Desde el 24 de febrero y por tres meses, ellos realizan la Campaña de las Tres F (FEEM–FEU–FAR) para contribuir a la recuperación agrícola del país
Desde la carretera solo se divisaba un grupo de personas que semejaban hormigas por la inquietud de sus movimientos. Sobre los campos miles de papas esperan por ser recogidas, y 85 estudiantes de varias provincias del país se encargaban de hacerlo.
La meta es acumular 20 sacos diarios, pero ellos dicen que les parece muy poco. El momento exige esfuerzo, y para el término de cada jornada las muchachas se comprometen a recoger 25 y los muchachos, 30.
Los jóvenes que hoy ocupan el campamento de Aranguito, en el municipio habanero de Melena del Sur, sienten que asisten a las urgencias de su tiempo.
Si un 24 de febrero de 1895 comenzó la Guerra Necesaria para liberarnos del yugo español, el pasado 24, a más de un siglo de aquella epopeya histórica, estudiantes cubanos iniciaron la Campaña de las Tres F (FEEM–FEU–FAR), en esta ocasión comprometidos con la recuperación de la agricultura en el país.
Esta «batalla» se divide en seis etapas de 15 días cada una, por espacio de tres meses, y se lleva a cabo en diez campamentos, siete de La Habana, y uno en Pinar del Río, Matanzas y Ciego de Ávila, donde estos nuevos mambises están enfrascados en la recogida de papas.
«En estos momentos contamos con alumnos del Instituto Politécnico Agropecuario (IPA) Pedro Soto Alba, del propio Melena, y con cadetes del Instituto Técnico Militar (ITM) José Martí, Orden Antonio Maceo, de Marianao, en Ciudad de La Habana», comenta el teniente coronel Roberto Torres González, jefe de la agrupación de jóvenes que labora en Aranguito.
El batallón juvenil disfruta durante varios minutos de una tregua para merendar y descansar en pleno campo, mientras esquivan con sus sombreros el sol que a media mañana ya comienza a arreciar. El descanso es estimulante, pero el cumplimiento de la norma no espera y todos se levantan para continuar la recogida.
«A las papas también hay que quitarles el fango antes de envasarlas. Cuando se termina la recogida hay que peinar el surco —lo que se conoce como resaca— para que no quede ni una sola. No podemos darnos el lujo de dejar el trabajo a medias», aseveró Dayron Rodríguez Alfonso, presidente de la FEEM del Pedro Soto.
Unos van limpiando el surco de una sola vez con el saco amarrado a la cintura; aquellos —como quien no quiere olvidar el camino— lo recorren varias veces para llenar las mantas (sacos abiertos en la tierra), mientras otros se encargan de llenar los sacos. Todos trabajan en conjunto, como uno solo.
Para Dayron esta no es la primera vez que se enfrenta a un surco de papas. El gran choque fue en primer año cuando no sabía nada. Ya ha aprendido cómo recogerlas y hacer menos pesada la carga, y hoy enseña a los demás las peculiaridades del trabajo. Afirma que «no es apurarse, sino saber llevar el paso».
Aún no son las 12 del día y están a media jornada. La tarea se extiende hasta las seis de la tarde. «¡Cómo nos falta!», grita uno desde la mitad del surco y de inmediato agrega: «Pero no importa, aquí estaremos el tiempo que sea necesario». Y todos siguen risueños, ensimismados en su tarea.
Un día comúnTodavía no ha salido el Sol y ya en el campamento de Aranguito todos los estudiantes están en pie. Ni en la escuela se levantan tan temprano, piensan seguramente mientras tratan de despegarse de la cama.
Cerca de las siete de la mañana se reúnen para el matutino, que realizan los estudiantes de la FEEM; junto a los cadetes del ITM participan en la ceremonia de la bandera; y, por supuesto, antes desayunan para enfrentar la faena.
«Cada día realizamos, con toda la solemnidad que exige, esta ceremonia para fortalecer los valores, así como el amor y respeto de estos jóvenes a la Patria», expresó el teniente coronel Torres González.
Son las 7:30 a.m. y en el surco, sin distinción de escuelas, todos trabajan por igual. Los cadetes se mueven con más prontitud, sin dudas la condición física que adquieren en la vida militar influye en su desempeño. No obstante, los estudiantes del politécnico no se quedan atrás, quieren cumplir su norma y aportar más, aunque su agilidad no sea la misma.
Pese a ser unos de la FEEM y otros de las FAR, el día a día laborando juntos por casi diez horas, así como compartir los encuentros recreativos, ha creado un ambiente cálido entre todos. Tan solo los diferencia el uniforme verde olivo que visten los cadetes del ITM.
«La jornada es muy extensa, todo el día estamos en el campo, la suerte es que entre chistes vamos haciendo más llevadera la relación entre nosotros y el rigor del trabajo», confiesa Jessica Silva Medina, estudiante de primer año del politécnico.
No hay descanso en toda la semana. De lunes a sábado estos jóvenes laboran en el surco hasta las 6:00 p.m. Solo cesan en su empeño por dos horas para merendar y almorzar, todo en el campo. Cuando único trabajan media jornada es el domingo, pues en la tarde reciben visitas de familiares y amigos, a quienes mucho extrañan.
Según Jessica hay muy buena atención en el campamento. Aparte de los oficiales de las FAR, hay varios profesores que a diario atienden a los jóvenes y contribuyen, con la ayuda de otros que se suman, a la recogida de papas en el surco.
«A varios de los muchachos de primer año del politécnico les choca el hecho de estar lejos de sus casas, e incluso hay muchos que nunca han estado en una etapa tan dura de trabajo, por lo que realizamos actividades recreativas y deportivas para que estén estimulados y enfrenten con más voluntad la jornada siguiente», afirmó el profesor de Química, Maykel Montero Acosta.
Luego de un día agotador, algunos solo piensan en bañarse, comer y dormir toda la noche para recuperar las fuerzas. En cambio, otros aprovechan para participar en encuentros deportivos y actividades culturales conjuntas entre los cadetes y los estudiantes del politécnico.
Energías multiplicadasSobrecumplir es, al parecer, la palabra de orden de estos muchachos. Desde el primer día lo demostraron con los 1 574 sacos recogidos entre todos.
Con energía, agilidad y productividad se mueven en el surco dos cadetes del ITM, quienes en el primer día recogieron 67 sacos entre los dos, un dúo muy dinámico.
El santiaguero Erislandi Acosta Yebil y el holguinero Ángel Betancourt Batista, sobresalen entre sus compañeros por el entusiasmo y compromiso.
«Para mí esto es pan comido, el año pasado estuve en la campaña de frío y ya le cogí la vuelta. Hay que estar concentrado para hacerlo bien y después poder ayudar a los demás», dice Erislandi.
Angelito asegura que fue muy difícil cogerle el ritmo al santiaguero: «Va por el campo como todo un zepelín. ¡Qué rápido! El primer día me tenía agitado, pero siempre es bueno trabajar con una persona que lo haga bien y ya vamos al mismo compás».
Al preguntarles sobre cuánto ha influido la preparación militar para mantener el mismo paso, los dos afirmaron que «ha sido fundamental, nos ha ayudado muchísimo para nuestro desempeño en el surco. Pero, no se crean que es fácil, cuando uno lleva varias horas con el cuerpo doblado, te lo sientes en el alma».
Yasser Ramos Pita, estudiante de segundo año, sabe bien lo que es estar trabajando en un surco, y es uno de los que más papas recoge del politécnico. Es la segunda ocasión en que participa en una campaña y ya está ayudando a los de primer año.
«Aquí lo que vale es la agilidad, tienes que ir a un ritmo determinado: ni muy, muy, ni tan, tan. Esto no tiene mucha ciencia, solo mucho aguante y resistencia pues coincido en que las jornadas son agotadoras, pero aquí seguiremos», afirma Yasser, quien siguió con las manos en el surco para cumplir su norma.
Todos no pueden seguir el ritmo de estos jóvenes. Para Yudalaisi Cruz Palenzuela, estudiante de primer año del politécnico, es la primera ocasión en que se enfrenta a las labores agrícolas, y su cuerpecito menudo, de tan solo 15 años, parece no estar preparado.
«¡Tremendo susto que pasé cuando llegué! Nunca había experimentado lo que es el trabajo en el campo. Se necesita mucho espíritu para estar casi doce horas diarias a pleno sol. Uno se cansa muchísimo y en el momento no te lo sientes, pero luego te llega hasta los huesos», comenta.
Y agrega: «No somos de quejarnos mucho, pues sabemos la situación en la que se quedó el país luego de esos tres terribles huracanes. Además, las energías se multiplican cuando trabajas para contribuir con tu tierra, que lo necesita y no merece menos».