La máster Diana Rosa Torriente, encargada de la investigación de este documento, explica que todo indica que la carta no fue escrita por la madre del Apóstol, sino que se la dictó a una persona allegada. Autor: Hugo García Publicado: 21/09/2017 | 05:17 pm
CÁRDENAS, Matanzas.— Una carta poco conocida de Leonor Pérez Cabrera, la madre de José Martí, forma parte de lo atesorado en el museo Oscar María de Rojas, de aquí. La misiva en cuestión fue remitida por la cubana al doctor Ramón Luis Miranda, el último médico que atendió al Apóstol.
La máster Diana Rosa Torriente Govín, encargada de la investigación de este documento, explica a JR que todo indica que no fue escrita por ella, sino que se la dictó a una persona allegada.
«Ello se aprecia por lo cuidado de la escritura, hecha con una letra diminuta, uniforme, equilibrada y respetando los renglones. Todo lo contrario de lo que hubiera resultado de haberla hecho la misma madre de Martí, ya que desde hacía varios años sufría de afecciones en la vista, de las que se lamentaba en las cartas que les dirigía a sus hijos.
«En una dedicada a Rita Amelia en 1876 le decía: “Por lo jorobado que está este papel verás lo poco que veo; no distingo las rayas pero creo entenderlas”. Con Pepe se quejaba de: “mi ceguera que me inutiliza mucho”, y en otros casos le comentaba: “No sé si entenderás estas letras, pues apenas veo lo que escribo, y mi pulso está muy mal”.
«Para la fecha de la carta de nuestros fondos, 1ro. de febrero de 1906, se encontraba prácticamente invidente, por lo que nos queda claro que para confeccionarla se valió del auxilio de alguno de sus acompañantes, en la casa de su hija Rita Amelia, donde vivía desde el año 19O4.
«El texto de la misiva acusa recibo de una carta anterior que le remitiera el doctor Miranda a Doña Leonor. Ella le agradece los esfuerzos que hacen su hija Angelina Miranda y su yerno Gonzalo de Quesada Aróstegui para conservar los trabajos y la documentación redactada por Martí. Y le manifiesta: “…no quisiera morir antes de que sepa que los restos de mi Pepe, descansen, en el cementerio de esta ciudad”».
La experta refiere: «no conocemos la contestación a esa carta, pero sí es comprensible que el pedido que hacía era realmente difícil de atender. Debe haber sido otro de los debates controversiales de la época, sobre la conservación de una memoria histórica de interés personal, local o nacional».
La estudiosa cardenense añade que en los primeros años de la República la idea del traslado de los restos del Apóstol también fue acariciada por la asociación que formaron los emigrados revolucionarios radicados en La Habana, quienes erigieron un panteón en el Cementerio de Colón frente a las tumbas de Máximo Gómez y de la familia de Gonzalo de Quesada, donde querían que reposaran los restos de Martí; pero al no poder conseguirlo, dispusieron que al menos los de sus padres descansaran junto a los que acompañaron a su hijo Pepe en su bregar lejos de Cuba.
Piezas históricas
La máster Diana Rosa Torriente Govín precisa que «el doctor Miranda conoció en Estados Unidos al colega Enrique Sáez, miembro del Comité Protector del Museo Biblioteca Pública de Cárdenas, en 1909. Miranda le dice que estaba buscando un lugar para depositar las reliquias conservadas de Martí, y le pareció bien que fuera en Cárdenas; por eso se puso en contacto con Oscar María de Rojas. Aunque Miranda fallece en 1910, en Estados Unidos, las piezas estaban conservadas en casa de Sofía Miranda, su sobrina, y le indicó a Oscar María donde tenía que recogerlas.
«Vinieron tres cartas originales manuscritas de Martí, la carta de Leonor que le dirigió a Miranda y el rótulo de la oficina del periódico Patria; en el caso de las cartas de Martí, el Museo las entregó al Archivo Histórico, entre otras fotos y documentos».
El museo cardenense conserva la cama donde falleció Leonor en casa de su hija Rita Amelia, en calle Consulado No. 30, el 19 de junio de 1907. También se encuentran objetos de Martí, como la mesa donde se firmaron las bases del Partido Revolucionario Cubano (PRC), y la tribuna desde donde se dieron a conocer las mismas en 1892; la mesa escritorio del periódico Patria, adquirida por el doctor Domingo Méndez Capote, y el sillón de la oficina del PRC, traído a Cuba por Tomás Estrada Palma.
«Oscar María de Rojas, como parte de su trabajo por engrandecer la obra del Museo y Biblioteca Pública de Cárdenas, se ocupó de guardar importantes documentos para que formaran parte del archivo del centro; algunos de estos para ser mostrados al público, otros para que sirvieran como material de consulta a los investigadores, y estaba lo que él denominó “Colección de autógrafos”, integrada por las epístolas de personalidades que habían entrado de una forma u otra a ser parte de la historia nacional, como lo fue José Martí».
La carta de Leonor está inventariada con el número 21.15-78, con una amplitud de dos folios que forman cuatro caras, tres de estas escritas.
«Tal como decía la madre de Martí en su carta, la vida no le alcanzó para ver el traslado de los restos de su hijo a La Habana, pues nunca se realizó; no obstante, unos meses antes de ella morir, el 24 de febrero de 1907, se procedió al reconocimiento y exhumación de los mismos en el cementerio Santa Ifigenia, de la ciudad de Santiago de Cuba», explica Diana Rosa.
«Una vez revisados se colocaron en una urna de plomo que fue cerrada herméticamente; esta a su vez se introdujo en otra de caoba cuya tapa se identificaba con su nombre, y volvió a ubicarse en el interior del mismo nicho, que fue cerrado con una lápida de mármol, traída por los miembros del Partido Revolucionario Cubano en Jamaica, cuyo texto decía: “1895-1898. Martí. Los cubanos te bendicen”».
Médico y amigo leal
Diana Rosa recuerda que el doctor Ramón Luis Miranda y Torres fue el médico que se responsabilizó con atender la salud de José Martí en los últimos años de su vida. Era natural de Matanzas y nació el 29 de junio de 1839. De niño fue alumno del colegio El Salvador, que dirigía el célebre pedagogo José de la Luz y Caballero, en La Habana. En esa ciudad concluyó el Bachillerato y los dos primeros cursos de la carrera de Medicina, estudios que continuó en Francia. Se graduó de Doctor en Medicina por la Universidad de París, en 1861, y poco después revalidó su título en la Universidad Central de Madrid. Sus actividades a favor de la independencia de Cuba lo hicieron vincularse a José Martí y colaboró con él en el periódico Patria y se convirtió en su médico personal. Su relación era aun más estrecha por ser el suegro de su amigo Gonzalo de Quesada y Aróstegui.
«Su nieto Gonzalo de Quesada Miranda, al describirlo, decía que era “de empaque distinguido, parecía una aristócrata inglés; pese a su carácter enérgico, era jovial y dicharachero y amigo de los pobres, a quienes prestaba generosamente sus servicios profesionales”. Y su colega el doctor Fermín Valdés Domínguez, el amigo queridísimo de Martí, dijo que para su hermano del alma, el doctor Miranda fue “su médico y su amigo cariñoso y leal; y en sus campañas políticas, su colaborador y amoroso consejero”», resume la especialista.
Carta dirigida al Dr. Ramón Luis Miranda
Febrero 1–19O6
Sr. Ramón L. Miranda.
Sr: De mucho consuelo me ha venido el recibir su atenta carta, que me demuestra que todavía hay almas buenas que conserven la verdadera amistad, en medio de tantos que olvidan pronto. Yo sabía algo de su noble proyecto por los periódicos, y me alegra saber que ya va en vías de hecho; mucho tengo yo que agradecer, a su hijo político y a su buena compañera, por los sacrificios que han hecho, para que no se pierdan todos los trabajos de mi inolvidable hijo, y ahora tendré otro motivo más de agradecimiento hacia Vds. Yo también tengo una idea fija, y es, la de que, no quisiera morir antes de que sepa que los restos de mi Pepe, descansen, en el cementerio de esta ciudad, pues me dicen que el de Santiago es muy húmedo, y está en muy malas condiciones, pero a pesar de que pronto hará once años que están allí, todavía no ha surgido una voz que se ocupe de esto, y como a mí me es imposible hacerlo creo que será el deber de los buenos cubanos, pero en las circunstancias presentes, no me atrevo a indicárselo a nadie, pues aunque puedo dirigirme al mismo Presidente, sé que él solo no podrá hacer nada, y espero una oportunidad para tratar de esto, que no sé si me alcanzará la vida, pues a más de casi enteramente ciega, me encuentro con los achaques de mis setenta y seis años. Dispénseme Vd. estas digresiones dimanadas del buen afecto que profesa Vd. a esta su atenta y S. s. que le desea mucha salud.
Leonor Pérez, vda. de Martí.