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La dulce esperanza de la patria

Así calificó a la juventud el pedagogo, filósofo e independentista cubano Félix Varela Morales, de cuyo magisterio y legado ético podemos aprender mucho hoy, sostiene la estudiosa y pedagoga villaclareña Nancy Luis Fernández

Autor:

Yoelvis Lázaro Moreno Fernández

SANTA CLARA, Villa Clara.— En la aproximación y el estudio a la obra intelectual del pedagogo, filósofo y sacerdote cubano Félix Varela Morales, los jóvenes pueden encontrar muchos terrenos conquistables, espacios de su pensamiento en los que pervive el consejo útil y la conducción hacia una enseñanza, un conocimiento del mundo y una ética que ayude a dignificar cada día nuestra sociedad.

Para la Doctora en Ciencias Pedagógicas Nancy Luis Fernández, sostener esta idea obliga a penetrar en las esencias humanistas y emancipadoras del magisterio vareliano, ese amplísimo conjunto de lecciones que nos puede guiar en no pocas esferas de la vida y del que todavía tenemos mucho que aprender.

Rodeada de jóvenes estudiantes de todo el país, a propósito del Primer Festival Nacional de la Clase, celebrado recientemente aquí, esta pedagoga villaclareña departió sobre el hombre al que Martí llamara patriota entero, e instó con énfasis a conocer a Varela en su totalidad, en un sentido más humanizado y cercano a nosotros.

«Es necesario verlo como una persona común, de carne y hueso, que sufrió intriga, persecución y un exilio forzado, pero que llevaba consigo afanes creativos y deseos de cambiar las cosas inoperantes de su época, como los pudiera tener cualquier ser humano».

—¿Qué caracteriza el pensamiento educativo de Varela?

—Primeramente, es esencial tener en cuenta que este intelectual vivió en la primera mitad del siglo XIX, en un período marcado por una concepción pedagógica que respondía a los paradigmas de la educación escolástica, la cual no solo ponía obstáculos para el desarrollo del pensamiento, sino que impedía también el progreso de la ciencia, justificaba la unidad a España y sostenía el viejo orden feudal.

«Lo más trascendente de sus ideas en torno a la enseñanza radicó en darle cauce hacia el conocimiento, en medio de una época de visiones tan rígidas, a un magisterio que se oponía a la forma de enseñar, a partir de una concepción centrada en el método explicativo, de manera que se propiciara discernir y discutir conscientemente, porque para él la necesidad de pensamiento por sí solo era medular.

«Varela sentó los cimientos de la escuela cubana de Filosofía, en la que se formarían hombres capaces de reflexionar y promover ideas consecuentes con transformaciones que requerían su realidad.

«Siendo todavía un muchacho ya sobresalía por su clara inteligencia, por su insistencia en que los derechos colectivos siempre primaran por encima de los individuales, y por su interés en la instrucción social, sobre todo de las generaciones más nuevas».

—¿De qué modo este hombre de juicios y posturas tan revolucionarias para su época se vinculó con la juventud?

—Varela siempre fue un consejero de los jóvenes. Para ello se basó en la persuasión y el convencimiento mediante el argumento sólido, al ubicar el bienestar social como tarea mayor.

«Una de sus obras más importantes fue Cartas a Elpidio, escrita desde su destierro en Nueva York en 1835 y dirigida especialmente a la juventud.

«Elpidio no fue más que un personaje creado por la imaginación de Varela que simbolizaba la juventud de la Isla. La obra, que tomaba factores humanos y sociales desarrollados desde problemáticas religiosas, y con un acentuado sentido ideológico sobre la formación social y la política, buscaba como objetivo fundamental el desarrollo moral y patriótico de los jóvenes.

«En cada carta es apreciable la instancia a querer y comprender la necesidad de una Isla mejor, en beneficio de toda la sociedad, pues para Varela conseguir el bien de su país era un deber supremo.

«Pienso que son documentos asimilables más allá de las diferencias de contexto y experiencias vitales. Sin caer en falsas extrapolaciones hay esencias que llegan a nosotros. De este intelectual hay que tomar sus lecciones morales, filosóficas y pedagógicas que perduran por encima de los imperativos y distingos de esta nueva época».

Es destacable que para nombrar ese singular conjunto de escritos, al parecer el autor de las Cartas a Elpidio se basó en la etimología de la palabra Elpidio, que significa esperanza. A ello habría que sumar que en uno de sus primeros materiales, al referirse a la juventud, escribió: «Diles que ellos son la dulce esperanza de la patria».

—Coincidentemente, en el mismo año en que nació el Apóstol murió Varela. Aun cuando ellos no se conocieron, existen puntos convergentes en sus obras…

—Más que puntos convergentes, creo que sería mejor hablar de una continuidad de pensamiento. No se trata de extrapolar las concepciones pedagógicas e independentistas de uno y ponerlas al lado de las del otro. Lo interesante y más admirable radica en que el quehacer del primero sirvió de apoyatura y complemento a la formación del ideario martiano.

«Como se sabe, fue una casualidad que en 1853 naciera el Apóstol y pocos días después muriera Varela. Pero entre ellos es visible una coherencia en cuanto a la independencia nacional, una postura intransigente contra la anexión de Cuba a cualquier país del mundo y la necesaria emancipación del hombre.

«Varela consideraba que para formar valores había que defender y conocer a la Patria en primer lugar. Estudió los procesos mentales de análisis del hombre y cómo este observaba el medio que lo rodeaba. Por su parte, Martí en una realidad distinta conoció y comprendió los diferentes modos de vida existentes en varios países, y con una experiencia y un pensamiento más radicalizado describió otros fenómenos ya manifiestos con mayor claridad y abogó también por acercar el hombre a la naturaleza, a la tierra.

«Como vocero de las ideas más revolucionarias de su época y en busca de la unidad de los cubanos, Varela fundó El Habanero, periódico en el que, además de escribir sobre temas políticos, introducía datos científicos y literarios. Años después Martí creó desde el exilio, en 1892, el periódico Patria, como expresión independentista y medio de comunicación sobre la guerra necesaria».

—¿Del legado pedagógico de Varela, qué se necesita fortalecer aún en nuestras aulas?

—Todavía hace falta desterrar por completo la tendencia de aprenderse determinados contenidos de memoria.

«El razonamiento propio, el diálogo, la construcción conjunta y la participación y creación entre todos, han de ser elementos que se afiancen cada vez más en los procesos de aprendizaje. También se debe actuar sistemáticamente, pues Varela decía que la constancia en el estudio consolida los conocimientos».

—¿Cómo poner entonces el pensamiento de Varela en función de despertar hoy el amor por el magisterio?

—Para eso es necesario tocar las fibras íntimas de cada estudiante, detallando cada pasaje de su vida, explicando la correspondencia cabal entre su palabra y su acción, y sobre todo emocionando. Él sostuvo que al hombre, una vez instruido en el pensamiento, había que desarrollarle el sentimiento. Y eso es vital. El maestro tiene que ser un multiplicador de las ideas de Varela, pero a la vez un ser apasionado y estremecedor.

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