La pequeña Sofía muestra sonriente su cuaderno a la doctora Xenia. Autor: Juan Luis Aguilera Publicado: 21/09/2017 | 04:55 pm
Cuando, el 26 de abril de 1986, estalló el reactor nuclear de Chernobil, al norte de Kiev, capital de Ucrania, el teniente coronel Konstantin Kostiuk y otros colegas llegaron casi inmediatamente al lugar para evacuar al personal. Como protección, apenas una máscara, y la orden de que, a la vuelta, quemaran la ropa que habían usado.
La situación creada alrededor de la catástrofe impidió que, mientras la nube radiactiva se expandía, los ciudadanos abandonaran la zona. Irina, la hija de Konstantin, era entonces una niña, y recuerda que el 1º. de Mayo mucha gente fue al desfile, sin saber los peligros a que se exponía.
Hoy Irina está en La Habana, acompañando a sus dos hijas pequeñas, que reciben tratamiento médico en Tarará, localidad costera al este de la capital. La mayor, Anastasia, padece ataxia cerebelosa, y estaba en fisioterapia cuando visitamos su casa. La más chica, Sofía, a la que se aplica tratamiento contra alergias, nos enseñó risueña un cuaderno para colorear, y abrazó después a la doctora Xenia Laurenti, vicedirectora de Asistencia Médica del Programa de Atención Médica a los niños de Chernobil.
Este mar de afectos, en el que bogan profesionales de la salud, traductores y padres, inunda la cotidianidad de la doctora Xenia, a quien acudió JR para conocer algunas particularidades del Programa.
—¿Cuáles son los principales padecimientos de estos niños?
—Los primeros pacientes que llegaron tenían enfermedades oncohematológicas. Se les trasladó a los hospitales pediátricos Juan Manuel Márquez y William Soler, y después, cuando iniciaban el tratamiento, volvían aquí y podíamos darles seguimiento.
«Eran pacientes graves, clasificados en el grupo uno, a saber, patologías serias, con riesgo para la vida. En el dos estaban los que tenían necesidad de ser ingresados, con patologías crónicas, pero que después podían continuar el tratamiento de forma ambulatoria. El tres era parecido, y el cuatro era el de los aparentemente sanos, pero a los que después de todos los estudios siempre les aparecía algo, como por ejemplo, un índice de caries elevado».
—¿Siempre son secuelas del accidente nuclear?
—Científicamente no podemos demostrar que son del accidente nuclear, porque vemos que el comportamiento de las leucemias es igual que el de otras en cualquier lugar. Hemos efectuado estudios del ADN de los pacientes, les hemos medido las radiaciones, y han sido muy pocos los casos que han tenido niveles elevados. Los demás se han mantenido en dosis que no son letales.
«Las enfermedades que se presentan en mayor número son las endocrinas (como cáncer de tiroides), las de la piel (vitiligo, psoriasis, alopecia), las gastrointestinales y las ortopédicas (malformaciones, desviaciones de columna). Son las fundamentales».
—Las de estos niños, nacidos mucho después del accidente, ¿son hereditarias o adquiridas del ambiente?
—Hay radioisótopos que fueron dispersados por la explosión, sobre todo el cesio 137, que tiene una vida prolongada, aproximadamente de 50 años, y que puede permanecer en la naturaleza.
«Pero el impacto psicológico en una familia afectada es de por sí una enfermedad. Si le preguntas a un niño ucraniano qué quisiera, no te responde “juguetes”, sino “salud”. Eso está psicológicamente incorporado. Y parte del programa se dirige precisamente a la rehabilitación psicológica, al no rechazo a ningún tipo de patologías. Nuestro objetivo es curar.
«Hay una condición fundamental para venir a Cuba: pertenecer a una familia afectada por la catástrofe. En Ucrania tienen bien señaladas las zonas por las que viajó la nube radiactiva, los 30 kilómetros a partir de la central nuclear, y han creado un programa de bienestar social para este tipo de familias. Con la prevalencia del cesio 137 en la atmósfera, Chernobil está latente».
—¿Qué retos han debido enfrentar los doctores cubanos ante los padecimientos de estos muchachos?
—El pediatra de primer grado se ha visto ante patologías que no son propias de su especialidad. Ahí es donde viene la parte científica: indagar, buscar, para saber hacia dónde orientar al niño. Saber si tal síndrome es de esta o aquella enfermedad, si debe ser analizada por tal especialista, y llevamos desde el inicio hasta el final un seguimiento total del paciente.
—Les ha demandado entonces un salto en la investigación…
—Efectivamente. Los pacientes traen un multidiagnóstico, con el que los familiares están desorientados. Aquí en Cuba les ofrecemos el diagnóstico real. Es algo que agradecen las madres, y que nos satisface.
«Tuvimos, por ejemplo, un joven que tomaba unas 70 tabletas diarias, con un múltiple diagnóstico, y aquí se le determinó que era una distonía muscular: movimientos totalmente involuntarios. Se le hizo un protocolo de investigación, una primera intervención en el CIREN, una segunda, y salió caminando, hablando español, y se incorporó a la sociedad, tras diez años en Cuba».
—¿Ha habido soluciones netamente cubanas?
—Sí. Está el empleo, en la rehabilitación, de los productos del doctor Carlos Miyares Cao. No intercalamos otros tratamientos existentes en el mundo, sino que solo aplicamos, contra el vitiligo, la melagenina; contra la alopecia, la pilotrofina, y contra la psoriasis, la coriodermina. Hemos obtenido muy buenos resultados.
«Otro caso: tenemos un niño que nació con una malformación de la oreja. En el mundo entero se utilizan prótesis, pero tienen algunos riesgos, como la rotura. Aquí, nuestros cirujanos plásticos acometieron la remodelación con cartílago del propio paciente».
—¿Cuál es la labor del equipo médico cubano en Ucrania?
—Hay una brigada médica en el sur. Desde el principio hubo en Kiev un médico cubano en la selección de los muchachos afectados, y en 1998 el Ministerio de Salud Pública de Ucrania se incorporó al proceso. En el sur, en una zona libre de contaminación, está la brigada, con un hematólogo, un endocrino, un psicólogo, un dermatólogo, un MGI y un traductor, para darles seguimiento a los niños que culminan en Cuba.
«Por otra parte, el ciento por ciento de los que vienen aquí no están relacionados con la catástrofe de Chernobil. También hay niños huérfanos, o sin condiciones económicas. Así, atendimos a un quemado con muchas secuelas. Se le hizo una rehabilitación intensa, porque además venía en silla de ruedas. Se le pusieron prótesis, y ya va a la escuela en Ucrania».
—¿Se puede hablar de una huella afectiva en ustedes, los que participan en el programa?
—Hay una palabra para estos 20 años: esperanza. La vivimos constantemente. La tienen ellos, niños y padres, en los médicos cubanos. Cuba constituye una esperanza. Y nosotros vemos como un reto ofrecérsela. Hay enfermedades que no tienen marcha atrás, pero que un menor pueda incorporarse a la sociedad, que su madre lo vea caminando, ya es un logro. La propia rehabilitación de muchos niños en años pasados, cuando no teníamos equipos, fue por las manos de nuestros fisioterapeutas. Hay que hacer, hay que tratar de modificar. Esa es nuestra medicina, es nuestro prestigio. Y nos enorgullece.