Raúl Capote, agente de la Seguridad del Estado cubana. Autor: Ismael Francisco Publicado: 21/09/2017 | 05:07 pm
Cuando leyeron El Adversario pensaron que él podía ser uno de los hombres útiles. Raúl Capote buscaba con el libro, esencialmente, homenajear la resistencia de los habaneros en los años 90. Pero los otros quisieron presentarlo como un texto «contestatario» y lo lanzaron al ruedo.
La obra tuvo una gran promoción, aunque había un tramo entre su visión crítica de una Isla atravesada por los dardos del período especial, y los planes agresivos que funcionarios de alto rango de la Sección de Intereses de EE.UU. preveían para nuestro país. Lo reconocieron apenas el primer día que tuvieron al autor frente a frente: querían que la gente se levantara y pidiera una intervención para justificar —como si fueran los tiempos del Maine— la entrada de los marines.
Ahora, quizá, El Adversario no le habría «salido» a Capote igual. «Escribir sobre la realidad cubana de los 90 siempre es muy complejo», sopesa después de estar en un mundo que le reveló las sucias argucias, ilegalidades e hipocresías en que se sustenta la hostilidad de la política yanqui contra Cuba. Siente que sin haber cambiado —porque «siempre he sido revolucionario»— ya no es el mismo. «Tengo una visión muy diferente de muchas cosas».
Fue el contrarrevolucionario Dagoberto Valdés la persona que lo identificó como «candidato», y lo puso en contacto con la SINA.
Así llegó Capote a aquella suerte de cena-tertulia en casa de Francisco Sáenz, a la sazón encargado del área político-económica en la legación estadounidense. Asistían también Louis John Nigro, entonces segundo jefe de la Oficina, así como Kelly Keiderling, secretaria de Prensa y Cultura, quien se sentó a su lado y le dio un tratamiento especial, que se prolongaría después cuando empezó a visitar la casa de Capote acompañada de sus hijos.
Callado durante la sobremesa en casa de Sáenz aquel 14 de mayo de 2004, el escritor escucharía criterios que le provocaron cierta conmoción.
«Dijeron que hacía falta tomar un grupo de medidas enérgicas contra Cuba; que esa era la única manera de hacerla rendir. Que las mismas necesidades harían que la gente “se levantara”. Todos habían estado en países de Europa del Este y tenían mucha experiencia. Cuba, aseguraron, no iba a ser la excepción».
No tuvo más remedio entonces que dar su opinión. «¿Y qué culpa tiene el pueblo cubano? ¿Por qué recrudecer el bloqueo?», rebatió, con esa imagen de tipo duro; inconforme pero racional, que poco a poco alentaría las expectativas de los otros. No obstante, Kelly Keiderling fue consecuente con el tradicional pragmatismo que caracteriza a la política norteamericana: «El fin justifica los medios», le lanzó como respuesta la mujer. Y siguió «atendiéndolo».
Ese fue el inicio de una intensa etapa de la vida de Raúl Capote, que testimonia el activo papel subversivo de la SINA dentro de Cuba, y de oficiales de la CIA que usaron nuestro propio suelo en el reclutamiento de personas «como él».
Material desechable
Usando gorra, pulóver y un jean azul, como es siempre su atuendo, Capote recuerda nombres, hechos de un ayer reciente...
Pronto lo convirtieron en asiduo de la SINA, pero cuidaron de que no se ligara con quienes, ante la opinión pública internacional, son presentados como «la disidencia».
«Tenían un concepto bastante pobre de esa gente. Participé en una actividad con los “periodistas independientes” aunque yo estaba del lado de acá, junto a los americanos; había una especie de cristal que no les permitía a ellos vernos a nosotros. Era una videoconferencia, les hacían preguntas y no sabían responder. De este lado aquello era tremendo: se divertían viendo cómo trataban de enseñarlos.
«A mí me daba vergüenza porque eran cubanos, y me molestaba ver a los diplomáticos estadounidenses riéndose de ellos».
También fue testigo de cómo los grababan en los actos cuando sus «invitados» echaban la comida en bolsas de nailon. ¡Y hasta filmaban las disputas por los radiecitos que regalaba la SINA!
En los años precedentes, el abastecimiento principal con que la Sección de Intereses surtía a los grupúsculos se centró en la entrega de literatura subversiva que «explicaba» cómo se produciría «la transición» al capitalismo, y el papel que desempeñaría en ese proceso «la sociedad civil».
Después entraron en su apogeo las denominadas bibliotecas independientes, que empezaban a extenderse por todo el país con el estímulo que significaba la entrega por la SINA de muebles, equipos electrónicos y colecciones de distinto tipo de literatura que disimulaban la verdadera prioridad de cada envío: los textos sobre la subversión.
A Capote, sin embargo, no lo habían captado para algo tan elemental. Le reservaban un tratamiento especial, invitado a actividades de más alto perfil donde había estadounidenses o diplomáticos de otros países.
La explicación pudo ser la que le dio un día el funcionario que reemplazó a Keiderling en la secretaría de Prensa y Cultura, en el año 2005: Drew Blakeney, un hombre de formación militar que llegó a depositar en él mucha confianza. Le confesó que «a esta gente la necesitamos para armar bulla, mientras personas como yo —supuestamente—, podíamos hacer el trabajo que a ellos les interesaba para tumbar la Revolución.
«Drew quería convencerme de que “la solución” para Cuba era la intervención norteamericana. Su línea era que surgiera un Gobierno provisional que solicitara la ayuda militar de Estados Unidos; ese sería el momento.
«Y necesitaban a una persona capaz de asumir ese papel en caso de que la Revolución se desmoronara, porque no confiaban en esos personajes; para ellos eran material desechable».
Por ahí andaban las tareas que le tenían reservadas.
Brindis por la CIA
Aunque utiliza a fundaciones pantalla como la Agencia para el Desarrollo Internacional de EE.UU. (USAID por sus siglas en inglés) y al Fondo Nacional para la Democracia (NED) para dar un viso legal a sus acciones, la CIA no ha renunciado a involucrar a sus oficiales directamente en el terreno.
Muchas experiencias hay de su trabajo sucio, y nuevos detalles quedan al desnudo cada vez que alguien hurga en uno u otro movimiento desestabilizador que haya decapitado a un incómodo Gobierno, o cercenado algún proceso emancipador.
Su brazo largo estuvo en las denominadas revoluciones de terciopelo que desmembraron al llamado campo socialista europeo, y ahora mismo se revela su labor de zapa en Libia.
Considerada por los yanquis como su traspatio, América Latina ha sido una de las regiones que mejor puede testificar su injerencia criminal, solapada o descubierta. Fue promotora del tenebroso Plan Cóndor, y del Irangate, que dio sustento a la contra nicaragüense en la década de los 80.
Cuba ha constituido para la CIA una obsesión desde 1959. Ni la agresión directa ni los actos terroristas les han dado resultados. De ahí el importante papel que sucesivos Gobiernos estadounidenses han concedido a la subversión interna.
Un elemento central de su estrategia para la Isla radica en la certeza de que no existe una oposición que tenga un reconocimiento social, ni cabecillas capaces. Saben que necesitan caras nuevas.
Ello estaba en el pensamiento del oficial CIA Rene Greenwald desde antes del momento del 2006 en que se apareció en casa de Raúl Capote. Llegó a convertirse en uno de los contactos de afuera que lo atendería con más asiduidad, haciéndole llegar los pedidos o «las ideas» que debía poner en práctica.
El oficial de vasta experiencia en Latinoamérica, vinculado a los regímenes represivos de las décadas de 1970-80, sería también quien lo «reclutaría».
Ello ocurrió aquel mismo día en el hogar del escritor, cuando lo miró seriamente para confesarle, solemne: «Yo trabajo para “el Gobierno” de Estados Unidos. ¿Usted está dispuesto a trabajar para nosotros?», dijo, y luego mencionó «la Organización». Pero como ya se sabía de qué estaba hablando, abrió dos cervezas, lo abrazó y brindó. Era la cordial bienvenida que la CIA le daba a Capote. A partir de entonces, para aquellos sería «Pablo».
Haciendo ciudadanos «democráticos»
Por casi dos años había tenido abiertas las puertas de la Sección de Intereses sin avisar cuando iba, en una época durante la cual se hicieron frecuentes allí las sesiones de videoconferencias mientras, del otro lado del ciberespacio, personajes de universidades estadounidenses seguían adoctrinando a los representantes de esa sociedad civil que un día se «levantaría» contra el «régimen».
Ya el diligente Blakeney le había dado una tarea importante: la conformación de una agencia literaria que publicaría «a todos» los escritores que lo quisieran, pero que en verdad solo pretendía manipular la espera de los autores cuyas obras, por la carencia de papel, aguardaban ver la luz en Cuba.
«Claro que eso de publicarle a todo el mundo no era real; la intención era que se acercara todo el mundo. No les importa la cultura cubana y mucho menos que haya un movimiento cultural real aquí. Lo que querían era tener a las personas que prepararían las mentes para la Cuba que estaban proyectando: un país con dirigentes capaces de pedir la presencia de los americanos».
Luego vino la idea de un Pen Club de escritores, a uso y semejanza del que hay en Miami. Pero tampoco se concretó. Y más tarde cayó lo de la fundación Génesis: en principio, una pretendida organización no gubernamental (ONG).
«Hasta enviaron especialistas a entrenarme, quienes me enseñaron, por ejemplo, cómo crear un proyecto, métodos contables, de qué manera podía funcionar una ONG… Lo que les interesaba era construir “ciudadanos democráticos”», recuerda Capote.
Se trabajó muy intensamente en esos años en la preparación de Génesis. «Pero la cosa se trabó en que ellos estaban locos porque eso se pudiera legalizar aquí. Siempre soñaron con la idea de que fuera una operación legal, para poder maniobrar. Tendría dos agendas: cumplir con su fachada de ONG, y que bajo esa cobertura yo pudiera organizar un equipo de trabajo para ese futuro, cuando se dieran las que ellos consideraban “condiciones objetivas”».
Todavía algún tiempo después, uno de los que más empuje le puso al asunto fue Marc Wachtenheim, colaborador de la CIA, y el hombre que hasta 2010 fue el director del programa Cuba en la Fundación Panamericana para el Desarrollo (FUPAD), una ONG fundada por mandato de la OEA que está entre las principales receptoras de fondos de la USAID.
Wachtenheim veía la cosa a escala mucho mayor. Su propósito era que Génesis fuera una fundación hacia la que Capote atraería, entre otros, a intelectuales descontentos.
«Génesis debería ser una suerte de “génesis” del pensamiento de derecha en el país. Ellos no estaban hablando del pensamiento de derecha de Miami ni de la “derecha” tradicional cubana. Pensaban en una nueva manera de proyectar el pensamiento de derecha, y qué movimiento político podían oponer al Partido Comunista en Cuba. ¿La que ellos llaman sociedad civil? Saben que esa variante no existe. Por tanto, llegaron a la conclusión de que la única manera de enfrentar la Revolución y derribarla era creando una oposición real».
Hacia ese derrotero iba encaminado, por ejemplo, el programa de becas anunciado por Estados Unidos para los jóvenes cubanos en el año 2008. Un plan gratuito mediante el que ellos escogerían a los candidatos, con el único requisito de que debían regresar al país. Se trataba de fabricar allá líderes opositores que luego nos serían importados.
En la mira no están solo las nuevas generaciones y los intelectuales sino también los negros, las mujeres, personalidades del ámbito religioso o de denominaciones fraternales, como parte de un plan que intenta reproducir en Cuba fenómenos que son propios de la sociedad estadounidense para fomentar la división aquí, y potenciar el surgimiento de liderazgos.
La SINA ¿se lava las manos?
Un día llegó la contraorden a Raúl Capote: no poner más los pies en la Sección de Intereses, de modo que ojos indiscretos no lo pudieran comprometer. Ellos lo necesitaban «limpio» para hacer su trabajo de subversión entre los jóvenes; aprovecharían que era profesor de una facultad de la Universidad de Ciencias Pedagógicas, y sus contactos como ex dirigente en Cienfuegos de la Asociación Hermanos Saíz. Estaban convencidos de que la cultura era la vía para «entrar».
Junto al oficial CIA Greenwald, también lo atendería a partir de entonces Wachtenheim. Robert Balkin, un estadounidense que residía en México y trabajaba para una filial de la Universidad de Nueva York, sería igualmente un eslabón cercano.
Ya le estaban suministrando equipos de última generación en materia de infocomunicaciones, cámaras fotográficas, impresoras y otros medios, además de medicamentos. Los enviados no siempre eran los mismos. Balkin le recalcó que pidiera todo lo que necesitara. «Solo tienes que mandarnos un correo», insistió.
Claro que Capote no enviaría sus mensajes por el método normal en que lo hace cualquier cubano, sino utilizando el BGAN, un equipo de conexión satelital para el acceso a Internet sin usar las redes locales ni ser detectado.
«Es una vía de comunicación rápida que me permitía acceder adonde quisiera y comunicarme con ellos. Siempre te exigían usar el sistema de encriptamiento. Me enseñaron incluso a colocar información en el píxel de una fotografía, para que nadie la pudiera detectar. O en una nota musical dentro de un archivo de sonido. Y me explicaron que yo era un “privilegiado” porque ese equipo era una cosa secreta; algo que en sus inicios estuvo previsto para el uso militar».
En abril de 2008 se lo llevó a su propia casa James Benson, en ese momento, primer secretario político-económico de la SINA. «Mira, yo vengo a entregarte lo que tú estás esperando», le dijo.
Le pedían mucha información. Marc Wachtenheim, por ejemplo, estuvo muy interesado en saber cómo la gente en Cuba obtenía las antenas parabólicas, cuántos las usaban y la manera de extenderlas.
Después de eso le empezaron a solicitar criterios sobre la manera en que pensaban los intelectuales. «Querían saber también qué opinaban los nuevos empresarios: si ellos creían que Cuba debía cambiar, qué idea tenían del país».
En un momento determinado le orientaron retornar a la Universidad, donde ya no estaba «porque se dieron cuenta de que era donde yo podía hacer una labor efectiva.
«La idea no era únicamente que yo fuera profesor, sino que lograra llegar a ocupar cargos. Les interesaba que trabajara en la Extensión Universitaria, y habían prometido apoyarme con recursos para competencias deportivas y todo lo que hiciera falta en la esfera cultural».
El BGAN fue, en efecto, un medio de comunicación seguro hasta que apenas en diciembre pasado, en una breve conversación vía Internet por medio del chat, Wachtenheim enviaría a Capote un aviso urgente: deshacerse del «aparato» aquel.
«Nunca lo uses más (…) Si te lo encuentran, se complicarían las cosas para ti, para nosotros, y para alguien más que está preso», le advirtió en evidente alusión al denominado «contratista» estadounidense Alan Gross, pocas semanas antes de que se iniciara su juicio en La Habana.
Sullivan en la oscuridad
Para entonces, nuevos oficiales de la Agencia Central de Inteligencia lo habían contactado. Como una noche de octubre de 2008 en que Anthony Boadle, entonces corresponsal-jefe de la agencia Reuters, lo invitó a una recepción en la Embajada de Alemania. Alguien importante de la SINA se le acercaría; sin embargo, Capote esperó inútilmente.
Nadie se dirigió a él hasta que el propio periodista que lo llevó le conminó a retirarse juntos y, saliendo de su escondite en la oscuridad, emergió la figura misteriosa que le había sido anunciada… Montó con ellos al auto y, entre otros temas, le preguntó al escritor si le habían publicado sus libros y lo relacionado con una posible «transición», así como «el papel que Raúl Castro podía desempeñar en ese “cambio” en Cuba». También quería saber el rol que los intelectuales jugarían en ese momento.
Capote siempre se quedó con la sensación de que el sujeto debía darle un mensaje o encomendarle alguna misión, pero no se decidió. Antes de bajar del carro, el desconocido le dejó la tarjeta con un nombre más elocuente que la escasa conversación que le había brindado: Mark Sullivan.
Su expulsión de Ecuador algún tiempo después, en febrero de 2009, le explicaría a Capote por qué fue antecedido de tanta alharaca su fugaz encuentro en La Habana.
La denuncia del presidente Rafael Correa acerca de la injerencia del estadounidense en los asuntos internos de la nación desde su cargo como primer secretario de la Embajada de Estados Unidos, destapó una olla aún más hirviente: Sullivan era el jefe de la Estación CIA en aquel país.
La oportunidad de servir
A esas alturas, la CIA había experimentado ya otro de sus grandes desencantos en Cuba. Poco después del 31 de julio de 2006, cuando la Proclama del Comandante en Jefe al Pueblo de Cuba dio a conocer su enfermedad y el traspaso temporal de sus funciones, Drew Blakeney llamó a Raúl Capote urgentemente.
El país respiraba tranquilidad, y las expectativas de quienes en Miami y Washington habían apostado por la desestabilización, estaban frustradas.
Faltaban escasos días para el 13 de agosto, que marcaba el 80 cumpleaños de Fidel, cuando el diplomático yanqui le adelantó que el contrarrevolucionario Darsi Ferrer «se iba a “inmolar” lanzando un comunicado para, supuestamente, levantar a todo Centro Habana, y que llamaría a una huelga general».
Entonces le orientó a Capote redactar un texto que llamara a «la unidad, a una concertación de partidos “por la democracia”».
Pero nada de eso ocurrió. El «levantamiento» solo era posible en las mentes calenturientas de los de la CIA, la derecha de Miami y la Casa Blanca, quienes se quedaron esperando una excusa que les propiciara una intervención en Cuba.
«Sé que cuando se habla de John Quincy Adams, los jóvenes creen que eso es una cosa del 1700. Mucha gente piensa que la idea de la anexión pasó. Sin embargo, yo les puedo asegurar que es algo muy actual», asevera Capote.
Siete años después de convertirse en el agente Daniel de la Seguridad, considera que no ha hecho algo sobrenatural. «No todos los hombres tienen la oportunidad de servir a su pueblo, a la Patria, de esta manera», considera. «Nosotros nos entregamos a esto para mis hijos y para los hijos de todos los cubanos».
Ahora, cuando vuelve al aula de manera abierta y sin tener que fingir, siente el compromiso tremendo de continuar desde allí. «Es muy importante la batalla ideológica: la lucha que hay que librar hoy es esa. Trataré de usar mi experiencia de todos estos años para llevarla a mis alumnos y enseñarles la Historia de Cuba. Es una tremenda responsabilidad, pero quiero consagrar mi vida a eso: a los jóvenes».