Desde que Fray Bartolomé de las Casas la bendijera el 4 de junio de 1514 y, semanas después, hiciera el Sermón del Arrepentimiento, muchos son los personajes que pueblan la historia y la leyenda de la ciudad
SANCTI SPÍRITUS.— Hace 495 años se fundó Sancti Spíritus, cuarta villa erigida por los colonizadores españoles en la isla de Cuba.
Los hombres como medida de todas las cosas, los hombres como principales monumentos a la esencia villareña. Una cartografía del individuo en esta parte de la Isla no puede obviar la huella de personalidades y seres pintorescos que han calado el imaginario popular.
A Sancti Spíritus le cabe la gloria de que en su suelo se escuchó, por vez primera en la Isla, una voz clamando por la libertad de los naturales, voz que logró fijar la atención de los monarcas y del Consejo de Indias en el problema indígena y en la necesidad de hallarle soluciones más humanas, destacó Hortensia Pichardo en su texto La fundación de las primeras villas de la isla de Cuba.
Las palabras de la reconocida investigadora otorgan dimensión a los sucesos del Sermón del Arrepentimiento, mediante el cual Fray Bartolomé de las Casas condenó los atropellos de los conquistadores en tierras del Nuevo Mundo, desde el mismo púlpito donde semanas antes, el 4 de junio de 1514, había bendecido el nacimiento de la Villa del Espíritu Santo, cuyo asentamiento inicial se enmarcó cerca del río Tuinucú.
Al levantar su ideal de justicia, con resonancias en todo el naciente imperio español, Las Casas se convirtió en el primero de los célebres huéspedes de la historia espirituana, encrucijada secular de otros hombres que también han abrazado la posteridad.
La presencia del capitán Vasco Porcallo también resulta destacable por esos años. Sin embargo, su estela en el devenir de la ciudad se encuentra asociada a la muerte. Este hombre, quien se encuentra entre los principales colonizadores del Caribe, participó en la fundación de varios de los primeros asentamientos de los europeos en Cuba y descolló en la conquista de la Florida, junto con Hernando de Soto.
En la Villa del Espíritu Santo, Porcallo apuñaleó, hacia 1518, al alcalde Hernán López en pleno cabildo, robó los bienes del Ayuntamiento y envió a sus miembros a cárceles en Santiago de Cuba. La represión protagonizada por el colonizador frenó la primera revuelta popular, no aborigen, en el Nuevo Mundo, acontecimiento que reconoce la historia como la Rebelión de los Comuneros Espirituanos contra el nombramiento de Diego de Ovalle como Regidor de la villa.
Posteriormente, Sancti Spíritus fue trasladada hasta su ubicación actual, según cuenta la leyenda, porque una plaga de hormigas mataba a los recién nacidos, al atravesarles el ombligo. No obstante, tiempos violentos como los de Porcallo llegaron también mediante la marea de universalidad que fundió a la apacible corriente del Yayabo con los relatos de piratas y tesoros, presentes en casi todas las latitudes antillanas.
Tal vez no tenían la reputación de bandidos como Francis Drake o Henry Morgan, pero en la segunda mitad del siglo XVII un grupo de estos malhechores arrasaron con los archivos de la parroquia, varios ornamentos litúrgicos y una famosa paloma de oro, donada por Don Pedro Pérez de Corcha en 1612. Hubo otros asaltos de filibusteros que por suerte fueron repelidos, en gran medida gracias al apoyo de la población.
Hoy llaman la atención las expectativas que debió generar Sancti Spíritus en lobos de mar como Mansfield, de Port Royal, y Legrand, de Islas Tortugas, quienes con sus fuerzas no dudaron en trasladarse kilómetros desde la costa para consumar sus fechorías.
No debemos omitir el paso por tierras yayaberas de altos dignatarios de la Iglesia Católica durante la época colonial. Entre ellos se incluye el Obispo Morell de Santa Cruz, considerado el primer historiador de Cuba, según el criterio de autores como Eduardo Torres Cuevas, Premio Nacional de Ciencias Sociales.
El Obispo Diocesano Juan José de Espada y Landa, uno de los máximos exponentes de la Ilustración en nuestra Isla, también plasmó sus ideas en el devenir villareño. Visitó en varias ocasiones Sancti Spíritus, eliminó los enterramientos en el patio de la Iglesia Mayor y donó mil pesos para la construcción del célebre puente Yayabo, cuya edificación se había iniciado hacia 1817, como afirma el investigador Orlando Barrera.
Las arcadas y empedradas callejas de esta parte de la Isla testimonian además la estancia de hombres de guerra como el Conde Valmaseda, general español no tan conocido por su prohibición del uso del bigote entre los negros en Puerto Príncipe, como por el dolor provocado a la familia cubana durante la Guerra de los Diez Años.
Lamentablemente, uno de los discípulos de este caudillo, el sanguinario Valeriano Weyler Nicolau, Marqués de Tenerife, amancilló hacia 1897 a la Villa del Espíritu Santo con su política de Reconcentración. Dicen que aquí su crueldad desató la jarana popular con expresiones como: «Solavaya Valerí, pronto te botaremos de aquí».
Incluimos en nuestro listado de celebridades la presencia por estas latitudes de uno de los mortales que trazó los destinos de la humanidad al finalizar la Segunda Guerra Mundial: Winston Churchill, quien antes de convertirse en el Primer Ministro de Inglaterra, visitó en 1896 Sancti Spíritus, como corresponsal del Times de Londres, para reseñar las luchas entre mambises y colonialistas.
Cuentan que, quien trascendería como malhumorado estadista, manifestó en aquellos días sentir temor por su vida, cuando los lejanos tiroteos obstaculizaban su cómodo sueño en el yayabero Hotel Correo. Afirman que hasta solicitó protección de los españoles.
Hijos del YayaboLa luz yayabera señoreaba en los vitrales de aquella tarde cualquiera de los años sesenta. Rafael Gómez Mayea, Teofilito, uno de los más célebres trovadores espirituanos, vagaba por la espirituana calle Independencia, cuando una melodía familiar, desde el interior de la casa más próxima, detuvo su paso.
Al concluir la interpretación cierto locutor presentó a la emisora Radio Moscú Internacional que terminaba de transmitir una versión para concierto de la canción Pensamiento. Escuchar la más famosa de sus composiciones en ese instante provocó en el bardo espirituano uno de los momentos de mayor placer a lo largo de toda su vida, según testimonios de quienes lo conocieron. Como expresó el propio Teofilito, en aquellos acordes sintió que Sancti Spíritus, en el mundo, estaba representada.
Bajo el mismo influjo de su devenir, la villa ha aportado otros nombres que han situado al rumor del Yayabo en el pentagrama de lo universal. Baste mencionar a Juan de la Cruz Echemendía, fundador del Coro de Clave La Yaya, en 1899, agrupación que llevó la savia de esta parte de la Isla y cuenta hoy con sus continuadores. Tampoco podemos soslayar a ese ciego virtuoso nombrado Miguel Companioni, de cuya facultad para enamorar la guitarra nacieron piezas como Mujer perjura.
Sin embargo, Sancti Spíritus engendró otros hijos relevantes más allá de las corcheas. Pintores de la estirpe de Oscar Fernández Morera, poetisas como Francisca Hernández y Lucrecia González, quien además colaboró con Martí en la causa independentista, elevan el talento a su máxima expresión.
Por el amor a la libertad y el bregar de por vida, ocupan un lugar medular entre los villareños nombres como el Mayor General Serafín Sánchez, también amigo del Apóstol, así como Honorato del Castillo, quienes jugaron roles fundamentales en nuestro proceso emancipador durante el siglo XIX.
En la evolución de la villa resulta necesario defender el lugar que ocupan en el imaginario popular personajes pintorescos cuyas vidas transcurrieron a través de columnas y plazuelas. Entre ellos, salta Francisquito, el negrito pordiosero que, como iluminado esporádicamente por la lucidez, asombraba, hasta hace algunas décadas, a los transeúntes cuando calculaba la hora del día con la precisión del más moderno de los relojes.
Hoy, otros nombres como Serapio, Juanelo, Martha Picard, Mantecado, Antonio Díaz, Mariano Flores y Lalito se arremolinan en la cotidianidad espirituana. Tal vez en los próximos cinco siglos otro cronista intente desentrañar sus huellas en esta ciudad. Para entonces necesariamente ese domador de historias también encontrará en los hombres y mujeres de la villa, el conjuro de una atmósfera solo disfrutable hoy en otros sitios, a través de fotos carcomidas o lienzos decimonónicos.