Ser mujer con las alas desplegadas; ser Una sin perder el maquillaje y la ternura en esta Isla... le zumba el mango. Y no se asuste el lector: las autoras de este texto no son abanderadas tercas de una liberación que excluye a los compañeros imprescindibles. No andamos en el tono de «hombres necios que acusáis a la mujer sin razón...».
Pero en una mirada profunda, justa, debemos reconocer que a pesar de las conquistas logradas por las cubanas en la vorágine de una Revolución que nunca ha dejado de pensar en ellas, todavía persisten ataduras —algunas casi tan antiguas como la misma especie humana—, por cuenta de las cuales la visión patriarcal asoma en todo, como fantasma silencioso.
«Intentar correr a la par de los lobos tiene un precio para ellas», nos ha confesado un antropólogo dedicado a estudiar la historia del feminismo en Cuba. Y así hemos pensado por estos días, a la luz del Congreso de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), en cómo la sociedad nuestra —donde no es legítima la discriminación contra la mujer— enfrenta un gran desafío cultural: mujeres y hombres somos diferentes. De acuerdo. Mas, ¿por qué asumimos las responsabilidades de la vida de una manera tan desigual?
Es un asunto apasionante, concerniente a todos. Eso explica que hayamos salido en busca de voces desde las cuales meditar sobre la realidad de la mujer en la Cuba de hoy, y sobre los derroteros de la Federación nacida en 1960, cuando había que estrechar abismales brechas entre los hombres y sus compañeras.
El costo de ascender«Vivir en estos tiempos es difícil, tanto para mujeres como para hombres», afirmó Ivette Vega Hernández, directora de la revista Muchacha, de la Editorial de la Mujer.
Ella no pudo soslayar los impactos de un angustiante bloqueo que gravita sobre el devenir cotidiano: «En foros internacionales la FMC ha denunciado esta situación. Lo ha hecho pensando en cuánto cuesta a la mujer asumir roles históricamente asignados. Cuando ella ocupa minutos de su jornada laboral en preocuparse por los alimentos que debe cocinar, es tiempo quitado a su trabajo. Además de ser buenas profesionalmente, sienten que deben ser buenas en asuntos del hogar».
Y eso no es malo. Lo perjudicial es que solo sean las féminas quienes se ocupen de tales cuestiones. El patrón parece clonarse, según Ivette Vega, en las nuevas generaciones: «Resulta común que en los preuniversitarios las muchachas, por cumplir con las expectativas de sus parejas, sean las responsables de administrar y cuidar la comida de la semana, o de lavar la ropa. Son disparidades que no cambiarán de un plumazo, pues pasan por la conciencia individual de cada ser humano. El cambio cuesta, porque significa desprenderse de más de 500 o 600 años de una cultura patriarcal».
A los ojos de los especialistas, las mujeres seguimos funcionando con resortes bien antiguos. Es obvio que en muchos hogares se superó la etapa en la cual el «sexo débil» pedía permiso para trabajar en «la calle». Pero, como reflexionó Ivette Vega, «ahora se hace un silencio cuando llegamos a casa, o hay una cara de disgusto cuando abrimos la puerta».
Hay señales discriminatorias más desembozadas, como esas «canciones de moda que tildan a las mujeres de bandidas, interesadas. Mientras existan personas que nos ubiquen en ese plano, la igualdad de oportunidades y de justicia social no está alcanzada», destacó la directora de la revista Muchacha.
Y echó mano a otros ejemplos sobre los cuales poner atención: «Si tengo un hermano y él hace menos que yo en el hogar porque sencillamente es varón, la justicia no está alcanzada. Si soy yo, y no él, quien debo cuidarme cuando tengo una relación sexual, la mirada sigue desvirtuada, porque ser padre es un asunto tan serio y responsable como la maternidad».
Hay una tendencia que Ivette no pasó por alto: «Cuando se va ascendiendo en la pirámide social, se reduce el número de mujeres que ocupan cargos de dirección. ¿Acaso dejaron de ser audaces, decididas, inteligentes? No. La vida las cambió, y las que “llegan”... ¿qué pierden, qué ganan, qué sufren?; y cuando aparentemente no perdieron nada, ¿qué culpa les acompaña?, ¿cuál es el costo si no cumplen con el patrón de madre o de esposa que la cultura dice debe ser? El asunto implica un cambio realmente revolucionario, porque no basta con que yo esté presente: hay que estar, y que eso no sea una herejía».
¿Correr o coquetear con los lobos?Sin la percepción de un hombre esta expedición periodística hubiera estado incompleta. Por eso convidamos a Julio César González Pagés, Doctor en Ciencias Históricas y antropólogo de formación, a que aportara sus matices en un tema delicado y complejo, que desata las opiniones más diversas y en el cual siempre se corre el riesgo de no encontrar puntos de equilibrio.
«Somos un país con expectativas muy altas, tenemos una gran población de mujeres universitarias y preuniversitarias, hemos alcanzado gran nivel profesional, pero el machismo sobrevive como etiqueta cultural y educacional.
«Mientras nuestras mujeres han crecido en su universo espiritual y profesional, nuestros hombres no lo han hecho al mismo nivel. Seguimos siendo una sociedad galante, pero discriminatoria, y aclaro que el discurso del machismo incluye a todos, porque no es un barniz, es un conjunto de ideas entronizadas en lo más profundo.
«El reto de superar eso no podemos dejárselo solo a la FMC. Me parece poco serio que solo sea afrontado por quienes son más vulnerables. Se necesita de una sinergia social en la cual tienen que trabajar todas las instituciones. La Federación debe ser el motor, pero no la depositaria de todos los problemas».
Julio César quiso recordarnos cómo son juzgadas, de modos diferentes, la maternidad y la paternidad ausentes. A las madres que se alejan de sus hijos las descalifican tajantemente. En cambio, los padres pueden ser mirados como aventureros o simplemente juzgados como resultado de una tradición.
«Si una mujer decide correr a la par de los lobos, para ella será muy difícil. Probablemente sea descalificada. Igualmente, si un hombre no es hegemónico, será definitivamente descalificado, incluso atropellado en el terreno de la competencia», advirtió el antropólogo, para quien no es sencillo encontrar las convergencias entre las charlas educativas y la realidad del día a día, entre otras razones porque «seguimos anclados en el tema de las mujeres, pero sin involucrar a los hombres».
El espejismo de la equidadHay muchas trampas, a veces sutiles zancadillas, apostadas en el camino de la equidad. Para sostener esa idea, Julio César González nos propuso que analizáramos de qué manera, cuando algunas mujeres ocupan espacios desde los cuales les corresponde tomar importantes decisiones, suelen asumir determinados códigos usados por los hombres en sus modos de comunicarse.
En esta reflexión, el Doctor en Ciencias Históricas comentó que «no se aporta a la equidad sin un trabajo dirigido a los hombres acerca de la percepción que ellos tienen sobre la masculinidad. «Cuando a algunos se les habla de cambios, asocian estos con ser débiles».
Al referirse a la historia de las mujeres en sus luchas por liberarse, el entrevistado recordó que, en el ámbito del éxito público en el siglo XIX ellos crecieron, pero las mujeres fueron más allá, al cuestionarse sus esencias. «Para mí, como activista social, el gran reto del siglo XXI es trabajar con los hombres y lograr que ellos influyan en otros».
—¿Cómo sientes que te miran por estudiar temas como el de la masculinidad?
—En ocasiones causo escepticismo. Algunos me ponen en el terreno de la duda. «A este hombre le falta algo», pueden pensar de mí. Pero después, en el debate franco, la gente se apasiona. De modo que recibo mucha solidaridad. Y no son pocas las personas que me abordan hasta para contarme sus conflictos más íntimos.
Sentido y sueños de una federaciónConocer los entresijos de la Federación, incluso formar parte de su Dirección Nacional, fue para Ivette Vega la oportunidad de descubrir la dimensión transformadora de la Revolución en las mujeres. Un cambio que «ha sido mucho más abarcador de lo que podría abordarse en libros. Hablamos de una labor que ha sido difícil, sistemática y no siempre bien comprendida».
—¿Cuáles consideras que sean los caminos más inmediatos de la organización?
—Creo que el primer reto que afronta la FMC es hacer entender en toda su magnitud a las nuevas generaciones de muchachas, que las conquistas no perduran per se, y que si no se defienden pueden perderse.
«En la década de los 60, la mayoría de las mujeres tenían a la comunidad como único espacio de participación política y social.
Cincuenta años después, muchas jóvenes están becadas, otras tantas trabajan y tienen disímiles responsabilidades en otras organizaciones. Por eso creo que el mayor reto de la FMC radica en lograr que vibre y se haga sentir con fuerza desde la base».
Según Ivette Vega, una de las debilidades de la Federación consiste en que pocas delegaciones de base están dirigidas por jóvenes, a las que, por cierto, hay que convocar atractivamente. Ellas suelen tener mayor presencia en niveles intermedios o superiores.
«Pero a pesar de cualquier reto, los objetivos de la FMC siguen vigentes, porque el primer propósito es mantener la obra de la Revolución».
Hacer que la organización se parezca cada vez más a las nuevas generaciones es uno de los horizontes cardinales apuntados por Lisa García Gayoso, asesora jurídica de la esfera de Trabajo Comunitario de la FMC nacional, y coordinadora ejecutiva del Grupo Nacional para la Prevención y Atención a la Violencia Intrafamiliar.
«Somos privilegiadas en tener cerca a mujeres que estuvieron en la Federación desde sus inicios. De ellas hemos aprendido. Hay propósitos fundacionales que permanecen vigentes, que deben transmitirse a las jóvenes de hoy en el lenguaje de 2009.
«Hay que lograr que la juventud vea a la organización como suya, no solo como aquella nacida en 1960, sino también como la que está luchando por lo que debe ser conquistado. De alguna manera se ha logrado la equidad, pero aún persisten dilemas. Todavía, por ejemplo, tenemos violencia en algunos hogares, y me atrevería a decir que después del período especial, con todo el recrudecimiento de la economía de la familia cubana, las tensiones no han disminuido».
Por otra parte, según Lisa, la organización tiene que divulgar más y mejor lo que hace, y trabajar de una manera diferenciada con los jóvenes. El funcionamiento es otra arista clave: «Tenemos delegaciones que funcionan muy bien, otras que lo hacen regular, y otras que no funcionan. Las últimas están en esos lugares donde se comenta: “Aquí la Federación solo viene a cobrar”».
Es una debilidad que debe revertirse, porque un buen funcionamiento es la garantía de poder atraer a las nuevas generaciones, especialmente en la comunidad, donde hay todo tipo de mujeres: amas de casa, trabajadoras, estudiantes, jubiladas».
—¿Qué es lo más apasionante que ofrece la organización a las jóvenes?
—Hay cosas que me han interesado mucho y que conocí cuando llegué a la FMC: entre ellas están la humanidad, la sencillez y la sensibilidad. La Federación ha sido partícipe de muchos empeños hermosos en el país. Pocas personas conocen, por ejemplo, el empuje tan grande que tuvo la Federación en el Código de Familia vigente, que surgió en parte por el impulso dado por Vilma y la FMC para poder reestructurar el concepto de maternidad y paternidad, para que el hombre pudiera compartir en igualdad de condiciones con su compañera todos los roles en la familia.
«La FMC participa en los programas de atención a desvinculados del trabajo o del estudio. Atiende escuelas, círculos infantiles, hogares para niños sin amparo filial. Hay muchos empeños en el ámbito social que la juventud desconoce. La existencia de la Casa de Orientación de la Mujer y la Familia habla de un espacio al cual podemos dirigirnos para compartir todo tipo de inquietud».
Para Julio César González no hay dudas de que la Federación es una «organización importante; que necesita y merece la solidaridad de otras organizaciones sociales; que hace mucha falta, porque mientras la equidad entre mujeres y hombres no exista, harán falta muchas federaciones.
«La FMC llega a los lugares más lejanos y difíciles; viaja al interior de la familia, y lo hace desde el activismo. Son las mujeres las que movilizan para cualquier campaña de bien público».
Norma Vasallo Barrueta, presidenta de la Cátedra de la Mujer de la Universidad de La Habana, Doctora en Ciencias Pedagógicas y Profesora Titular de la Facultad de Psicología, opinó que el trabajo desplegado por la Federación en las circunstancias actuales debe alcanzar una diversidad a tono con sus destinatarias, cuyos intereses son disímiles. «Sería un trabajo más activo y reconfortante, y daría muchísimos resultados».
Maité López Peña, funcionaria de la esfera de Promoción y Medios de Comunicación de la FMC en Ciudad de La Habana, tiene la certeza de que la organización debe «trabajar más en la base con las jóvenes, y también ganar en funcionamiento. Hay que esforzarse aún más para llegar a esa ama de casa que no tiene otros vínculos. La labor debe ser más individualizada, porque todas las jóvenes no tienen los mismos intereses. Hay que buscar los espacios en que ellas se sientan motivadas».
El difícil arte de existirNadie pondría en duda, comentó Norma Vasallo, «la presencia significativa, ascendente, que ha tenido la mujer en el mundo público de la realidad cubana. Pero a la par que ellas han evolucionado en su participación social, se ha mantenido cierto estancamiento en la vida privada, doméstica, y eso ocurre no solo en Cuba.
«El movimiento feminista ha tenido conquistas importantes en el siglo XX, que de manera significativa se han expresado en una participación en el mercado laboral y en los diferentes niveles de educación; pero la mujer sigue siendo la máxima responsable de las tareas domésticas, y en Cuba esas tareas requieren de más tiempo, de mayor dedicación».
Al decir de la especialista, las féminas cubanas, por su desempeño en lo social y lo doméstico, tienen una doble jornada que suele convertirse, por las carencias diarias, en doble jornada y media; o sea, en unas 20 horas diarias.
«Lo otro que es una realidad en Cuba es la necesidad de dedicarse al cuidado de las personas mayores del hogar. Esa es otra tarea que la tradición le ha asignado a la mujer, y en nuestro país, ya sabemos, la población está envejeciendo. Por lo cual constituye una demanda pensar en la creación de instituciones que ayuden a que las mujeres no renuncien a la realización profesional, si están en plenitud de facultades, por dedicarse al cuidado de sus seres queridos a tiempo completo».
La Doctora en Ciencias Psicológicas puso el dedo en otro tema abrasivo: el de la violencia de género, esa que la mujer puede sufrir en los espacios sociales. Recordó cómo en algunas instituciones prefieren contratar a mujeres jóvenes y bonitas; y cómo la calle es a veces un espacio de acoso, por cuenta del cual las del «sexo débil» terminarán saliendo con escafandras.
«La violencia contra la mujer —añadió— es también emocional, psicológica y hasta económica. La última se ejerce cuando ellas son dependientes del salario del hombre, o de la casa de él, y esa condición es utilizada a modo de chantaje. Son realidades que nos acompañan, que hay que desmontar y denunciar, porque si se ven como naturales correríamos el peligro de hacerlas casi legítimas».
Hay mujeres que, como resultado de tantos años de cultura patriarcal, pueden ser más machistas que los hombres, resaltó Lisa García Gayoso. «La autoridad ganada a nivel social a veces se resquebraja cuando traspasamos, hacia adentro, las puertas del hogar, y limitamos a nuestros compañeros en las tareas domésticas. ¿Acaso, por ejemplo, nacimos con un cartel en la frente que diga “la que cocina soy yo”? ¿Cuántas veces no llegamos en la noche y el esposo está mirando el televisor y el niño no se ha bañado?».
Poniéndole luz larga al tema, no podemos aspirar a que la sociedad del mañana sea mejor, más plena, si en el hogar el niño está viendo que papá no hace nada y mamá es la mujer-orquesta. Cuando ese niño crezca, repetirá la historia aprendida.
Meditemos juntos sobre todo esto. Sin llegar a vivir discusiones como la siguiente, que es una historia real:
—Hay mucho machismo —dice la subordinada al jefe. Y él: «Lo que hay es mucho mujerismo». Ella queda muda ante la nueva palabra. Y él: «Sí, una plaga de mujeres que nos quieren mandar». Y así, en este caso, el diálogo de sordos se muerde la cola sin esperanza de soluciones que ponderen el sabio equilibrio.