Polo parece a prueba de los rigores del tiempo, y a cada rato supera el exigente examen de ascender nuestra elevación mayor, el Pico Turquino. Autor: Calixto N. Llanes Publicado: 21/09/2017 | 05:11 pm
MANZANILLO, Granma.— Hipólito Torres Guerra es uno de los hombres que más lomas ha subido en Cuba. Solo al Pico Turquino, la mayor cumbre de nuestro archipiélago (1 974 metros sobre el nivel del mar), ha escalado, según sus cuentas, más de 140 veces.
Y en cientos de oportunidades ha trepado otras montañas del corazón de la Sierra Maestra, una región que se metió en su sangre desde que descubrió un sitio que él mismo llamó La Mesa, hace más de cinco décadas y media.
Pero lo más llamativo no es acaso el número de ascensos de Polo —como lo nombró el Che en 1957—, sino la manera en que los ha hecho: siempre sin zapatos.
«Yo voy a seguir yéndome pa’ llá pa’ La Mesa», dice en la sala de su casa, en el barrio de San Antonio, en Manzanillo, varios días después de haber superado un episodio de hipertensión arterial.
Su confesión no parece un disparate, porque el Capitán Descalzo —otro epíteto surgido en los días de la insurrección en la Sierra—, logró hace unos meses, con casi ¡82 años!, escalar sin quejarse esas mismas montañas de las que habla, pertenecientes al actual territorio del municipio de Buey Arriba.
Haber colaborado con el Guerrillero Heroico en tiempos libertarios hubiese sido hoy una carta de presentación para Polo, aunque él prefiere nombrarse como un campesino desvelado por su finquita y como aquel que en un tiempo fue uno de los mejores recolectores de miel de toda Granma.
«Llegué a tener más de 200 colmenas en un lugar llamado Jutía y en una ocasión entregué 25 toneladas de miel en un año, además de la cera. Ahora no tengo esa cantidad, pues la fumigación aérea me chivó una pila de colmenas y otras me las robaron», expone campechanamente con una mezcla de orgullo y dolor.
A Polo en casi ninguna etapa de su existencia le ha faltado el apoyo, el regaño o la lágrima de su esposa de 76 abriles, Juana González Sánchez, quien también fue colaboradora del Ejército Rebelde. Juntos han escrito una historia de amor que lleva ya 61 años y de la que nacieron cinco hijos.
Varios episodios admirables de esa relación y otros vinculados a la contienda guerrillera han sido volcados en el libro Polo y Juana. El amor, la guerra, el Che y otras travesuras, editado en 2004.
Sobre ellos dos y aquella era inicial de los rebeldes escribió Juan Almeida Bosque en su volumen La Sierra, de 1989: «Nos llevan para su casa y nos hacen comida. Hay unos niños chiquitos, de ellos uno enfermo. Che lo examina. La señora es atenta, aindiada de pelo largo. Él es flaco, rubio, de ojos azules y anda descalzo».
Esa costumbre de caminar sin zapatos le viene a Polo de los días de su infancia, de la época en que «la cosa estaba “apretá”», según explica.
Y agrega que él era el segundo de 14 hermanos, aunque cuatro murieron de tifus. «Mi papá llegó a tener una pequeña finca con trabajadores; sin embargo, el dinero no se veía: to’ se iba en comida y pagar deudas. Además, mis padres no solo nos criaron a nosotros, también a cuatro primos míos que se quedaron huérfanos; más dos de la familia León, que vivían muy mal. Por eso, al principio yo no podía usar zapatos; con los años tuve varios pares, aunque me molestaban. Siento que descalzo es mejor».
Principios
Aunque Polo nació el 13 de agosto de 1929 en un paraje nombrado Los Machitos, en el actual municipio de Campechuela, y luego tuvo morada en otros lugares, se siente más identificado con La Mesa, donde vivió unos cinco años.
Allí conoció al Che a principios de julio de 1957 y allí ayudó al Guerrillero Heroico a instalar poco tiempo después la Comandancia General de la Columna 4.
Hipólito recuerda que se fue hasta La Mesa con un «machete, una lima, un hacha y una frazada», luego de un loco viaje en barco por la costa sur de Oriente que lo llevó hasta Ocujal del Turquino, «porque quería tener mi propia finca».
Desde ese lugar del litoral atravesó monte y manigua hasta que encontró tierra virgen en un sitio muy intrincado de La Maestra. «Así me establecí allí y bauticé mi finca con el nombre de La Mesa».
Lo más admirable de esta historia ocurrió cuando su esposa Juana le siguió el rastro meses más tarde y luego de agotadoras jornadas caminando entre matorrales ¡lo encontró! «Viramos y buscamos a nuestra primera hija que se había quedado con los padres de Juana y volvimos los tres a La Mesa a empezar una nueva vida», relata él.
El Che
Cuando el Guerrillero Heroico y sus hombres se encontraron con la familia, ya Polo había hecho fecundar la tierra a un costo de sudor que no se logra escribir en estas páginas. Habían transcurrido 35 días del combate El Uvero (29 de mayo de 1957) y al Che se le encomendó la misión, junto a otros cinco hombres, de cuidar los heridos de esa acción.
Sobre esas fechas el Capitán Descalzo recuerda: «Me encontré con Vilo Acuña y el Mexicano y ellos me llevaron hasta el Che, quien estaba en el Arroyo de La Muerte con cerca de 30 hombres, pues se habían incorporado varios compañeros. Les ofrecí mi casa y mi finca, y allá comieron; entonces el Che me preguntó si le podía servir de práctico y le dije que sí; entonces salí con ellos».
Aquel momento quedó plasmado en el libro Pasajes de la Guerra Revolucionaria, del Guerrillero Heroico, cuando este explica el regreso al grueso de la tropa liderada por Fidel: «Dejamos el lugar donde estábamos acampados, la casa de Polo Torres, en La Mesa, que fuera después nuestro centro de operaciones».
La casa de Hipólito también sirvió para que se restablecieran los heridos del combate de Mar Verde. Y hasta el mismo Ernesto Guevara, cuando recibió un balazo en el pie izquierdo en las cercanías de Altos de Conrado, fue trasladado hasta allí, lo que obligó a sacar de la casa a Juana y a los tres hijos que tenía entonces, debido a la posibilidad de un ataque de las tropas del batistiano Sánchez Mosquera.
«Después de rescatados los heridos nos fuimos alejando hasta la casa de Polo Torres, dos o tres kilómetros Maestra abajo», escribió el Che en el referido texto.
Con los jóvenes
El Capitán Descalzo es un hombre vinculado a los jóvenes. En los albores del triunfo revolucionario le encomendaron «dar lecciones sobre el monte» a los primeros miembros de la Asociación de Jóvenes Rebeldes, quienes debían subir cinco veces el Pico Turquino.
«El Che me pidió que ayudara a Joel Iglesias a atender esa organización; acepté la tarea y me comprometí a estar seis meses con esos muchachos, aunque me pasé un tiempo mayor; cuando llevaba varios picos con el primer grupo nos mandaron a buscar pa’ que desfiláramos el 26 de julio de 1960 en la inauguración de la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos», cuenta.
A los nueve meses de ese acontecimiento se instalaría en su actual finca de San Antonio; en esta supo de la noticia terrible de la caída del Comandante de América. Mas el Che siguió vivo en su espíritu, porque años más tarde, sin zapatos —por supuesto—, guió a Ernesto Guevara Lynch a un recorrido por las montañas que había desandado su hijo.
También sirvió de práctico a periodistas que escribieron libros sobre la guerra de liberación, a unos 20 ex combatientes del Ejército Rebelde, en 1967, a expedicionarios del yate Granma, a cientos de jóvenes del Instituto Superior Pedagógico Blas Roca Calderío, de Manzanillo; y de la Facultad de Ciencias Médicas de Granma; e incluso a integrantes de la Asociación Nacional de Ciegos (ANCI).
En 1986 Polo creó el proyecto Por los caminos del Che, en el cual participaron inicialmente 16 integrantes de su familia, pero al paso del reloj se incorporaron jóvenes de diferentes centros estudiantiles o laborales de Manzanillo. Hoy la idea es visitar la Comandancia del Guerrillero Heroico en La Mesa al menos dos veces al año.
«La Comandancia contó con panadería, armería, la imprenta de El Cubano Libre, una escuelita, cárcel, hojalatería y un pequeño hospital, entre otras instalaciones; que prácticamente se perdieron con el ciclón Flora, pero las rescatamos en 1970», señala Hipólito.
Polo, quien fue delegado del Poder Popular en su barrio de 1981 a 1987, machetero de varias zafras y dirigente de base de otras organizaciones con apenas un tercer grado de escolaridad, dice seguir amando el trabajo en la tierra y las montañas.
«Quiero celebrar mi próximo cumpleaños en La Mesa», expone ante la mirada inquisidora de Juana, quien le replica que por los problemas de hipertensión aparecidos ahora, ya él no puede hacer eso. Pero el Capitán Descalzo, el hombre que doblega las piedras con las palmas férreas de sus pies, repone enseguida: «Yo iré despacito». Y luego sus ojos azules se entremezclan con el verde del paisaje que tiene delante: «Tengo que morir frente a estas lomas gloriosas».