Quienes tienen que protagonizar la ciencia agropecuaria no son los científicos, sino los campesinos, sostiene Humberto Ríos Labrada, primero a la izquierda. Autor: Cortesía de la fuente Publicado: 21/09/2017 | 04:57 pm
Ha sorprendido a muchas personas que el cubano Humberto Ríos Labrada ganara el Premio Medioambiental Goldman 2010, considerado por los ecologistas como el Nobel Verde.
Con apellidos a la medida de quien sueña con preñar la tierra, este Doctor en Ciencias Agrícolas vino al mundo en días muy tensos para los cubanos, en plena Crisis de Octubre. Tal vez los aires belicistas de entonces lo convirtieron en un pertinaz luchador que defiende sus sueños. Comenzó su tesis de doctorado a principios del período especial, cuando se obsesionó con obtener calabazas ricas en vitamina A, y la necesidad lo condujo a la sapiencia de los guajiros, quienes allanaron el camino a la verdad perseguida por este hombre.
También por aquellos días encontró dentro de sí a un cantante y compositor que lo ayudó a aliviar las carencias materiales; alternaba las jornadas en los surcos de Batabanó con descargas en el Patio Colonial de La Habana Vieja, donde por sus canciones a la agricultura y a la diversidad criolla, mereció aplausos y consiguió los cheques de pago que hicieron repensar el asunto de producir más alimentos casi sin nada, porque por aquellos días el campo socialista se había desmoronado y la agricultura se había quedado colgada.
Para mayor osadía, por aquella fecha se las dio de contracorriente y se dijo que «para saber cómo ronca Cheo, hay que dormir con Cheo». Dejó la casa donde vivía, en el municipio de Playa, para irse al Guatao y atender una finquita, sin importarle que, según la narrativa popular, en una ocasión una fiesta no terminara del todo bien en ese lugar ubicado en la periferia de la ciudad.
«Estoy muy feliz y nada tiene que ver con el premio, sino con las inquietudes que siempre tengo. Si muriera y reencarnara quisiera volver a nacer en este país, donde siempre hay cosas que hacer», confesó cuando hablamos del Goldman 2010, otorgado por un comité internacional en Estados Unidos a seis personalidades, entre las cuales se encuentra él.
Humberto es creador del Programa de Innovación Agropecuaria Local del Instituto Nacional de Ciencias Agrícolas (INCA), en La Habana. Con él suman 139 las personas de 79 países seleccionadas para optar por el premio, a partir de nominaciones remitidas por una red mundial de organizaciones e individuos ecologistas.
—¿Qué méritos avalan el premio?
—Este Nobel Verde, como también se le conoce, fue creado en 1989 por los líderes cívicos y filántropos Richard N. Goldman y su esposa Rhoda H. Llega porque alguna de las personas premiadas en ediciones anteriores me propuso. Así funciona su otorgamiento. Es un proceso totalmente secreto.
«Se premia a seis personas. Una por cada área geográfica. A mí me contemplaron dentro de la categoría de Islas e Isla-nación, en la cual compiten los candidatos de Japón y Australia. No pensé obtener ese premio jamás.
«Estuve diez días en San Francisco y en Washington D.C. Allí me reuní con la familia Goldman y participé en dos ceremonias muy importantes, al estilo de la entrega de los Grammy. También conversé con el presidente Obama y representantes del Congreso.
«El premio acentúa mi compromiso con todo lo que he defendido hasta ahora en torno a la diversidad genética. Eso hace que si antes trabajaba duramente en este empeño, ahora multiplique la entrega. También refuerza mi compromiso con las nuevas generaciones. El mundo pertenece a ellas».
—¿Qué conversaste con Obama?
—Le dije que quizá era la primera vez que un cubano que vive en la Isla le daba la mano. Me echó una sonrisita ligera. Le dije que tenía tres cosas para él: mi tarjeta de presentación, mi música —le entregué un CD— y el corazón mío y de muchos cubanos que aman al pueblo que lo eligió.
«Nos tomamos una foto y reconoció la labor de los premiados. Cuando nos reunimos con algunos representantes del Congreso, canté una canción de Matamoros. Todo lo ceremonial fue muy respetuoso en relación con mi persona y mi país».
—¿Cuáles son los proyectos de grupo que integras en el INCA?
—Aglutinar personas en aras de resolver el problema de la soberanía alimentaria, independientemente de que los productores sean de una CPA, CCS o una UBPC. A veces los sectores se ponen hasta medio celosos. La gente quiere resolver su problema y vamos a ayudarlos. Ellos son la solución del problema. No son el problema.
«La gente se ha organizado y hay una presencia femenina muy fuerte en el programa. Nos hemos dado cuenta de que quienes van a transformar el paradigma de la agricultura en Cuba son las mujeres. Son las que siguen frente al fogón y las que con más fuerza defienden las nuevas ideas en relación con la agricultura.
«Lo mismo tienen propuestas inteligentes para la comercialización que para la diversificación de los productos. Las mujeres aplican como nadie el sentido de la exquisitez, de lo lindo y funcional».
—¿Por qué insistes tanto en los productores para la solución de los problemas agrícolas y no en el problema mismo?
—Luego de graduarme en 1984 y asumir como profesor en el instituto donde estudié Pedagogía en Ciencias Agrícolas, empecé a hacer mi doctorado; pero con las calabazas cambié de paradigma.
«Venía trabajando en la vitaminación de la calabaza, y cuando le eché mano a un grupo de semillas que había en las instituciones de investigaciones de Cuba y otras que recolecté. Se trataba de calabazas cubanas que históricamente la gente había sembrado. Las llevé a un centro de investigación, pero allí no había ni tractores, ni pesticidas ni fertilizante, prácticamente no había nada.
«Tenía el modelo académico de la agricultura y de la ciencia en la cabeza. Entonces el director me dijo: “Mira, Humberto, tu tesis está interesante, pero aquí no hay nada”. Entonces me enojé muchísimo, agarré las semillas y me fui a trabajar al campo con productores de la CPA 28 de Septiembre, en Batabanó, en la provincia de La Habana.
«Aquello parecía una frustración tremenda, porque un joven científico trabajando con campesinos, haciendo ciencia con ellos no era la norma; era hasta dudoso el modo de proceder. Se arrastraba el falso concepto de que los científicos estábamos para pensar, los campesinos para ejecutar y los extensionistas son los que extienden el conocimiento académico.
«Estaba un poco incómodo. Lo más interesante era que yo andaba con toda aquella diversidad de calabazas y los agricultores me abrieron los brazos y las sembraron como ellos saben hacerlo; ahí comencé a aprender.
«Después pude decir cuáles son las mejores calabazas. Eso uno no lo aprende en la universidad. Sucede como con el amor: lo que es mejor para ti, quizá no lo sea para mí.
«Lo más importante es dar opciones diversas y que la gente escoja lo que le gusta. Ahí entonces se formaron las variedades. Yo les puse todas esas semillas en sus manos y para su localidad, atendiendo a las características específicas de sus suelos, medioambiente y cultura. Escogieron las que les interesaron y resultaron factibles.
«Después se multiplicaron esas semillas en condiciones de muy bajo consumo de agroquímicos; casi todo lo que consumieron fue sustrato orgánico, y las variedades Marucha y Fifí se hicieron muy famosas. Todavía lo son en esa región.
«Eso me hizo pensar que los campesinos tienen criterios más consistentes que los científicos. ¿Qué es lo que le dice a uno que una calabaza sea mejor que otra? Tal vez un análisis en laboratorio, pero ellos con la vista lo saben. Mientras más intenso sea su color, mejor serán, y ellos eso lo divisan a simple vista. Antes con reactivos químicos uno sabía cuánta vitamina A contenía una vianda; ahora, como no hay casi insumos, eso se hace a ojo de buen cubero, y en eso no hay quien les gane a los productores.
«Con mi experiencia en el surco, sudando con los productores, pienso que quienes tienen que protagonizar la ciencia agropecuaria no son los científicos, sino los campesinos. Los científicos deben cambiar el rol y facilitarles a los guajiros las herramientas para que estos se conviertan en protagonistas. Eso no quiere decir que los que hacemos ciencia seamos aplastados, sino todo lo contrario.
«Desde que empecé a trabajar con campesinos e hice el mejoramiento de semillas de manera participativa, pude aprender más y mejorar las relaciones humanas. El impacto del trabajo fue tremendo, la cantidad de artículos y ciencia que hice desde ese momento fue mayor y con una calidad superior, porque sumaba muchos saberes.
«Antes trabajaba con un grupo de campesinos; ahora con 50 000. Ya no doy abasto. Hay muchos agricultores interesados en hacer ciencia. Todos los días descubren algo. Yo le digo a la gente que a nadie se le ocurriría poner a dirigir la Orquesta Sinfónica Nacional a un científico, ni a un musicólogo, ni a un funcionario. Debe dirigirla un músico. Entonces así debe pasar con la semilla, para que salga buena. Incluso creo que debe consensuarse con los consumidores qué variedades prefieren. Claro, teniendo en cuenta las condiciones objetivas para lograrlas».
—Háblanos de tu experiencia con el mejoramiento de frijoles.
—Se pusieron más de 80 variedades de este grano en manos de los productores, y después ellos, en menos de un año, replicaron ese mismo proceso y convocaron a otros productores. Se produjo una reacción en cadena y ahora hay más de 50 000 campesinos involucrados en este proceso multiplicador.
«En los lugares donde empezamos a trabajar con esas variedades los rendimientos se han triplicado. La diferencia de suelos y de suministro de agua no es problema para la agricultura industrial, porque homogeniza con fertilizantes y agua si no hay sistemas de riego; pero cuando no existen insumos, hay que probar y buscar la semilla que se adapte incluso a nivel de finca y hasta a nivel de surco, como hicimos cuando trabajamos con los productores de La Palma, en Pinar del Río».
—Das como aplicada esta experiencia. En Cuba hay un déficit en la producción de frijol que nos hace dependientes del mercado exterior.
—Es el momento de cambiar mentalidades. El próximo paso es encajar las experiencias con las estrategias de la agricultura. Eso será otra tremenda pelea. Hay personas que todavía consideran que debe existir una sola empresa de semillas. La mayoría de los sistemas de semilla en Cuba tienen que estar conducidos por los productores. En la medida en que eso se haga conscientemente aumentarán los rendimientos. Hay muchas evidencias que confirman esa tesis. Con eso además se diversificarán las cosechas; las plagas y enfermedades disminuirán considerablemente, pues habrá más comida.
«Empezamos con la práctica y luego teorizamos. En todo esto hay que beber y aplicar de las ciencias sociales, y mezclar ese conocimiento con las ciencias económicas y agronómicas. Muchas veces por defender la fusión de los conocimientos se nos cuestionaba el tipo de ciencia que hacíamos. Al cabo del tiempo la constancia nos ha dado la razón; el grupo que más artículos científicos ha publicado ha sido el involucrado en este asunto. También hemos asistido a los eventos vanguardistas sobre el tema en diferentes partes del mundo.
«Sucede que el mundo cambió. Cuba cambió su estructura agrícola. Es insostenible la agricultura industrial. Los patrones de nuestras instituciones investigativas están en consonancia con los viejos esquemas. En la medida en que se vaya transformando será menos traumático.
«Creo que el trauma más grande lo estamos dejando atrás. Urge echar a andar un modelo menos centralizado, en el cual las decisiones que se tomen, tengan en cuenta el escenario local y este sea más participativo. Con el mínimo de burocracia, pues se han aumentado los rendimientos y se han diversificado los cultivos, con el mínimo de consumo energético y transportación».
—¿Crees que en medio de estos avatares climatológicos y económicos la agricultura nuestra pueda prosperar?
—Todo depende de nuestras cabezas y de la capacidad que tengamos para virar el modelo que ahora tenemos. Esta crisis mundial que abarca lo ecológico y lo económico tiene muchas de sus causas en la forma de producir alimentos. El sistema industrial para producir la comida gasta mucha energía. Una de las agriculturas más ineficientes del mundo es la de Estados Unidos, y a veces queremos imitar sus patrones. Cuando uno calcula lo que les cuesta a los estadounidenses producir una hectárea de maíz, cuantifica un montón de kilocalorías injustificables. La agricultura estadounidense está subsidiada. Quizá la paga Iraq, pero aquí quién la va a pagar.
«En la Isla hay muchísimas experiencias, pero se piensa todavía en que la de la agricultura orgánica, desarrollada como un modelo casi mundial, es una alternativa para salir de la crisis, y no se ve como un modelo sustentable para el desarrollo que debe permanecer no como tendencia, sino echar raíces.
«La gente cree que eso es para escapar. Los cubanos y cubanas podemos vivir mejor de lo que vivimos ahora si aplicamos la agroecología, porque producimos más con menos. Y las cosechas son más saludables. Ahora que el cáncer en la Isla y en el mundo es un flagelo que cobra innumerables vidas, la producción de alimentos sanos pudiera ser el caballo de batalla para disminuir esa terrible enfermedad y muchas otras.
«Eso significa que hay que invertir más en el sector rural sobre todo en las personas que atenderán las tierras y producirán alimentos. Es un camino largo, pero hay que iniciarlo».
—Un hombre que se fue de la ciudad para el campo, ¿cómo visualiza el fenómeno del éxodo del campo?
—El modelo de la agricultura industrial que adoptamos es el padre de esta situación. El modelo más avanzado de la época en que triunfó la Revolución era aquel, pero no cumplió con todas las expectativas, al menos en las condiciones actuales, cuando no existe un campo socialista como antes y el mundo ha cambiado su fisonomía política y social, ecológica y económicamente.
«Por eso la gente emigra a las ciudades, porque el campo no se hace atractivo. Conozco espacios donde ya asoman transformaciones que indican que al variarse el modelo la gente empieza a afincarse al campo y se detiene el abandono.
«Hay que repensar cómo la gran empresa se puede vincular a la pequeña iniciativa de productores pequeños y medianos. En esa interacción estará la riqueza, pero se necesitan nuevas alianzas y relaciones interorganizacionales. Hay que romper lo sectorial. El fenómeno es muy complejo y no podrá vencerlo solo la agricultura. Si no hay alianzas efectivas con la educación y el medioambiente, seguiremos empantanados y esa no es la voluntad, sino la de avanzar».
—¿Cuál es tu opinión sobre los experimentos y productos transgénicos?
—Estoy en contra de los monopolios de la semilla; las compañías del mundo que han desarrollado esa tecnología, lo han hecho para crear dependencia en los productores, pues estos tienen que comprar las semillas todos los años, incluso la variedad que estas compañías decidan. Además de poner un transgens (gen de otra especie), que está en dudas si favorece la salud).
«En Cuba podemos buscar otras alternativas que incrementen la diversidad de los cultivos y aumenten los rendimientos, a la vez que consoliden la soberanía agropecuaria, sin ataduras a un sistema monopólico de semillas.
«Cuba no puede darse el lujo, por lo vulnerable que es como isla, de depender de un sistema de semilla asociado a la transgénesis».
—¿Qué produce Ríos?
—Muchas ideas. Siembro un poquito de todo, porque no tengo el tiempo que necesito para producir más.
—¿Cómo te las arreglas para comercializarlos?
—Eso es tremendo. En la comercialización también hay que repensar el modelo y sobre los incentivos a productores y consumidores. Tenemos que quitarnos una serie de tabúes de arriba. No hay que esperar que la crisis se agudice para tomar las medidas. Si no somos soberanos desde el punto de vista alimentario, no seremos jamás todo lo políticamente soberanos.