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A salvo cinco pescadores sorprendidos por Gustav en el mar

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Juventud Rebelde

Ninguno de los cinco tuvimos duda de que nos saldrían a buscar y nos encontrarían. Siempre estuvimos juntos, aun en los peores momentos, cuando ya llevábamos 27 horas flotando abrazados a un remo de la embarcación, desafiando al cansancio y al sueño que debilitaban nuestras fuerzas.

Esa fue la primera imagen ofrecida, al llegar a tierra, por José Miguel Cruz, uno de los cinco pescadores rescatados en la tarde del lunes, cerca de la Ciénaga de Zapata, después de que su pequeño barco de ferrocemento, Langostero 100 (12 metros de largo y 4 de ancho), naufragara el viernes pasado ante un mar embravecido y la embestida de los vientos del huracán Gustav.

«La odisea comenzó cuando después de recibir el aviso de volver a puerto intentamos iniciar el regreso al Combinado Pesquero Camilo Cienfuegos, en el Surgidero de Batabanó. Recogimos nuestras artes de pesca, pero ya el mar empezaba a ponerse peligroso», explica Ismael Domínguez, otro de los marineros. «Decidimos refugiarnos en un cayo, y al tirar el ancla para fondearnos cercanos a tierra a este se le rompió el cabo, por lo que arrancamos el motor de la embarcación para alcanzar el firme. En ese momento se nos partió el cable del gobierno del barco y nos quedamos a la deriva. Ya zozobrábamos y al cabo de unos minutos no tuvimos otra alternativa que lanzarnos al agua, únicamente con unos salvavidas, en tanto veíamos cómo la nave se hundía», relata Domínguez.

Cada hora transcurrida aumentaba la desesperación de este grupo de pescadores, integrado también por Osniel Cánovas (patrón del Langostero 100), Jorge Amaya y Yasiel Valdés, quienes nadaron hasta encontrar un faro de guía de navegación, convertido en faro de salvación, que les sirvió para descansar: tres hombres subían a su borde, en tanto otros dos permanecían en el agua, sin espacio ni oportunidad para ceder ante el insoportable sueño.

Calambres, alucinaciones, vómitos y mareos sufrimos durante tan desagradable experiencia, dice Osniel Cánovas, quien repetía una y otra vez que estaba muy agradecido a sus cuatro compañeros, porque no lo abandonaron en ningún momento. «Me dieron una gran muestra de solidaridad, porque fui el que más dificultades presenté. En dos oportunidades debieron darme respiración boca a boca, masajes y golpes en la espalda. Yo creí que me moría, hice una hipoglicemia, me puse muy mal, pero siempre dijimos que nos salvaríamos los cinco juntos.»

Mientras todo eso ocurría, desde el momento en que se detectó la ausencia del Langostero 100 tras la orden de regresar a puerto, se desató un intenso movimiento para garantizar la búsqueda de los pescadores, por aire y por mar. Se calculaba que en un plazo de 10 a 12 horas debió estar de regreso, pero no ocurrió así.

Un total de 36 embarcaciones, tres helicópteros y dos aviones participaron en la búsqueda, que no se detuvo hasta que los cinco tripulantes fueron hallados.

«Yo no sé si eso sucede en otro país, pero sí estaba convencido de que la Revolución no nos iba a abandonar. Miren la cantidad de medios empleados para rescatarnos, todos nuestros compañeros de la flota participaron también, por eso nos sentimos muy orgullosos de pertenecer a este pueblo», dijo José Miguel Cruz antes de ser trasladado al puesto médico donde se les hizo un minucioso reconocimiento a cada uno de ellos.

El pueblo de Batabanó no dormía desde que se conoció de la desaparición de sus pescadores. Allí, cerca de la explanada por la que arribó el barco que trajo a los tripulantes del Langostero 100, muchos se agolpaban para recibirlos, abrazarlos. Y, por supuesto, allí también, ansiosos y confiados en el gran esfuerzo realizado por encontrarlos, estaban sus familiares. El abrazo, entre sollozos y alegría, selló el reencuentro de estos hombres con sus seres queridos, en tanto dejaban una frase flotando en el aire: ¡Queremos un nuevo barco para hacernos otra vez a la mar!

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