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Falso ropaje

Enmascaradas con una fachada «humanitaria», algunas ONG son utilizadas en acciones de subversión directa contra Cuba. José Manuel Collera Vento, el agente Gerardo de la Seguridad del Estado, pone al descubierto los intentos por penetrar la comunidad religiosa

Autores:

Marina Menéndez Quintero
Deisy Francis Mexidor
Jean Guy Allard

Sabía desde el principio que detrás de aquella búsqueda insaciable por conocer sobre presuntas necesidades materiales había, como se dice en buen cubano, «gato encerrado». Su olfato de viejo agente le indicaba hacia un punto indefinido todavía; el asunto era averiguarlo.

Todo comenzó a finales del año 2000, cuando José Manuel Collera Vento fungía al frente de una institución masónica por medio de la cual se le acercaron personas procedentes de Estados Unidos que le fueron presentadas por el ciudadano Gustavo Pardo Valdés. Aparentemente los unían sentimientos afines ligados a la organización fraternal, y se vincularon con él interesadas en promover un proyecto humanitario. «Sin embargo, en la marcha de esas relaciones se hizo evidente que había otros propósitos».

Enseguida fue notorio que esos individuos «tenían una gran influencia y presencia en los medios sociales, culturales y políticos de aquel país». Pero lo que le llamó la atención fue que la masonería no constituía realmente el nexo que los vinculaba.

Además, ¿por qué le importaban a la Sección de Intereses de Washington en La Habana y a sus funcionarios, los términos de esa «ayuda» que se perfilaba? De una forma u otra, alguno de sus funcionarios estaba siempre presente en los encuentros con emisarios de las ONG que enviarían el soporte humanitario.

Hacia el año 2002 ya los nexos de Collera con la canadiense Fundación Donner, utilizada por el enemigo para enmascarar el financiamiento de proyectos subversivos contra la Isla, y la Fundación Panamericana para el Desarrollo (FUPAD), un engendro de la OEA cuyos mayores ingresos proceden de la USAID (sigla en inglés de la Agencia para el Desarrollo Internacional de EE.UU.), eran fluidos.

Asistió en reiteradas ocasiones a la SINA junto a directivos de esas ONG en tiempos de Vicky Huddleston, James Cason y Michael Parmly como jefes de la oficina.

Así entabló relaciones con personajes como Curtin Winsor, un ex embajador de Estados Unidos en Costa Rica que estaba ahora al frente de la Donner, quien junto al masón Akram Elías, ex Gran Maestro de la Gran Logia de Washington, le presentaron a Marc Wachtenheim, colaborador de la CIA vinculado a uno de sus oficiales, Rene Greenwald. Estos últimos realizaron un estudio minucioso de las capacidades tecnológicas de las redes cubanas de infocomunicaciones. Hasta el 2010, Wachtenheim fue el director del Programa Iniciativa para el desarrollo de Cuba de la FUPAD, también receptora del dinero del Fondo Nacional para la Democracia (NED).

El caso es que «ellos comenzaron hablando de la informática, luego de las bibliotecas, de las farmacias independientes, fuera de los marcos estatales»… y al final Collera estaba sentado en el 2005, en Washington, delante del halcón Otto Reich, ex subsecretario de Estado.

La conversación con él fue «básicamente para oír sus opiniones respecto a la situación en Cuba. Se interesó por el contrarrevolucionario Gustavo Pardo y por la posibilidad de un “cambio” que significaba tumbar el Gobierno», aunque «temían mucho que eso fuera de modo brusco porque, a juicio de ellos, tal coyuntura ocasionaría un éxodo masivo» hacia territorio estadounidense «que no les convenía».

Como desconocen la real sociedad civil cubana, sus planes preveían crear otra paralela, en línea con sus intereses subversivos y en ese contexto, según dedujo, imaginaron que la masonería sería una confraternidad llamada a emerger con un liderazgo durante la «transición».

En esa oportunidad sintió que le estaban «dando demasiado importancia a mi persona» porque los «encuentros iban y venían». Recuerda que también se entrevistó «en casa de Winsor con un enemigo visceral de la Revolución Cubana: el terrorista Frank Calzón», quien le comentó de enviarle «medicamentos y medios, sobre todo radios para captar la onda corta, algo que nunca hizo».

Pero a José Manuel Collera sí le constó que Calzón mantenía lazos y abastecía a elementos de la contrarrevolución en la Isla como lo hacía con Pardo, un sujeto que desde joven colaboró con la CIA en acciones de sabotaje y planes de atentado contra el Comandante en Jefe Fidel Castro, lo que le valió sanciones de los tribunales cubanos.

De sorpresa en sorpresa fue Collera durante esa estancia en Estados Unidos. Lo recibieron hasta en el Consejo Nacional de Seguridad, donde se dedicaron «solo a escucharme, no daban opiniones», y eso lo hacía experimentar cierta incomodidad.

Concluyó que, en efecto, trataban de utilizarlo, y buscaban información sobre el tema que tanto le quita el sueño a quienes, en Washington, aspiran a revertir la Revolución: su criterio «respecto a la posibilidad de un cambio en Cuba y cuál sería la situación objetiva para lograrlo».

Por otra parte, en sus encuentros pudo constatar la convicción del Gobierno estadounidense de que «no hay líderes dentro de la denominada disidencia porque, en primer lugar, las cabezas visibles carecían de reconocimiento dentro de la pequeña comunidad de los “opositores”, y porque no constituyen una realidad política».

El cuartico está igualito

La llegada al poder de una administración demócrata no representó transformación alguna para las deterioradas relaciones entre Estados Unidos y Cuba.

El presidente Barack Obama, aunque ha pretendido dar una imagen distinta en ese sentido, lo único que ha propiciado son modificaciones cosméticas; eliminando algunas de las medidas draconianas que había impuesto George W. Bush y con el empleo de un tono más bajo en su discurso, ha recrudecido el bloqueo contra Cuba.

Desde su ascenso a la Casa Blanca se incrementaron las multas contra quienes han intentado flanquear las barreras impuestas por el cerco económico, lo que indica que esta política sigue vigente con todo su rigor.

Ahora la confirmación de otros 20 millones de dólares en el 2011 para el espionaje y la subversión en la Isla, ha acercado a Obama un poco más a los sectores reaccionarios de la derecha en Florida. Su actuación es consecuente con la herencia del Plan Bush en sus versiones de los años 2004 y 2006.

Precisamente, el rol que desempeñarían las ONG para provocar «un cambio» en Cuba está bien detallado en el  capítulo II de aquel programa anexionista, cuando habla de traspasar «a las Organizaciones No Gubernamentales e iglesias gran parte de las responsabilidades que actualmente tiene el Estado socialista en el aseguramiento de los servicios básicos», y pretende acusar a la Revolución de no dar respuesta a las necesidades humanitarias más importantes del pueblo. Para los «ideólogos» de la transición, este escenario solo se superaría en una era «post Castro».

En cuanto a la FUPAD, su accionar contra Cuba se ha ido diversificando y extendiendo en sectores como el intelectual y el religioso. Con los fondos del contribuyente estadounidense, abastecen a los ciudadanos que intentan captar para la ejecución de sus proyectos subversivos dentro de nuestro país.

Planes siniestros

José Manuel Collera iba ganando conciencia de que tales postulados estaban detrás de las ONG que se le acercaron. Y sabía que, en su desesperación por minar el proyecto social internamente, podían apelar a cualquier método.

El 18 de septiembre de 2006, lo comprobó cuando la Miami Medical Team Foundation, organización vinculada a la USAID, le propuso que «buscara a personas de total confianza» para algo gordo. Esa agrupación intenta sabotear la ayuda internacionalista de Cuba en otras naciones, promoviendo acciones para la deserción de especialistas en el sector de la salud.

Una descabellada propuesta le fue realizada a Collera: buscar gente confiable que debía tener conocimientos en informática y habilidades para «provocar, con el uso de tecnologías de infocomunicaciones fuera del control gubernamental, un desorden en el sistema de computadoras del aeropuerto de Miami y Atlanta», aunque le mencionaron «la posibilidad de otras 13 terminales aeroportuarias con mucho tráfico dentro del territorio de Estados Unidos».

Se pensaba en un posible ataque cibernético. De concretarse el siniestro plan que le heló la sangre en las venas, el mundo habría contemplado un «verdadero desastre», que daría el pretexto para una intervención directa contra la Isla. «Cuba resultaría acusada, y tendrían la justificación perfecta para una acción armada “de respuesta” contra nuestro país».

Dos días después, en un contacto con Manuel Alzugaray, en la actualidad presidente y uno de los principales ejecutivos de la Miami Medical Team Foundation, Collera corroboró que se estaba jugando al duro.

Alzugaray, un individuo que abandonó Cuba al principio de la Revolución y acumula desde entonces un amplio currículum terrorista, le comentó que se había creado «un grupo especial en la Casa Blanca dirigido por la entonces jefa de la diplomacia estadounidense, Condoleeza Rice, que era apoyado por el Comando Sur y cuyo objetivo consistía en promover el fin del Gobierno cubano».

Debía seguir, según le orientaron, en la tarea de «organizar la entrada de “ayuda humanitaria” mediante la puerta de la masonería», y a la vez le plantearon un elemento nuevo para precipitar ese proceso: pasando por encima de su condición de médico, le participaron la idea de ubicar «las instalaciones científicas y hospitales en Cuba donde se manejaban isótopos radioactivos», y le insinuaron que el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología era un probable punto donde existirían.

La indicación obedecía a la preocupación de las autoridades norteamericanas de que en caso de una agresión militar a Cuba, sus tropas pudieran ser afectadas por el uso de las llamadas bombas sucias radioactivas.

Imaginaba que aquello superaba sus fuerzas y tragó en seco. ¿Hasta dónde eran capaces de llegar estas ONG con fachada humanitaria?

Pero aquel día de septiembre también se entrevistó con funcionarios de confianza de la Rice.

Por supuesto, las preguntas fueron las mismas: ¿Cuál era la situación en Cuba? ¿Qué podría pasar en un futuro cercano? ¿Cómo «ayudar» a su institución ante una eventual coyuntura política vinculada a la «transición»?

Esa propia tarde, durante el traslado al aeropuerto de Miami para su regreso a La Habana, Collera recibió además la confirmación de que el jefe de la Sección de Intereses de Estados Unidos en Cuba lo vería tras su arribo al territorio nacional para entregarle una visa permanente, la cual había sido solicitada a Robert Blau, entonces consejero político económico de la SINA.

Los contactos iban subiendo de nivel y las conversaciones se vislumbraban siempre más allá de la filantropía.

El que sabe lavar y guardar las ropas

Durante todo este tiempo, José Manuel tuvo que hacerse de mucho nervio. No resultaba fácil para él ofrecer un discurso complaciente y escuchar en ocasiones, sin inmutarse, los planes que se estaban tramando.

Una vez, incluso, le propusieron que participara en un acto en el Kennedy Center, de Nueva Jersey, y que en ese marco le entregara un diploma a Lincoln Díaz-Balart.

Lo presentaron como «un cubano que ahora va a decir aquí lo que no puede decir allá». Pero se olió una trampa en aquellas palabras y pensó rápidamente que debía ser cuidadoso en cómo se expresaría.

Entonces tomó el micrófono y, sin dirigirse a alguien en particular, «les expresé que iba a decir allí lo mismo que podía decir aquí», para agregar luego una idea que creó la duda entre los asistentes: «la libertad está dentro de uno mismo, la libertad no depende del entorno». ¿A qué se refería?, se habrán preguntado.

Sin pérdida de tiempo empezó a «“realzar” la figura de Díaz-Balart» e ideó en el transcurso de la oratoria la manera de no traicionarse a sí mismo, «porque ese es uno de los enemigos más encarnizados de la Revolución Cubana».

La solución que encontró fue calificarlo como «uno de los polos en un diferendo que existe entre una gran nación y una pequeña Isla», sin manifestar quién tenía la razón.

Cuando terminó, los presentes lo felicitaron porque «¡contra, como hablaste bien de Díaz-Balart!». Sin embargo, para el invocado no pasaron por alto las sutilezas de aquellas palabras y comentó a los organizadores de la ceremonia que «el “chamaco” sabía lavar y guardar la ropa».

Cerrando el círculo

Los viajes en uno y otro sentido se incrementaban. Los contactos también. Collera llegó a realizar alrededor de seis visitas a Estados Unidos en un breve lapso y era partícipe de los recorridos de los emisarios y funcionarios de la FUPAD a la Isla.

«Se conversaba mucho allá sobre la ausencia del Comandante en Jefe debido a su enfermedad», lo que interpretaban como «una buena coyuntura para promover los pasos hacia “la democracia”, pues consideraban que había “una falta de liderazgo en el país”».

En octubre de 2008, el norteamericano John Heard y el colombiano experto en logística, comunicaciones e informática Héctor Cortés Castellanos, ambos emisarios de la FUPAD, arriban a La Habana con el propósito de «explorar el terreno y no iniciar ningún tipo de proyecto sin antes tener bien claras las formas de empleo de los recursos y su manejo», había indicado Wachtenheim.

Ya en suelo cubano, Heard —un graduado en Relaciones Internacionales que también desde 1983 se había vinculado a la USAID—, se interesó por conocer los niveles de «“penetración” de la Seguridad del Estado en los diferentes grupos poblacionales. También manifestó el deseo de entrevistarse en Pinar del Río con el contrarrevolucionario Dagoberto Valdés y el consejo de redacción de la revista Convivencia, de igual perfil. Además, fuimos a ver a un escritor llamado Raúl Capote», recuerda.

En ese viaje, «a Valdés se le entregó una computadora portátil y un paquete de medicinas y, a su vez, él sugirió un encuentro con la contrarrevolucionaria Carmen Vallejo, quien desde 1988 montó un proyecto de supuesta atención a niños y jóvenes enfermos de cáncer, con el apoyo material y financiero de la SINA así como de embajadas europeas».

Pero el haber involucrado a Collera sin la autorización de la FUPAD en el conocimiento de todos sus conectos en la capital cubana, le costó a los emisarios que los «sacaran de circulación». Al parecer «violaron una elemental regla de compartimentación, aunque ambos tomaron sus medidas de clandestinidad para obtener información, al estilo de los Servicios Especiales. Por eso fotografiaron las notas tomadas en los contactos, destruyeron papeles y ocultaron la tarjeta de memoria de su cámara fotográfica».

En este rol que le iban adjudicando, José Manuel «necesitaba fomentar contactos personales con gente en todas las provincias para, llegado el momento, poder activar una red de colaboradores desde Guantánamo hasta Pinar del Río» cuando comenzara la entrada al país de la supuesta ayuda humanitaria, que era la fachada de las ONG instrumento de EE.UU. para «meter lo suyo». La tónica de la asistencia siempre llevaría el sello de que se destinaría a las capas más vulnerables de la población cubana.

A estas alturas, el camino de José Manuel Collera estaba abierto ante Washington. En septiembre de 2009 lo recibieron en la oficina del Buró Cuba, perteneciente al Departamento de Estado, cuando fue a realizar los trámites para la prórroga de su visado. En esa gestión lo acompañaron Humberto Alfonso Collado, un emisario de la FUPAD, y Wachtenheim.

Al atenderlo le aseguraron que «no tendría más dificultades para resolver la visa, y que tampoco eso sería un problema en lo adelante cuando deseara viajar a Estados Unidos».

Cuentas claras

En uno de los múltiples encuentros de Collera con Marc Wachtenheim, este le pidió «una caracterización de la situación sociopolítica del país y, además, que tratara de lograr el acceso a un teléfono celular y a Internet para facilitar la comunicación entre ambos».

Igualmente, le sugirió que «intentara invertir en un negocio ilegal que le permitiera ganarse unos pesos, tal vez como pantalla para que pasaran inadvertidos los pagos que recibía a través de la FUPAD».

Eso sí, debía mantener al día sus cuentas, incluso el director del Programa Cuba de la Fundación le orientó que mandara los vales de gastos, como lo instruyó el 3 de marzo de 2009.

La última vez que José Manuel vio a Wachtenheim, en diciembre de 2009, este le dejó «cien euros para gastos personales, un disco externo, un escáner y el teléfono celular que utilizó durante su estadía en la Isla con un saldo de más de cien dólares de crédito».

Por los intereses demostrados y sus posibilidades, a Collera no le quedaron dudas de que estaba ante un agente de la CIA, y que la «supuesta ayuda humanitaria estaba permeada, controlada, fiscalizada, dirigida y monitoreada» por la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana, de un modo que «nada tenía que ver con nuestra realidad institucional».

Tanto era así que, previo acuerdo con el funcionario de la SINA Joaquín Monserrate y con Wachtenheim, los emisarios de la FUPAD sostuvieron una reunión el 4 de diciembre en la Oficina de Intereses, para analizar la marcha de sus proyectos subversivos.

Sobre la palestra estaban, entre otras tareas orientadas a Collera dentro de la masonería, «crear una red de computación con acceso a Internet que permitiera la comunicación con el exterior y un detalle significativo: debía estar fuera del control de las autoridades cubanas; impulsar las denominadas bibliotecas independientes; darle luz verde al suministro de medicamentos a través de unas llamadas minifarmacias, y organizar conferencias sobre temas específicos.

«Ellos financiarían los viajes dentro y fuera del país, y ayudarían a modernizar los medios de impresión de la Gran Logia de Cuba».

Wachtenheim le prometió que volvería para unas actividades de la masonería a principios de 2010; sin embargo, recibió una sorpresiva llamada telefónica en la que le informa sobre la suspensión momentánea de todos los planes. «No hace mucho tuve un nuevo contacto con él. Me comentó que ya estaba fuera de la FUPAD, pero que estaba realizando el mismo trabajo y para eso crearía su propio grupo, lo cual le daría más independencia».

Cara a cara

José Manuel Collera Vento es médico pediatra de profesión, graduado en 1970. Pinareño de nacimiento. Hijo de campesinos. Cumplió misión internacionalista en Angola entre 1983 a 1985. Fue directivo de la Gran Logia de Cuba, institución en la cual ocupó distintas responsabilidades a partir de 1975, y llegó a presidirla en el 2000. En el mismo año ‘75 inició la colaboración con la Seguridad del Estado.

De acuerdo con la caracterización que se hizo de él se auguraba que podría convertirse en un gran agente, por sus cualidades personales y su prestigio dentro de la masonería. Más de tres décadas después se confirma aquel vaticinio.

Sonríe ante esta apreciación y medio en broma recuerda que «algo bueno hicimos, porque en Estados Unidos me dieron la Medalla de la Libertad que se considera, según supe, el más alto “honor” que otorga la bancada republicana en el Senado».

Durante casi 30 años fue «Duarte» para la Seguridad cubana. Por cuestiones operativas «hace seis años cambié mi seudónimo y me dieron a elegir mi nuevo “nombre”. Pensé en nuestros cinco hermanos y en especial en uno. Por eso, a partir de ese momento he sido Gerardo».

Ahora, cuando las cortinas del anonimato se descorren, dice que se siente muy tranquilo porque «creo que he cumplido con mi deber, algo que todos, de una manera o de otra, tenemos la obligación moral de hacer por nuestra historia tan larga de luchas, que es una sola. Estoy totalmente comprometido como cubano y como patriota. Soy un martiano fervoroso y también cespedista. Además, como masón, actué para proteger a todos aquellos a quienes amo y defiendo».

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