ejerciendo su proverbial cortesía y hospitalidad, y evidenciando el afecto hacia un líder espiritual con el cual tuvo puntos de contacto en numerosos planteamientos esenciales y a quien escuchó con todo respeto.
Los testigos de la relevante visita de Juan Pablo II, no olvidan que la totalidad de las homilías y pronunciamientos del Papa contaron con la oportuna y respetuosa divulgación radial, televisiva y de la prensa escrita de Cuba.
Es justo evocar que el orden público estuvo a cargo de la propia población y que aquellos días nadie pudo ver a un solo agente portando armas en las calles, donde, no obstante esa excepcionalidad interior, no se registró ni un solo incidente desagradable.
Aquella visita, por todo eso, pertenece ya a la categoría de acontecimiento de altos quilates históricos, a la que se añade la del Papa Benedicto XVI, y las dos dejan, sin duda, una agradable huella en la memoria de nuestra patria (tanto en los creyentes como en los no creyentes) y se proyecta con letras indelebles hacia el porvenir.
Aquella deferencia de Juan Pablo II, quien hizo un singular llamado a «globalizar la Solidaridad» y sugirió que «Cuba se abriera al mundo y el mundo se abriera a Cuba», permanecerá en el recuerdo de todos los cubanos, como la del nuevo sucesor de Pedro, que nos otorgó también el privilegio de visitarnos, bendecirnos, encabezar las misas y rendir tributo a la Caridad de El Cobre, Patrona de Cuba y la única Virgen Mambisa que hasta figuraba en el escapulario que llevaba colgado en su digno y saludable cuello el Titán de Bronce en la contienda que Máximo Gómez, Agramonte, Calixto García, Vicente García, Serafín Sánchez y muchos otros hicieron, y que fue también la guerra de José Martí.
Fuente: Archivo de los periódicos cubanos y «La Revolución Cubana, 45 grandes momentos», de Julio García Luis, editado por Ocean Press, 2005.