Un contingente juvenil reconstruye viviendas al sur de esa provincia oriental, mientras al norte una brigada de estudiantes combina el apoyo a la recuperación agrícola con el trabajo comunitario
CAMAGÜEY, Santa Cruz del Sur.— La muchacha llegó bien temprano en la mañana, y cuchillo en mano fue directamente hasta los rudos horcones de pino. Con destreza se sentó sobre uno, comenzó a pelar el grueso tronco y en pocos minutos la blanca madera quedaba a la vista de quienes, asombrados, la seguían, pero no lograban alcanzarla.
La joven terminó con un tronco y comenzó con el otro, y así a los 30 minutos tres enormes vigas relucían sin corteza cerca de la protagonista de esta historia.
Mientras Odelaiqui La Era, de solo 20 años de edad, continuaba su labor, otros 50 jóvenes santacruceños trabajaban ininterrumpidamente en la construcción de viviendas temporales para los damnificados del ciclón Paloma.
Esta joven instructora de arte no permanece diariamente en el Contingente 47 Aniversario de la UJC, pero su presencia durante los fines de semana no deja de admirar a sus compañeros de brigada, por la destreza con que realiza la necesaria «pela» de horcones.
«Sé que es una tarea fuerte la de la construcción de viviendas; lo que se hace aquí es rudo y “antiuñas”, aunque le he cogido la técnica y ya no me resulta tan difícil como al inicio.
«Hay que ayudar para que mi gente salga adelante. Creo que repartiendo agua y refresco no aporto lo que realmente se necesita», afirmó la instructora de arte, quien de lunes a viernes enseña música a sus niños y los fines de semana se le ve caminar hacia la explanada donde ya se alzan cientos de estructuras de madera.
Entre mezcla y martillosHistorias como la de esta santacruceña se destacan entre los jóvenes del contingente, a quienes de una u otra forma Paloma les ha dejado heridas difíciles de olvidar.
El pescador Keider Morales, por ejemplo, no tiene hogar. El mar le arrancó hasta el piso donde vivió durante más de 24 años: «Mi familia y yo lo hemos perdido todo, pero estoy claro de que la única forma para volver a ser felices es trabajando en la reconstrucción.
«Hoy estamos armando las estructuras de las viviendas donde vivirán miles de vecinos del litoral, pero estamos ayudando en lo que haga falta. Por el momento trabajo es lo que se sobra», comentó Keider, quien junto a Yuri Alcalá alzaba tejas de fibrocemento hasta las altas vigas.
Víctor Varga es otro de los movilizados que desde el pasado 12 de noviembre se incorporó a la brigada juvenil, y también ha limpiado y recogido escombros en todo el sureño municipio.
«Perdí muchas cosas y “agradezco” a la naturaleza que por lo menos me haya dejado en pie las paredes de mi casa. Aún no he podido restablecerme del todo, pero creo que ver levantarse las primeras casas reconforta el espíritu y te da tranquilidad», afirmó Víctor, quien asegura extrañar como nunca su barco.
Así transcurren los días en esta población rodeada de mar, que se reconstruye desde los cimientos, una tarea que han hecho suya los jóvenes, al punto de que los cumpleaños de varios de los integrantes se han celebrado con pala y martillo en mano.
El mismo Keider —iniciador del contingente—, Alexander Fernández y Maikel Verdecia ya han recibido el canto de felicitación por sus nuevos abriles abriendo huecos, tirando mezcla o techando.
«Para mí es una escuela estar en el contingente, porque he aprendido a hacer miles de cosas. Todos aquí conocemos ya como se levanta una casa. Los constructores que han venido desde Camagüey y otros municipios nos han enseñado a hacer de todo», narró el licenciado en Comunicación Social Yunior Pérez.
Olimpiada de amorMientras en el sur de Camagüey permanecen jóvenes en la reconstrucción de viviendas, un campamento agrícola en el otro extremo de esta provincia, en la comunidad de Mamanantuabo, que colinda con la provincia de Ciego de Ávila, abrió sus puertas a estudiantes de la Facultad de Cultura Física.
Aunque la producción de alimentos es la principal tarea de los muchachos de la FEU movilizados allí, una iniciativa surgida en medio del surco ha motivado que la localidad, a unos 70 kilómetros de la ciudad cabecera, reclame a sus muchachos como si fueran sus propios hijos.
«Estábamos desyerbando el plátano, fuertemente dañado por Ike y Paloma, cuando nos enteramos que se realizaría la asamblea de la circunscripción; participamos en esta y terminamos dando solución a los planteamientos de los vecinos acerca de la falta de recreación», destacó Diosvid Moreyra Romero, presidente de la FEU de esta Facultad.
Los aficionados al deporte y el arte en el campamento no quedaron relegados en medio de la limpieza del frijol, la trilla del mijo, la resiembra de la acelga y el escarde de la lechuga.
«Aún no sé cómo surgieron tantas ideas; lo único que tengo claro es que al tercer día de nuestra estancia aquí los muchachos les regalaron una actividad recreativa a los habitantes de Mamanantuabo», relata el profesor de boxeo Mielradyz Rodríguez.
Voleibol, fútbol y atletismo son disciplinas que ya se practicaron en la comunidad.
«Galletas, caramelos y refrescos enviados por la escuela para reforzar la alimentación en el campamento fueron reservados por los movilizados para apoyar las actividades de la comunidad», comentó entusiasmado Pedro Apaura, jefe de Servicio de este centro agrícola.
Durante toda la mañana y parte de la tarde los cerca de 70 estudiantes no descansan, y en las tardes-noches se entregan al trabajo comunitario con los niños. Los planes de la calle deportivos han cogido fama, sumando a la vecindad.
«Los guajiros juegan bien y si es en el atletismo no hay quien les gane. Tremendo alegrón para esta gente que no quiere que regresemos a nuestras casas», apreció Yudelmis Dowdy, quien junto a sus compañeras tiene nuevas amistades, como la cocinera Betty, que ha convertido su casa en un centro de alimentación colectiva.
Las relaciones entre vecinos y estudiantes crecen de un día para otro. Así lo relata Yusimí Horta: «Es cierto que trabajamos mucho en los campos que rodean al campamento, pero también nos divertimos. Recuerdo como, para el tope de atletismo, trajimos hasta deportistas de Camagüey y los mamanantueños nos ganaron. Aquello fue como una olimpiada en medio del monte».
Para Lianet Muñoz y Dania Segura sus cumpleaños se transformaron en una gran fiesta comunitaria. «La panadería local les hizo una panetela grandota y los vecinos les regalaron dulces hechos en sus casas», recordaron las muchachas.
Su compañera Vivian Barthelemí ha tenido que disfrazarse de payasa y actuar para los niños en el carnaval infantil que ayudaron a preparar junto a los profesores de la escuela Carlos Baliño.
Muchas historias quedan por contar en este campamento, pero una muy importante es la narrada por Raúl Peláez de la Torre, coordinador provincial del INDER: «En solo siete días de trabajo los estudiantes del Fajardo movilizados aquí han aportado más de 2 100 pesos, sin contar lo que hemos ido sembrando, no solo en el surco, sino en la espiritualidad de toda la gente».