Frank, Faustino Pérez, Fidel y Hart en la Sierra Maestra. Autor: Archivo de JR Publicado: 21/09/2017 | 05:15 pm
El 30 de julio de 1957, desde la clandestinidad, escuché la terrible noticia de que Frank País y Raúl Pujols habían sido asesinados en su querida Santiago. Ese fue, sin duda, uno de los acontecimientos más duros de la lucha. En otras ocasiones he escrito sobre esta figura extraordinaria de nuestra historia más reciente y ahora, en ocasión del aniversario 55 del alzamiento del 30 de noviembre, en Santiago de Cuba, y del desembarco del Granma, vuelve a nosotros con una fuerza renovada la figura de aquel joven que a golpe de inteligencia, espíritu de sacrificio y coraje se ganó un lugar cimero entre los héroes de la Patria. En su vida ejemplar se articularon tres elementos claves que en una ocasión como esta me interesa recalcar:
La familia, con una profunda raíz ética y una tradición de esfuerzos en defensa de los pobres de la Tierra, con fundamentos ético-cristianos que representan tanto el padre como la madre de Frank.
La escuela. En Frank País este fue un elemento fundamental. La de los bautistas, de la que su padre fue maestro, y también la Universidad de Oriente. Ambas fueron escenarios propicios para la formación de valores morales y patrios.
El tercer elemento es la comunidad en la que se sintetizan y alcanzan a la vez altos niveles estos principios, es decir, la tradición patriótica y revolucionaria de la ciudad que fue el marco para las luchas santiagueras de la Generación del Centenario que simbolizan Frank, Vilma y muchos más. Raúl Castro lo expresa de manera elocuente: «Si el Callejón del Muro, Enramadas, Garzón, Trocha, Vista Alegre, San Jerónimo y El Caney pudieran hablar, si los muros del Moncada, las aulas del Instituto, la Normal y la Universidad, los bancos del Parque Céspedes y la Plaza de Marte, los campanarios de la Catedral y El Cobre, las almenas del Morro y las losas de Santa Ifigenia pudieran contarnos su historia de centenarias luchas, veríamos de nuevo que no hay piedra en Santiago de Cuba que no haya sido pedestal de un héroe».
Frank era un hombre de acción y, al mismo tiempo, de sensibilidad artística y talento organizativo. Reunía virtudes difíciles de integrar en una sola persona como son la capacidad de organización, de acción y, al mismo tiempo, pensamiento. No sé si era un político con vocación militar o un militar con vocación política. Sí sé que para él las palabras disciplina, organización, civismo, libertad tenían un valor sagrado, conjugándose en su mente y en su acción, guardando un magnífico equilibrio. Tenía al morir 23 años y en él hicieron síntesis todas las virtudes revolucionarias.
Poseía una moral y una pureza como pocas he conocido. Tenía a la vez una abierta y sincera vocación de dirigente. Quien hablara dos veces con él sabía que había nacido para mandar. Y mandaba, con moral espartana y noble espíritu de justicia (…) Este rasgo suyo fue destacado también por Vilma Espín, una de sus más cercanas colaboradoras en la lucha clandestina en Santiago de Cuba. Era «el más limpio y capaz de todos nuestros combatientes», como afirmara el propio Fidel.
Sumergido en la clandestinidad fue centro director del poderoso movimiento subversivo que puso en jaque a la tiranía en la segunda ciudad del país. Anónimamente, conocido solo en su provincia y en los círculos revolucionarios, con una hábil estrategia de combate fue capaz de ser factor determinante de la lucha contra la tiranía. Frank País, desde su escondite en Santiago, desplegó una actividad febril en diversos frentes: el sabotaje, la agitación, los gallardetes izados, la prensa clandestina, la resistencia cívica.
Al mismo tiempo, había alcanzado una gran profundidad en sus ideas políticas. En documento fechado el 17 de mayo de 1957, dirigido a los responsables del Movimiento 26 de Julio, expone:
«No solo aspiramos a derrocar una dictadura, no solo aspiramos a administrar y vivir honradamente, no solo aspiramos a devolver la libertad y la seguridad al pueblo cubano…
«Aspiramos, y esto debe quedar bien claro a todos los militantes del M-26-7, encauzar a Cuba dentro de las corrientes políticas, económicas y sociales de nuestro siglo. Aspiramos a remover, derribar, destruir, el sistema colonialista que aún impera, barrer con la burocracia, eliminar mecanismos superfluos, extraer los verdaderos valores e implantar, de acuerdo con las particularidades de nuestra idiosincrasia, los modernos conceptos filosóficos que imperan actualmente en el mundo…
«Por la Dirección Nacional del M-26-7, David».
Había sido obra suya el estallido insurreccional del 30 de noviembre, la disciplina y organización del 26 de Julio fuera de la Sierra, y fue creación suya también toda la base organizativa del Movimiento.
Junto a sus dotes intelectuales y su sensibilidad —gustaba de escribir versos y tocaba el piano—, está presente con fuerza su capacidad para la acción. Cierta vez nos decía siendo maestro del colegio El Salvador: «No hay nada para mí como preparar un curso de Historia de Cuba y luego irlo a explicar hasta entusiasmar a mis alumnos de cuarto grado». Un día tuvo que dejar de dar clases de Historia, pues había llegado la hora de hacerla. Era un martiano consecuente que había interiorizado muy bien la frase del Apóstol: Hacer es la mejor manera de decir.
Fiel a la palabra empeñada con Fidel desencadenó la lucha en Santiago de Cuba aquel 30 de noviembre para atraer la atención de las fuerzas de la dictadura y facilitar el desembarco de los combatientes que venían en el yate Granma. Un acontecimiento dramático asociado a aquella gesta me lo reveló en toda su estatura política como dirigente indiscutido de la clandestinidad en la región oriental del país. Cuando aquel desolado domingo del 2 de diciembre, sin saber aún si Fidel Castro y decenas de compañeros se habían hundido en el mar, o habían sido ametrallados por la aviación en medio del Golfo, recuerdo que vino a interrumpir mi angustia y desesperación con estas palabras: «Mira lo que tengo escrito para las direcciones provinciales y municipales». En aquella circular de orden interior se disponía el sabotaje en gran escala y la quema de caña. Ese era Frank asumiendo en aquellas circunstancias difíciles con resolución y valentía el liderazgo revolucionario.
Por eso, cuando cayó asesinado en las calles de su querida Santiago, el 30 de julio de 1957, junto a Raúl Pujols, una concentración de pueblo santiaguero llevó hasta Santa Ifigenia los restos de ambos combatientes. Al conocer la noticia Fidel expresó:
«¡Qué bárbaros! Lo cazaron en la calle cobardemente, valiéndose de todas las ventajas de que disfrutan para perseguir a un luchador clandestino. Qué monstruos. No saben la inteligencia, el carácter, la integridad que han asesinado».
Su muerte provocó el más amplio movimiento de protesta cívica primero en Santiago de Cuba y que después se fue extendiendo a otras provincias del país. Se hizo realidad lo expresado por Martí en memorables versos:
Cuando se muere en brazos de la patria agradecida./ La muerte acaba, la prisión se rompe,/comienza al fin con el morir la vida.