El comandante Faure Chomón (al extremo derecho) y otros oficiales del Directorio Revolucionario ante la tumba de Pedro Martínez Brito en el cementerio de Ciego de Ávila, el 7 de enero de 1959, día en que el mártir debió cumplir 24 años. Foto: Cortesía del Museo Casa Natal Pedro Martínez Brito Ciego de Ávila.— La calle B del Vedado, en La Habana, parecía tranquila. Aquel 10 de julio de 1958, en el apartamento 27 del edificio 459, Pedro Martínez Brito debió acomodar sus pertenencias. Esa calma debía relajarlo, aunque solo fuera por unos segundos, mientras divisaba la claridad que se filtraba por las persianas entreabiertas.
Fueron momentos breves para pensar. Quizá hasta él mismo se sorprendiera de cuánto había cambiado su rostro. Del interior del apartamento le llegaron los ruidos tenues que hacía José (Tato) Rodríguez Vedo, su compañero de clandestinaje. Era de la ciudad de Camagüey y solo tenía 19 años, cuatro menos que Pedro. Había participado en la Huelga del 9 de Abril y se encontraba tan perseguido por la policía como un veterano luchador.
Martínez Brito se cercioró de que la pistola estaba en su lugar. Hacía poco le habían tomado una foto dentro del apartamento; él con el arma empuñada y vestido de traje, al igual que Rodríguez Vedo, como si fueran dos detectives de películas. Pese a lo borroso de la imagen, se veían sonrientes. Era una broma, una de las últimas que iban a disfrutar.
Escóndeme esas granadasEn la noche del 10 de julio, pasadas las nueve, Radio Rebelde informó que al vicepresidente de la FEU, Pedro Martínez Brito, lo habían matado en El Vedado. Al día siguiente, el cadáver llegó a Ciego de Ávila y fue tendido en el cuarto de los padres.
«Había muchas personas desde la noche antes —recuerda José (Pepe) Huergo, miembro del Directorio Revolucionario y amigo del joven—. Cuando trajeron el cuerpo, como no teníamos la bandera del Directorio, le pusimos una del 26 de Julio. Todo el que pasó ante la caja, lo vio así: tranquilito, como si estuviera dormido, y cubierto con la bandera del 26».
El dramatismo de su muerte quedó en la población; pero la pregunta más importante que permaneció entre sus amigos más cercanos fue cómo ese joven bailador se convirtió en uno de los líderes de la Federación Estudiantil Universitaria del país.
En el Instituto de Segunda Enseñanza se había destacado, al punto de ser elegido vicepresidente de la Asociación de Estudiantes. Sin embargo, al revisar la biografía de Pedro, llama la atención la rapidez con que se vinculó al grupo más cercano al presidente de la FEU, José Antonio Echeverría. Matriculó Ciencias Comerciales el 16 de noviembre de 1955 y ya por esos días viajaba a Ciego de Ávila, junto con el también avileño José (El Moro) Assef Ayala, para fundar el Directorio Revolucionario.
Su trascendencia grande llegó en los días de la Huelga Azucarera, ocurrida entre el 29 y el 30 de diciembre de 1955 por la negativa del gobierno de no pagar el diferencial azucarero. El Moro Assef y Martínez Brito fueron designados por José Antonio para coordinar las protestas con los líderes del sector en Ciego de Ávila. Durante la huelga, Pedro se enfrentó a un grupo de soldados que intentaron obligarlo a que barriera las calles.
La golpiza que recibió lo obligó a guardar cama en su hogar. Allí recibió la visita de José Antonio el día 30. Horas más tarde, Pepe Huergo lo fue a ver. Estaba acostado, con unas ropas que le cubrían los golpes en el cuerpo. Mantenía el mismo carácter jocoso y el mechón de pelo, que se le regaba por la frente cuando bailaba o jugaba fútbol y por el que le habían puesto Pájaro Loco, por su semejanza con el personaje del animado estadounidense. Hablaron de la huelga y de la represión que había en la ciudad.
Al final, Pedro señaló una jaba tejida con guano que estaba colgada cerca de la cama, y pidió como si fuera a ir al mercado: «Hazme el favor, Pepito, escóndeme eso por algún lado». Pepe Huergo pensó que sería algún objeto común, pero al revisar se asombró. Dentro había un mazo de mechas, diez cartuchos de dinamita y tres granadas de mano.
La misma sonrisa«Él era del tipo de hombres que meditaba las cosas —confiesa Pepe Huergo—; pero cuando tomaba la decisión, iba hacia delante sin importar el peligro que pudiera aparecer».
Cuando el asalto al Palacio Presidencial, el 13 de marzo de 1957, Martínez Brito integró el grupo dirigido por José Antonio Echeverría que tomó la emisora Radio Reloj. Luego recibió la orden de salir al exilio. Después de peregrinar por Panamá, llegó a Estados Unidos. Allí se le indicó entrar clandestino a Cuba y situarse en Ciego de Ávila para apoyar el paso de una expedición que desembarcaría por Nuevitas el 8 de febrero de 1958 para abrir un frente guerrillero en las montañas de El Escambray.
Cumplida la misión, Martínez Brito retornó a La Habana y allí conocería de su nombramiento como vicepresidente de la FEU. Para mediados de ese año no podía moverse a ninguna parte sin ser detectado por la policía y recibió la encomienda de subir al Escambray, pero aplazó el viaje debido a la llegada de una delegación de universitarios extranjeros, a los que debía atender como vicepresidente de la FEU.
Por esos días, su hermano Antonio (Toñé) y Pepe Huergo lo visitaron en el apartamento del Vedado. Enseguida notaron que había cambiado. Tenía un bigote grande, que lo hacía parecer mayor. Andaba imperturbable, con una serenidad que había sepultado los aires juguetones de la adolescencia y con gestos en los que se le notaban los aires de mando. En lo único que no había variado era en lo afable y en la sonrisa. No lo verían más.
El 10 de julio la policía rodeó el edificio. Los vecinos sintieron el chirrido de las gomas y unas ráfagas. Después hubo un silencio, se oyeron unos gritos y nuevamente unos disparos. Tiempo más tarde se supo que habían capturado a un compañero de Pedro Martínez y Tato Rodríguez Vedo, que portaba la dirección del escondite en una caja de fósforos.
Una primera versión del crimen explica que fueron sorprendidos dentro del apartamento. Pedro trató de alcanzar la pistola y fue ultimado. Rodríguez Vedo se lanzó por una ventana, intentando alcanzar la calle, y murió al caer desde el tercer piso.
La segunda, la más tétrica, apunta que los dos jóvenes alcanzaron la azotea. Pedro saltó a un edificio vecino. Tato Rodríguez, al intentarlo, cayó al vacío y se le fracturaron las piernas. Fue rematado con disparos de ametralladora. Pedro, al salir a una calle opuesta, fue capturado y conducido al apartamento. Allí le dieron un tiro en la cabeza. Fue el último disparo del día. Luego lo tomaron por las piernas y lo arrastraron por las escaleras, con el cráneo golpeándose contra los escalones, hasta lanzarlo como un despojo a la entrada del edificio. Fue lo último que le hicieron. Tenía tan solo 23 años.