El 3 de mayo del 2010, cuando Rafael regresó, fueron muchas las emociones en el paisaje de toda la vida. Allí, frente a la línea del ferrocarril, en un punto de la Isla donde se avistan las palmas y los montes están delineados por trazos puros de cielo. Autor: Roberto Suárez Publicado: 21/09/2017 | 04:57 pm
El cocuyo parece una joya sobre el piso de cemento pulido. Elizabeth se acerca con él entre sus manos de siete años y lo pone patas arriba, ante la fascinación de quienes observan la escena.
«¿Cuántas novias tiene el primo Daniel?», pregunta la niña, y todos miran hipnotizados al animalito que da un salto hasta incorporarse. La respuesta es que Daniel tiene una novia. Así se repite el juego indagando por «cuántas novias tiene Ernestico» o «cuántas tiene papá». Cada interrogante halla su desenlace en el número de saltos de la criatura luminiscente.
Así como irrumpe en la salita, seguida de una nube de primos y amigos, Elizabeth Izquierdo Pérez se aleja hacia el portal y sale a la noche anchurosa de su natal Cabaiguán, en Sancti Spíritus. Hace cuatro años que ella no respiraba ese aire: Su padre, como mítico héroe de las novelas de caballería, desenfundó la espada y fue tras ella. Echó un sin fin de peleas, descabezó monstruos, deshizo entuertos hasta rescatarla y devolverla a su paisaje raigal.
Cuando sea mujer, Elizabeth contará lo que su papá hizo por ella. Y si la historia suena grande, no estará siendo desleal a la verdad: Inmenso ha sido lo que una familia cubana, con un padre al centro, ha hecho y sufrido por una de sus hijas.
Rafael Izquierdo Portal, de 35 años, acaricia la apresurada cabellera de su niña, que parece una princesa. Padre e hija tienen idénticos ojos: almendrados y color castaño claro, que por puro milagro no llegó a ser verde. Los mismos del abuelo Rafael Izquierdo, quien tiene intensas historias que contar, y es, además, un gran narrador de sucesos. Pero ahora, en la casa sencilla y muy bien pensada que levantó con bloques hechos por él en un molde artesanal, el viejo hace silencio y mira al hijo, quien no puede sentarse si tiene que hablar de sus años recientes.
El joven tiene un hilo de voz y suda a mares esta noche del tres de mayo del 2010. Hace horas llegó a su casa de toda la vida: la número 39 en la calle A del Sur entre Hermanos Rojas y Horacio González, allí frente a la línea del ferrocarril, en un punto de la Isla donde se avistan las palmas y los montes están delineados por trazos puros de cielo.
Rafael Izquierdo Portal viene de muy lejos con su esposa Yanara Álvarez Expósito; con sus hijas Rachel Izquierdo Álvarez, de nueve años de edad, y Elizabeth Izquierdo Pérez; y con su pequeño Rafael Daniel Izquierdo Álvarez, de dos años de edad. Viene de los Estados Unidos, de ganar una guerra cuyas heridas solo puede enseñar a retazos, las que tal vez pueda mostrar del todo algún día, cuando la memoria se empoce un poco en el tiempo.
Esta primera noche en el pueblo, en medio del ajetreo de sus seres entrañables, de los diligentes y discretos pasos de su madre Luzmarina Portal Díaz, Rafael se percata de que el padre ha querido hablarnos sobre la consistencia del hogar. En un acto de complicidad con el viejo da un puñetazo sobre la pared, «para que vean que esta es una casa hecha a conciencia, con ganas». Y arranca a conversar sin noción del tiempo, ni del cansancio suyo, ni del ansia de quienes hace una eternidad le esperan callada y amorosamente.
Alguien pronuncia su nombre para extenderle un vaso con agua, y entonces recuerda las veces que ese mismo nombre y su primer apellido fueron proclamados imperativamente por una jueza, con frialdad y desprecio. Con un odio que, si no lo hubiera sufrido en carne propia, juraría que no existe.
Sigue de pie, tejiendo y destejiendo con la memoria. Cuatro años y medio pueden ser mucho o poco tiempo. La medida está en cómo se hayan vivido. Para este cubano resultó una infinitud todo cuanto estremeció su suerte desde aquella mala noticia llegada el 20 de diciembre del año 2005 a Cabaiguán, hasta mayo de este 2010.
Verdadero vía crucis. Demasiado largo el camino de esperas desesperadas, de desgranar días y noches sin perder la calma. Querían arrebatarle la custodia exclusiva de su hija Elizabeth. Por esas trampas y azares que la vida entraña, tuvo él que rescatarla tras un polémico y angustioso proceso legal en Miami. Y ahora está de vuelta con ella en ese rincón del mundo donde mejor se está: el centro de Cuba, allí donde reinan la familia, los amigos, el barrio, las leves y poderosas costumbres.
El inicio del desespero
Como fiera mordisqueando la memoria del joven campesino, ha quedado el 20 de diciembre del año 2005. Maldita aquella llamada telefónica desde Miami, para avisar que la madre de Elizabeth Izquierdo había sufrido «un accidente».
Hacia la Florida habían partido el 22 de marzo del año 2005 la niña con su madre, un medio hermano de la pequeña por vía materna, y el que entonces era cónyuge de la mujer. Luego de la salida legal de la familia hacia los Estados Unidos, Rafael Izquierdo —quien había dado su consentimiento para el viaje de la pequeña, creyendo que era mejor una salida legal a una aventura cuyos desenlaces pudieran ser lamentables — no había dejado de estar al tanto de la suerte de ella, así como del hermanito, de 13 años de edad.
Llamadas telefónicas, fotografías y correspondencia transitaban un puente de doble vía entre los familiares a ambos lados de las aguas. Todo parecía marchar con normalidad hasta que la madre de Elizabeth, a meses de haber llegado a tierra extraña, viéndose sola con sus dos hijos, sin saber cómo enfrentar urgencias financieras y golpeada emocionalmente, intentó quitarse la vida. Fue ese el «accidente» que llegó a los oídos de Rafael Izquierdo, así como llegan los presagios de las peores tempestades.
Desde entonces, el afán por rescatar a su niña, y la imposibilidad de estar al tanto de lo que en verdad sucedía del otro lado del mar, hacían de Rafael —como él recuerda y confiesa— «un desesperado», «un hombre que no sabía para dónde coger», «un desquiciado que sin saber por qué camino empezar, lo único que sabía era que traería a la niña de vuelta, fuera como fuera».
Después se supo que al llegar al aeropuerto de Miami, la madre de Elizabeth y su pareja tomaron rumbos diferentes. Ella se fue sola con los niños a casa de un tío abuelo; y al día siguiente la esposa de este le comentó que había cometido «tremendo disparate» trayendo dos niños al país norteño, pues así era muy difícil trabajar. Y le dijo más: “Aquí no pueden quedarse”.
Durante el proceso legal quedó demostrado que la madre regresó al aeropuerto, con sus hijos, se acercó a un mostrador y comentó su necesidad de regresar a Cuba. El simple nombre de la Isla desató un vendaval. Desde allí llamaron a la Organización sin Lucros de Caridad Católica; y, en medio de su tormento, de no atinar, la madre escuchó que alguien le dijo: «señora, le vamos a dar asistencia…».
Fue enviada con sus pequeños al estado de Texas, en Houston, donde recibió ayuda por seis meses. Pero ni siquiera así conseguía empleo. ¿Con quién dejar a los niños? En algún momento apareció un trabajito que también perdió por sus repetidas ausencias. En octubre del año 2005 regresó a Miami; y en diciembre, delante de los pequeños, atentó contra su vida.
El niño mayor la detuvo y de inmediato pidió auxilio a los vecinos. Llamaron a la policía. En los primeros momentos Elizabeth y su hermano fueron a un refugio, y la madre permaneció durante horas en un centro donde rebasó la crisis nerviosa. Por ironías de la vida, unos primos del ex padrastro de los niños —Noemí y Nelson Melendres— asumieron temporalmente el cuidado de los pequeños.
En febrero del año 2006 una Corte de Miami decidió retirarle a la madre, por razones de incapacidad mental, la custodia legal de sus hijos. Así fue que Elizabeth Izquierdo Pérez, y Dayán Sánchez Pérez, quedaron en manos del Departamento de Niños y Familias de la Florida (DCF), entidad que decidió entregar la custodia de ambos menores a Joe Cubas, quien vive en Coral Gables, en el condado de Miami-Dade.
¿Por qué los inocentes irían a parar bajo la sombrilla de un padre sustituto tan generoso, quien tiene vínculos con la mafia cubano-americana y ha alcanzado notoriedad y fortuna de millones como contrabandista de atletas?: Los Melendres son amigos cercanos de los Cubas.
Cuando al cabo de unos meses los Melendres dijeron no poder seguir asumiendo el cuidado de los niños, el Departamento de Niños y Familia de la Florida tomó la decisión de ponerlos en manos del acaudalado benefactor, quien desde su lógica de compra y venta no pudo prever la terquedad de un hombre sencillo, padre a toda prueba y arraigado a su pueblo rural, cuya voluntad de estar unido a la pequeña Elizabeth jamás pudo ser negociada.
Del otro lado de las aguas
—Nunca en mi vida mi mamá tuvo que decirme: «Oye, quiere a tus hijos». Nunca tuvieron que pedirme: «Piensa como un padre…».
De pie en la salita de su casa, «porque así lo llevo en la sangre», Rafael Izquierdo sigue hablando esta noche del tres de mayo del año 2010. Mira de frente. Debería hacer reposo de voz, pero eso será después. Fueron muchas emociones esta tarde mientras caía el sol en Cabaiguán y la familia llegaba a la casa. «Ya están todos aquí», había sentenciado alguien en medio del llanto y los abrazos. «Que Dios los bendiga y acompañe», dijo sentada desde un sillón en el portal la abuela materna de Rafael, Caridad Díaz Pérez, de noventa años de edad.
Ahora en el calor de la noche la anciana siente, desde el mismo sillón, que su nieto anda desbordado de energías, desgranando imágenes de una historia insólita. Escenas que lo mantienen en vilo y le quitarán el sueño durante mucho tiempo. En estos instantes solo el tren con su paso atronador sumerge al padre en una pausa. Y en cuanto se va el ruido, el joven vuelve a la carga:
«Tengo que estar agradecido —dice— de las raíces mías. Yo soy rico en la humildad y sé cómo compartir la humildad sin preocupación. Miren, estoy mejor aquí. Pude haber tenido millones. Me los ofrecieron. Cinco veces ofrecidos. Pero para mí vale más ese beso de los primos míos, ese abrazo de mi familia, de mis amigos, que cualquier otra cosa. Ninguno me ha preguntado qué le traje…
«Aprendí a ser más padre que antes. Yo por mis hijos viví tanto ofrecimiento, que me dije: “Caballeros, soy el hombre más rico de este mundo. Si quiero tener mi familia, y tenerla donde yo quiera vivir, ¿por qué me ofrecen tanto dinero?”.
«Cuando Eli (Elizabeth) nació, su mamá no tenía leche para amamantarla. Le buscamos de todo. Recuerdo que toda mi familia fue a verla. Chiquita estaba cuando se fue con su mamá a los Estados Unidos. Yo hablé de hombre a hombre con el padrastro de la niña. Él me prometió que cada vez que llamara a Cabaiguán, me pondría a Elizabeth al teléfono, y que le enseñaría fotos de mí, para que ella no me olvidara.
«Creí en él, porque estaba hablando con un hombre. Solo le dije: “Si a mi hija le pasa algo, nada más te pido que me llames. Tú me llamas y yo buscaré la manera de recuperar a mi hija”.
«No sé si fue una corazonada. No es que uno sea santo y vea cosas. Pero hice como cuando ves que alguien va a pescar y le adviertes: “Cuidado no te ahogues…”.
«El día antes de que Elizabeth se fuera fui a despedirme de ella con su hermanita Rachel, la mayor. Las niñas estuvieron el día entero jugando. Se fueron al otro día por la mañana. Nos despedimos bien despedidos. Ya mi hermana había ido a despedirse por otro lado. Todo el mundo lo había hecho».
Antes de que llegara la noticia aquel 20 de diciembre del año 2005, Rafael pensaba que todo iba bien. Al menos eso decían las fotografías, como siempre. La madre de la niña nunca contó que se había quedado sola apenas llegó a Miami. «Ese es un cuento que descubro después», recuerda el padre.
A partir de aquel momento de diciembre comenzaría para él una historia desesperante de llamadas telefónicas cuyos días y horas eran anunciados desde Miami, y a las cuales él acudiría puntual, siempre ansioso por saber cómo estaban los niños.
Cuando le dijeron que la cosa era más complicada de lo que él podía imaginar, de abogados y Cortes judiciales, y que los inocentes habían sido puestos a disposición del Departamento de Niños y Familias de la Florida, Rafael Izquierdo se sintió «ahogado». En Cabaiguán no podía hacer otra cosa que esperar llamadas, y torturarse con la idea de que no conocía a nadie en Miami. Alguien le dijo desde la Florida: «Búscate un par de abogados aquí». Y él: «Pero cómo voy a contactar con esa gente si yo soy un guajiro de campo…».
Entonces decidió viajar a La Habana, a ver a su tía materna Gladys Portal, quien le dijo que su casa estaba abierta para lo que él necesitara, y durante el tiempo que fuera preciso. Ya en la capital fue hasta la Oficina de Intereses de los Estados Unidos: «Cuando me recibió un señor con corbata —rememora Rafael—, me informó que escribiera una carta y la echara en un buzón. Llené de cartas los buzones, hasta que un día otro hombre con corbata me dijo: “Aquí tú no te puedes parar más…”».
Desconcertado, el joven padre preguntó a su tía Gladys qué nuevas puertas tocar. «Me voy para el MINREX», decidió Rafael, y así lo hizo. Su hermana menor, Zuleica Izquierdo Portal, graduada de Psicología en la Universidad Central de Las Villas, le había dicho en Cabaiguán que lo acompañaría y apoyaría en todas sus gestiones. No olvida él la confesión de esta muchacha que es también como la niña de sus ojos, y de quien todo siempre le ha importado, incluido el largo de su cabello: «Cuenta conmigo, mi hermano, absolutamente todo el tiempo».
En marzo del año 2006, Rafael Izquierdo solicitó el apoyo de nuestras autoridades para recuperar la guarda y cuidado de su hija menor y traerla consigo para Cuba. A partir de ese momento, la historia del joven padre se fue abriendo paso, y su angustia encontró la comprensión, la sensibilidad y el apoyo total de la más alta dirección del país. Fue Fidel quien, cuando estuvo al tanto de los desvelos de un padre por rescatar a su pequeña, indicó que se le brindara todo el apoyo y la ayuda necesarios en su justo reclamo. El gobierno cubano no escatimó gastos ni esfuerzos de cualquier otro tipo, para que esta familia cubana pudiera rescatar a una de sus hijas.
Ahora Rafael recuerda que en el Ministerio de Relaciones Exteriores —en la Dirección de Atención Consular y Cubanos Residentes en el Exterior (DACCRE)—, donde contó su historia con lujos y detalles, un funcionario le comentó, luego de escucharle con suma paciencia, la necesidad de que presentara algún documento a modo de constancia. «Y yo me decía —rememora esta noche de mayo— qué mayor constancia que mi palabra, que mi persona…». Cualquier documento que te llegue —le había insistido el compañero del MINREX—, lo traes de inmediato para acá.
«Y con tan buena suerte un día, llegando yo a Cabaiguán, recibí un sobre amarillo. Leí algunas palabras en inglés, y mi hermana me ayudó con el resto. Aquello decía que si no me presentaba en la Corte de Miami perdería a mi hija. Le dije a mi hermana: “Vamos otra vez para La Habana. Ya tenemos un documento…”».
En la Dirección del MINREX, donde le habían atendido desde el principio, entró Rafael documento en mano. Y ese fue el punto de giro a partir del cual el espirituano comenzó a preparar «unos cuantos papeles». Le explicaron que el caso era bien complicado, y había que nombrar un abogado que lo representara ante la Corte en Miami.
Mientras eso sucedía en la Isla, por esa bendición que obran las conexiones humanas, sonaba un teléfono en la casa ubicada en el estado de Iowa, donde suelen pasar temporadas los abogados Magda Montiel, de origen cubano, y su esposo Ira Kurzban, ambos residentes en Miami.
La llamada entró un viernes, y la fecha que Rafael tenía para contestar ante la Corte era el lunes siguiente. El matrimonio decidió asumir la defensa de los intereses del joven padre. Lo harían sin cobrar honorarios.
Aquel lunes de marzo del año 2007, cuando Magda se presentó ante la Corte de Miami, llevando en sus papeles documentos imprescindibles que Rafael había tenido que preparar y enviar por correo electrónico, los presentes no podían ocultar el azoro:
«—Soy la abogada Magda Montiel.
—¿Y dónde está el padre?
—Está en Cuba.
—¿Y usted qué pretende: que la niña vuelva allá?
—Desde luego, si su padre es cubano.
—¿Por qué usted hace esto?»
Alguien la invitó a visitar la casa de los Cubas, para que viera «lo bien que están los niños, y todo lo que tienen…».
Y Madga Montiel aclaró que no se trataba de cosas materiales, sino del derecho de un padre a estar con su hija.
Todos la miraban como a un rara avis. Esa abogada, pensaban, pretende llevar un ángel al infierno… Habían apostado a la incapacidad de aquel guajirito de Cabaiguán para dar un solo paso práctico. Obviaron demasiadas verdades, entre ellas, que en la Isla se hizo una Revolución que jamás daría la espalda al desespero de un joven padre.
Después de la arrancada, Ira Kurzban advirtió a su esposa que el caso sería difícil. Entonces ni siquiera ellos, a pesar de su probada capacidad como profesionales, sospechaban cuán estresante sería todo.
Y para Rafael Izquierdo Portal, apenas había comenzado «el baile», como esta noche de mayo él nombra, con ironía y mientras abre sus ojos que son los de Elizabeth, a la pesadilla vivida por él y su familia. Sí, apenas había comenzado la danza con lobos.