La Fragua Martiana lleva a cabo actividades académicas y culturales en recordación del Apóstol. Autor: Roberto Morejón Guerra Publicado: 21/09/2017 | 05:16 pm
«Es la cantera extenso espacio de ciento y más varas de profundidad. Fórmanla elevados y numerosos montones, ya de piedra de distintas clases, ya de cocó, ya de cal, que hacíamos en los hornos, y al cual subíamos, con más cantidad de lo que podía contener el ancho cajón, por cuestas y escaleras muy pendientes, que unidas hacían una altura de ciento noventa varas. Estrechos los caminos que entre los montes quedan, y apenas si por sus recodos y encuentros puede a veces pasar un hombre cargado».
Sobrecoge leer y reproducir este párrafo escrito por el adolescente José Martí en El presidio político en Cuba sobre las Canteras de San Lázaro, donde sufrió trabajos forzados en 1870.
En las ruinas de esas canteras del Presidio Departamental de La Habana —donde don Mariano Martí derramó un día sus lágrimas de padre sobre la almohadilla que intentaba poner entre el hierro y el tobillo herido de su hijo del alma— se fundó el Museo Fragua Martiana, el 28 de enero de 1952, por un grupo de martianos que encabezaba Gonzalo de Quesada y Miranda (1900-1976), el que fuera, hace 60 años, su primer director.
Fermín Valdés Domínguez —quien junto a una treintena de estudiantes de Medicina, con la edad de los jóvenes que este 27 de enero participarán en la Marcha de las Antorchas— también sufrió el rigor de ese suplicio, hizo esta descripción del lugar en su libro El 27 de noviembre de 1871:
«A las seis de la mañana, el Brigada Claudio Fernández distribuía, en la cantera, las faenas del día. Unos a picar piedras para el horno de cal, otros a cargarlas en cajones a las carretas, otros a cargar cabezotes, otros rajones, otros matacanes, otros a partir cantos; y, sobre todo, siempre levantada la vara de los cabos y la del mismo Brigada Claudio (…)».
Dos albaceas de Martí
Personas cercanas, familiares de Martí y periodistas e historiadores de La Habana y de otras partes del país, iniciaron las primeras colecciones martianas. Pero, según recuerda el texto inédito del profesor de Historia de Cuba de la Universidad de La Habana, Carlos Manuel Marchante Castellanos, «el primer interesado en salvaguardar sus reliquias fue el propio Martí, que con solo 16 años decidió conservar los grilletes de hierro que arrastrara en esas canteras del Presidio, en 1870».
A Carmen Miyares y Peoli —la Patriota del Silencio, como la llamara la historiadora cubana Nidia Sarabia— se debe en gran medida tener entre nosotros una parte de la obra martiana, que guardó desde enero de 1880, a partir de que tocara a las puertas de su casa de huéspedes, (en la calle 29 Street 51 Este, en Nueva York), «el expatriado triste». Allí tuvieron archivo seguro sus bienes y su comprometida documentación patriótica.
El grillete lo custodió Martí durante 25 años y luego lo conservó la propia Carmen Miyares y su familia, desde que el Maestro partió rumbo a Cuba, en 1895, hasta que en 1953 lo donara personalmente a nuestra patria su hija María Mantilla Romero, hoy expuesto en el Museo Casa Natal.
En esa misma dirección trabajó Gonzalo de Quesada y Aróstegui —su más cercano colaborador—, a quien el propio Martí comisionó por escrito el 1ro. de abril de 1895 para conservar y ordenar toda su papelería, y lo convirtió así en su albacea literario.
El General en Jefe, Máximo Gómez, al conocer la muerte del Maestro, abogó por rescatar lo más valioso de su patrimonio. Junto a Calixto García y otros generales colocó cada uno una piedra en el lugar donde cayera, «entre un dagame y un fustete» como «un mausoleo a piedra viva», la primera ofrenda al Apóstol.
Según el historiador Rolando Rodríguez, lo que llevaba Martí consigo cuando cayó en Dos Ríos pasó a manos del alto jefe militar español José Ximénez de Sandoval: la cinta azul que le regaló Clemencia Gómez a Martí antes de ir para Cuba, el revólver, su reloj, un cortaplumas, su escarapela, parte de su correspondencia, un pañuelo de seda con sus iniciales, el cinto, las polainas, un sombrero y una cartera de bolsillo con dinero.
El 10 de noviembre de 1928, en la casa número 534, en la Calzada del Cerro, en La Habana, se fundó el Museo José Martí, que por falta de apoyo estatal enseguida cerró sus puertas.
Digno hallazgo
El historiador y periodista Federico Castañeda halló en el Archivo Nacional un plano de La Habana hecho por Esteban Tranquilino Pichardo, donde aparecían las Canteras de San Lázaro.
Marchante argumenta en su libro que en la mapoteca del referido archivo hay en realidad siete planos topográficos de La Habana en los que aparecían tales canteras.
El de Pichardo, en 1873, facilitó la conservación hasta hoy del sitio donde se construyó el denominado Rincón Martiano, devenido la Fragua, a tres kilómetros del Presidio.
Gonzalo de Quesada y Miranda, en 1941, en la Universidad de La Habana, inició el curso del histórico Seminario Martiano sobre el Apóstol, que impartió durante 35 años.
Un año después surgió la Asociación Universitaria José Martí, institución que, junto al Museo Martí, constituyeron los antecedentes directos del Museo Fragua Martiana.
El Rincón Martiano se inauguró el 10 de abril de 1944, con la presencia del Teniente Coronel mambí, de piel negra, Marcos del Rosario Mendoza, uno de los cinco héroes que acompañaron a Martí en su desembarco por Playita de Cajobabo, el 11 de abril de 1895.
A propósito, el próximo 6 de abril se cumplirán también 60 años del entierro simbólico de la Constitución de 1940, protagonizado allí por una representación de lo mejor de la juventud habanera y cubana, en la que participaron el joven Raúl Castro Ruz, (el abanderado de la peregrinación y del acto), así como José Antonio Echeverría, Fructuoso Rodríguez, Álvaro Barba, Armando Hart Dávalos y otros estudiantes universitarios.
El edificio actual de la Fragua, diseñado por los ingenieros José D. du-Defaix y Manuel Febles, prominentes constructores de importantes edificios habaneros, con la colaboración del dibujante Diego Guevara y el escultor Teodoro Ramos Blanco, se terminó de construir el 30 de junio de 1951 y fue inaugurado el 28 de enero de 1952.
Sostiene Marchante que hoy visitan la Fragua anualmente más de 20 000 personas, porque ya se sabe que cuida, protege y exhibe, además de las canteras, el revólver Colt calibre 44 de José Martí (no con el que cayó en combate); la almohadilla de olor que le regalara María Granados, la Niña de Guatemala; la horquilla de bronce donde iban los remos del bote con que desembarcó en Playita de Cajobabo; un chal-bufanda suyo; la bandera cubana que ondeó por primera vez en Europa, en 1900, que llevó Gonzalo de Quesada y Aróstegui a la Exposición de París; la bandera que ondeó el 21 de mayo de 1953 en lo más alto del Pico Turquino, al develarse el busto de José Martí allí; la bandera que portara el joven Raúl Castro Ruz como abanderado de la FEU en las marchas contra la tiranía; un pisapapel y un marcador de libros del Apóstol; la reproducción del cuadro de un pintor húngaro sobre Cristo ante Pilatos y otros objetos y pertenencias del Maestro.
Amplia reparación
Las ruinas donde hace 142 años el joven José Julián Martí y Pérez derramara su sangre, su sudor y sus lágrimas por una condena injusta y cruel, y el Museo han recibido hoy una amplia reparación, gracias a la Oficina del Historiador de la Ciudad.
El director de la Fragua, el licenciado David Hernández Duany, especificó que tales trabajos comprenden el antiguo Rincón Martiano, las áreas exteriores, el cercado perimetral, importantes objetos museológicos, el inmueble, entre otros.
«Lo más hermoso de la Fragua ha sido ser Museo y custodio leal del legado del Maestro, del sitio en que se enterró simbólicamente la Constitución de 1940, lugar exacto donde culmina siempre la histórica Marcha de las Antorchas que han iniciado tradicionalmente los estudiantes en la Escalinata del Alma Máter y, lo más importante, de la porción de la cantera donde hizo trabajo forzoso el aún adolescente José Martí».