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El cementerio es obra de la vida

La vetusta Necrópolis de Colón, emblemático espacio de la espiritualidad de una ciudad que llega a sus 490 años, se remoza. Uno de cada cinco cubanos es sepultado en ese cementerio, lleno de valores artísticos e históricos

Autor:

Margarita Barrios

Un cementerio, aunque casi todos lo relacionan con la muerte, es en realidad reflejo de la vida en la ciudad desde el punto de vista histórico; también de las relaciones sociales y de cómo es el comportamiento de los citadinos.

Así lo asegura el ingeniero Carlos Bauta Martín, subdirector técnico de la Necrópolis de Colón. «Esta necrópolis se construyó para una ciudad cinco veces mayor, y en aquellos momentos tenía más de 100 000 habitantes. A pesar de que el territorio cuenta ahora con 21 cementerios, Colón sigue absorbiendo cerca del 80 por ciento de los entierros de la capital, que representan casi el 20 por ciento de todos los del país.

«Es decir, uno de cada cinco cubanos que muere, es sepultado aquí. Esa sobreexplotación tiene sus consecuencias. Por ejemplo, que unos cien mil restos ocupan osarios estatales, y aproximadamente un millón doscientos mil los particulares. Las exhumaciones no se pueden detener, y ha llegado un momento en que prácticamente no hay donde poner los osarios. Por ello el nuevo incinerador de restos óseos es tan importante, y será una solución definitiva».

El vínculo de este especialista con la Necrópolis de Colón comenzó desde los 90, y como restaurador y persona sensible sabe que su trabajo allí, aunque a veces es triste, tiene una enorme importancia.

—¿Cómo califica el estado constructivo del cementerio?

—De regular. En Cuba hubo siempre una tradición de buenas construcciones. Los panteones y tumbas se hicieron con materiales muy perdurables, eso limita el daño a pesar del paso del tiempo. El deterioro se aprecia sobre todo en la parte ornamental, lo cual es a veces irreparable.

«Se han hecho muchos esfuerzos para restaurar. En estos momentos hay una fuerte inversión. Se está terminando, por la Oficina del Historiador, la capilla central, que no tuvo una reparación de esa magnitud desde los años 40 del siglo pasado, y se trabaja en la puerta del norte, que es otra obra simbólica.

«Hay una serie de monumentos muy emblemáticos que se han reparado, como el de los bomberos, que se terminó el pasado año y quedó impecable. Esos son trabajos que llevan materiales y brigadas muy especiales.

«Pero también laboran otras fuerzas que son de Comunales, que hacen labores menores, pero más masivas. En lo que va de año tenemos más de 900 obras intervenidas; por ejemplo hemos colocado gratuitamente casi mil tapas de bóvedas. Claro que son de terrazo, no de mármol.

«La mayoría de los monumentos del cementerio son de particulares. La ley los obliga a reparar, pero no se les puede exigir, porque sencillamente no existen los recursos».

El ingeniero asegura que hay voluntad política para hacer las reparaciones. «Hay cosas más baratas, que pueden realizarse rápidamente con personal menos calificado, mientras otras requieren de mayores recursos y tiempo.

«Además se ha tratado de mejorar el salario de los trabajadores, y estamos en análisis acerca de los sistemas de pago para atraer a personal más calificado».

—¿Qué capacidad existe para ocuparse de los fallecidos que no tienen panteón propio?

—La ley establece que el Estado tiene que propiciar un espacio de enterramiento, que además sea un lugar digno. Siempre hubo forma de hacerlo gratuitamente, pero no era un lugar muy bonito.

«Con el aumento del nivel intelectual de la sociedad se exige más. Ahora es un lugar digno, pero colectivo, y las personas a veces, en el momento del duelo, quieren que las personalicen, lo cual es un deseo muy lógico, pero nosotros tenemos que hacerlo así».

—Hay panteones muy antiguos. ¿Todos tienen dueños o se ha pensado en actualizar las propiedades?

—El derecho de propiedad y de herencia no prescribe. El cementerio no dio un pedazo de tierra, sino una concesión perpetua de superficie para fabricar.

«Algunos panteones están en manos de sus propietarios, pero otros los tienen personas que se quedaron con el documento, y ahí se entronca un problema: una cosa es el lugar y otra los restos humanos que están dentro, y con respecto a ellos no hay legislación en el país.

«Por ello se hace necesario una ley cementerial. Yo puedo decirle a una persona: esa propiedad no es suya. Y me respondería: ¿y los restos de mi abuelita que están ahí?».

«La nueva ley propiciará que las personas vean el panteón como suyo, y si no le dan la atención que deberían, al menos le presten la que puedan, porque hay familias que vienen una vez al año, y ni tan siquiera cortan la hierba».

—¿Continúan los robos en el camposanto?

—Bueno, esas cosas pasan aquí y afuera. Pero después de la entrada de SEPSA, que es una institución profesional, el robo  ha disminuido. Hemos pasado un año sin delito, y sin problemas serios.

«A veces hay quien se queja de que le llevaron la jardinera, o que se la rompieron, pero tenía 70 años y se despegó, porque aquí hay personas que limpian, chapean y pueden tropezar».

—¿Y la limpieza? No veo, por ejemplo, papeleras.

—La limpieza depende más de la educación de las personas. Algunos, cuando sobrepasan la puerta del camposanto, se sienten en contacto con toda una serie de valores que olvidan cuando están en su vida cotidiana. Los que quieren ver el cementerio limpio son muchas veces los mismos que no cuidan la ciudad.

«Aquí tenemos una brigada de barredores, pero ese trabajo se complica, pues cuando se construyó el cementerio era para coches de caballo, por lo tanto las calles tenían la resistencia mecánica para ellos. Ahora son de piedrecitas y se dificulta el barrido. En estos momentos ya se están asfaltando algunas.

«No tenemos papeleras, sin embargo contamos con 80 tanques de basura y cuatro brigadas de mantenimiento, que incluyen en su contenido de trabajo eliminar los focos de mosquitos, y llevamos tres años sin problemas en ese sentido.

«Colón tiene 56 hectáreas y cada día lo visitan unas 4 000 personas; de ellas al menos el diez por ciento trae flores, por lo tanto dejan, por lo menos, 400 pomitos con agua.

«Otro de los objetivos de esas brigadas es cortar la hierba. Además cada día se realizan unos 40 entierros, cada uno tiene al menos tres coronas; son 120 que luego se secan.

«Igualmente están los desechos de las exhumaciones, incluyendo los restos de los ataúdes. Hay una trinchera especial en el vertedero y los llevamos allí. Con todas estas medidas se elimina el humo del cementerio, pues estamos muy cerca de las edificaciones, ya que se ha perdido la franja perimetral que debe separarlos».

El ingeniero precisó que la ley establece que cualquier camposanto debe tener un espacio de 200 metros con respecto a las casas, y ahora es de 25 y hasta menos. «Durante la seudorrepública, se empezaron a vender esos terrenos; se suponía que eran para comercios, pero se fueron transformando en viviendas».

Aunque el Cementerio de Colón tuvo un proyecto inicial, nunca llegó a ser una obra concluida, por lo tanto hubo algunas cosas que se consideró que no eran imprescindibles y se dejaron para después.

«Entre ellas se encuentra el drenaje para el agua de lluvia. Al principio la tierra la absorbía, pero en la medida en que se construyó, ahora el agua corre.

«Igual ocurre con la red eléctrica, que es muy pobre. Hemos tenido que llevar, con postes, la electricidad a los lugares que necesitan vigilancia, donde tenemos también cámaras de televisión y se piensa instalar más. Pero si tengo que conectar un taladro o una pulidora debo llevar un cable de 200 metros».

—Hay falta de señalización en las calles.

—Conocer la historia del lugar es de gran importancia para poder manejarlo. Estas calles fueron concebidas para coches de caballos, y el cochero podía ver la señal original, que eran unas tabletas de hierro incrustadas en el piso.

«Cuando empezaron a llegar los automóviles pusieron postes con señales verticales. Eso limitaba aún más el estrecho espacio en las encrucijadas, y al golpearlas caían sobre los panteones.

«Ahora tenemos un plan para restituir las señales originales. Habrá que mirar al piso. Son más de mil y se están haciendo a través de la Oficina del Historiador. Las instituciones que han administrado el cementerio no son de corte histórico, ni cultural, tienen otra dinámica; las cosas se han ido resolviendo como se ha podido. Ahora queremos rescatar la tipografía antigua de las señales».

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