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José Antonio Casimiro, un campesino germinal

Dos promociones televisivas homenajean a este hombre como uno de los más destacados agricultores del país

Autor:

René Tamayo León

Es un hombre enorme. Su grandeza no brota de lo físico (aunque también), sino de la reciedumbre de carácter, de la firmeza ante los obstáculos, de entusiasmos que espantan cansancios, de ternuras que abrigan, de una familia que ha sabido cultivar en las virtudes de la esencialidad del ser cubano.

José Antonio Casimiro González es un hombre germinal. Un hombre simiente. A la vera del kilómetro 349 de la Autopista Nacional, su finca aparece de pronto. Una piedra la señala. Es como un hito: cerca puede delinearse el paralelo imaginario que señala la mitad de Cuba.

En Casimiro, la Finca del Medio y lo que ya es una célebre familia campesina de Taguasco, Sancti Spíritus, toma cuerpo y vida parte de lo mejor del acervo campesino cubano. Es un hombre culto con sólidos conocimientos técnicos, una interesante habilidad para crear ingenios mecánicos de labranza, una tremenda audacia y maestría para aplicar y generar tecnologías apropiadas; todo con un elevado compromiso hacia su país.

Nació en el campo y creció en él, pero luego se alejó y después tuvo que regresar. Por eso Casimiro no se cansa de proponer lo que a él tanto le ha ayudado y es su mayor interés que se comprenda: «La posibilidad real de hacer agricultura ecológica, sostenible, con toda la familia junta, porque los hijos también pueden amar al campo si se les enseña», sentencia.

Carrera armamentista

«Vivía en el pueblo, pero en mayo de 1995 tuve que hacerme cargo de la finca pues a papá ya le era imposible continuar en ella, los abuelos se habían mudado, el resto de los hermanos vivían distantes; así que me vine con mi esposa y la prole.

«Nací aquí, pasé junto a mis abuelos la primera etapa de mi vida; ellos me dotaron de la cultura del campo, esa que luego me ayudaría en el retorno… Y tampoco —porque también hay que decirlo— le tengo miedo al trabajo ni a la tierra, por lo que logré traspasarle confianza y esperanza a mi familia cuando decidí empezar con ellos esta nueva vida.

«Cuando llegué, la degradación era general: sobreexplotación, uso indiscriminado de la maquinaria, agroquímicos, agrotóxicos. Violencia hasta en el uso del regadío. Marabú. Bajas producciones. La tierra no respondía ni siquiera a la sobredosis de fertilizantes. En fin, era la manera de hacer agricultura en el país y el mundo lo que yo había visto hasta entonces.

«Comencé, como es obvio, a hacer lo que todo el mundo hacía. Le entré a la finca como a una carrera armamentista. Quise “derrotarla” con tremendo arsenal químico, equipos, maquinaria… Pero pronto percibí que ese no era el camino. “Si por fuerza y recurso la agricultura pudiera solucionar el problema así, entonces no existiría tal problema” —me dije.

«Con las lecciones aprendidas, pronto decidimos cambiar de rumbo y aplicar, adaptar y crear los medios que posibilitaran independizarnos de la gran fuerza de trabajo—escasa y cara— que exigen los métodos de producción anteriores.

«Una de las primeras cosas que inventamos fue el arado ajustable multipropósito de tracción animal JC21A, del cual poseemos la patente. Este nos libró de más de un 70 por ciento de los gastos de combustible, agua y energía de trabajo; nos permitió aumentar la productividad y la calidad de los productos, y nos abrió una puerta para el pago de esa deuda ecológica a la que todo ser humano debe tributar».

Agroecología y permacultura

«Seis años después, nos descubre el Movimiento Agroecológico de la ANAP. Entramos en contacto con la permacultura, una concepción de desarrollo que promueve las relaciones de beneficio ambiental y convoca a diseñar y manejar el ecosistema de forma tal que todos nos complementemos, naturaleza y hombre.

«Descubrimos que hasta entonces, por intuición, habíamos andado gran parte de ese camino, pero a partir de ahí nos propusimos la excelencia, pues las fincas donde estos conceptos se aplican nunca se queman, las afectan menos las sequías o los huracanes y pueden generar todo el fertilizante que necesitan. Ni siquiera tienen que aplicar productos biológicos contra plagas y enfermedades si las cosas se hacen de forma correcta.

«Cuando se hace un análisis económico, generalmente solo se cuenta cuántos quintales se produjeron, cuánto se gastó y cuánto dejó de ganancia la cosecha. A priori pueden aparecer altos productores de “calabaza”, pero ¿cuánto representa que se hayan producido mil quintales en unos meses y en una hectárea, si por no hacerlo de forma ecológica, con barreras o líneas a nivel, por ejemplo, se fueron con las lluvias mil quintales de materia orgánica que le costaron a la naturaleza millones de años de paciente trabajo? ¿Cuál es el valor real de esa producción? ¿Cuánto representan en “calabazas” los químicos que arrastraron esas lluvias al manto freático, a los ríos, al mar?

«Es necesario crear conciencia de que en una finca no solo son producciones contables lo que se comercia en sacos o en cajas, en un año o en 20. También son patrimonio tangible la tierra que no perdemos, las plagas que no nos atacan, el aporte al medio ambiente por no tener que aplicar químicos a los suelos y a los cultivos, y también el agradecimiento social».

Generando ideas

«Otra decisión importante que tomamos al inicio fue cerrarles el paso a los arrastres por lluvia. La Finca del Medio mide entre 400 y 500 metros, con una pendiente promedio de tres por ciento desde la parte más alta hasta la más baja. Da miedo tan solo hacer referencia a toda la materia orgánica que se puede ir de una finca como la mía con un solo gran aguacero.

«Así comenzamos a sembrar piña de ratón como barreras vivas, que no solo paran los arrastres, sino que debilitan las ventoleras—que también erosionan—, evitan el exceso de evaporación, controlan gradualmente el desorden y permiten la elevación del terreno debido a la acumulación de materia orgánica.

«También permiten fomentar de forma ecológica los rebaños de ganado mayor o menor sin temor a daños y perjuicios, favorecen la penetración del agua a las capas más profundas y, como generadoras de biodiversidad, favorecen a los microorganismos nativos. Dan sombra y cobija a reptiles y aves para reproducirse y alimentar a sus pichones con los insectos que, sin ellos como reguladores biológicos, serían siempre plagas.

«El desarrollo de la finca también se sustenta en el empleo de los arietes hidráulicos y los molinos de viento para el riego, al unísono; de prestar mucha atención a la eficiencia, el costo y el uso racional del agua. No se puede olvidar que en el mercado vale más una bomba de inyección para una turbina, que un molino de viento que dura cien años; una goma de tractor, que un ariete que puede estar día y noche eternamente bombeando agua sin rodamientos, aceite y casi sin mantenimiento.

«Otro valor agregado es la protección del suelo y algo que no se cuenta en monedas: la satisfacción espiritual que ofrece la creatividad que exige trabajar en armonía con la naturaleza».

Nivel de vida

«A estas tecnologías debemos agregar el empleo en la finca de una cocina de leña eficiente —que permite un uso más racional de la leña como combustible— y del biogás. Son un apoyo limpio y seguro para que no falte el combustible en la cocina, y también incrementan el nivel de vida de la familia; es decir, contribuyen a su permanencia y apego a la finca.

«Con el estímulo familiar y personal que representa tener gas de cocina, se crea otro eslabón en la cadena que sostiene la agricultura sostenible: la cultura del aprovechamiento del estiércol y luego, como subproducto, el fertilizante sano, sin una semilla de mala hierba que germine, para que el agua, por esta causa, rinda por cuatro.

«Lo que más exigen todos estos conceptos es alta eficiencia, cuidado permanente, amor, dedicación, compromiso con la tierra y con la vida. Esto se logra, con creces, con la familia viviendo en un sistema productivo eficiente y ecológico.

«Cuando empezamos por este camino — hoy más que nunca, porque el tiempo nos lo ha demostrado—, uno de nuestros preceptos fue que era posible estimular la vida y el trabajo familiar en las fincas, pues de la forma en que se hace agricultura hoy no solo es insostenible extenderla; también es imposible, a mediano plazo, encontrar quién la haga.

«Mis hijos, un varón y dos hembras, siguen aquí, de como piensan y actúan, siempre estarán. Con la familia Casimiro han perdido la apuesta los que desalientan a los que quieren regresar con la familia al campo. Probamos que sí se puede».

NOTA: Tomado del texto en preparación Comunidades sustentables. A la cubana, de la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre (FANJ) y el Comité Internacional para el Desarrollo de los Pueblos (CISP)

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