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En la memoria de la Patria

Leonardo y Carlitos eran dos jóvenes esgrimistas pasajeros en aquel vuelo en 1976. El Museo-memorial cerca del centro histórico de la ciudad de Las Tunas los recuerda

Autor:

Juan Morales Agüero

Fotos: Pastor Batista

Situado cerca del centro histórico de la ciudad de Las Tunas, el museo recibe al visitante con las fotos de las 73 víctimas del sabotaje y una escultura en su patio que es una advertencia al enemigo. LAS TUNAS.— Pocos actos terroristas en la historia han indignado y conmovido tanto a la opinión pública del planeta como el perpetrado contra una aeronave de Cubana de Aviación en pleno vuelo, el 6 de octubre de 1976, minutos después de despegar del aeropuerto de Seawell, en la caribeña isla de Barbados.

Aquel crimen, en el que murieron 73 personas, constituye una herida a prueba de cicatrices en el corazón mismo de la Patria. Su mentor confeso, el asesino y torturador Luis Posada Carriles, regodea hoy su impunidad en algún lugar de Miami. ¡Qué afrenta! «Tal vez es ley —dijo Martí, aludiendo a Estados Unidos— que en la raíz de los árboles grandes aniden los gusanos».

Entre las víctimas del monstruoso sabotaje figuraron los miembros del equipo juvenil de esgrima de Cuba, que retornaban a casa desde Venezuela luego de conquistar en su capital los máximos honores en el Campeonato Centroamericano y del Caribe de la especialidad. Eran 24 deportistas, 16 de los cuales apenas promediaban 20 años de edad.

«¡Nuestros atletas sacrificados en la flor de su vida y de sus facultades serán campeones eternos en nuestros corazones —expresó Fidel en medio de una ovación al despedir después el duelo—; (...) no alcanzarán el honor de la olimpiada, pero han ascendido para siempre al hermoso olimpo de los mártires de la Patria!».

Leonardo y Carlitos

Dos de aquellos jóvenes esgrimistas eran tuneros. Leonardo Mackenzie Grant tenía apenas 22 años de edad y un creciente prestigio en la arena internacional; Carlos Leyva González acababa de cumplir 19 primaveras y en él estaban cifradas grandes esperanzas para el ciclo olímpico. Sus familias quedaron destrozadas por la tragedia.

«Mi mamá no pudo superar jamás aquel golpe —declaró tiempo después Maricela, hermana de Carlitos—. ¡Hasta tuvo que dejar el trabajo! Aseguraba que lo veía en la puerta de la oficina, como cuando él iba a visitarla allí. Ella murió de una trombosis cerebral, con su enorme dolor por dentro. Mi padre sufrió un infarto y falleció en 1979, a los tres años del sabotaje. Tampoco logró reponerse del trauma».

Para honrar la memoria de Leonardo y Carlitos, existe en Las Tunas el Museo Memorial Mártires de Barbados. Encarna la voluntad de propiciarle al visitante un acercamiento a sus biografías a partir de documentos, fotos, trofeos, medallas y objetos personales. El recinto constituye también una importante fuente referencial sobre las atroces circunstancias en que se consumó el crimen.

Así nació el memorial

Fue el comandante Faure Chomón, por aquel entonces primer secretario del Partido en Las Tunas, quien tuvo la idea de concebir un museo que perpetuara el recuerdo de ambos mártires. La casa donde residía la familia de Carlitos se pintaba de maravillas para tal propósito por su simbolismo y por su construcción: un inmueble de dos niveles, forrado de madera y con techo de cinc, que el padre del esgrimista había levantado en las proximidades del río Hórmigo, a pocas cuadras del centro histórico de la ciudad. Se habló sobre el tema con sus inquilinos y ellos aceptaron mudarse para otra vivienda.

«A los pocos días de concertado el acuerdo, Faure me llamó para que me hiciera cargo de la restauración del local —rememora el laureado escultor Rafael Ferrero—. Las obras tomaron algún tiempo, porque la estructura estaba medio hundida y primero hubo que enderezarla y hasta sustituir las tablas de las paredes y las losas del piso. Pero valió la pena, pues el resultado no pudo ser mejor».

A Ferrero le aguardaba todavía una nueva tarea: ¡construir en el patio del memorial una academia de esgrima para niños! «Se hizo con el objetivo de vincular sobre sus plataformas el conocimiento de la historia con la práctica del deporte —precisa. Y, por cierto, entre los primeros matriculados en el área figuraban parientes de Carlitos y de Mackenzie, ¡dispuestos a ocupar su lugar con los floretes!

Radiografía del memorial

El museo abrió sus puertas el día 2 de julio del año 1977, luego de un intenso período de búsqueda de información y de acopio de muestras para nutrir anaqueles y vitrinas. Tan pronto franquea el visitante la puerta de acceso, recibe un impacto visual: las fotos de las 73 víctimas del sabotaje, incluyendo las de cinco coreanos y 11 guyaneses que también viajaban en el avión junto a sus tripulantes, técnicos y deportistas. Eriza la piel, emociona hasta los tuétanos contemplar tantos rostros llenos de vida. Solo alguien con alma de monstruo, orfandad de sentimientos y entrañas de hiena pudo matar con tal vesania a personas así y arrebatarles de un zarpazo la sonrisa.

Junto a las imágenes ordenadas en filas, una pintura remeda al DC-8 de Cubana y, al lado, la cronología desde que despegó en Guyana, sus escalas en Trinidad-Tobago y Barbados, y, finalmente, su caída al mar frente a una playa repleta de bañistas atónitos ante la tragedia. Un croquis reproduce la ruta de la aeronave, según la captó el radar de la torre del aeropuerto de Seawell. Desde un sencillo pedestal, un trozo de fuselaje rescatado en el océano acusa a los asesinos.

Hay pertenencias de los mártires por doquier. Aquí, una instantánea de Carlitos a los 35 días de nacido. Allá, su carné de la UJC y el de usuario de la biblioteca. También una libreta con notas de clases y su diario de entrenamiento. Una postal dedicada de su puño y letra a su mamá por el Día de las Madres hace humedecer las pupilas.

Desde un mural aledaño, un certificado emitido por el Comité Olímpico Mexicano reconoce en hermosos caracteres las dotes de floretista de Leonardo. También son suyos trofeos, placas, ropa, un radiograma dirigido a su hermano médico, armas, un comprobante del Servicio Militar, llaveros, cartas de referencias, su carné de identidad...

Medallas, escultura y academia

Disímiles pertenencias de los mártires se exponen. Algo que el museo-memorial exhibe con particular orgullo son las medallas Soles sin Manchas, entregadas por el Comandante en Jefe Fidel Castro a los familiares de las víctimas, al cumplirse 25 años del crimen. Ya lo había adelantado en la despedida de duelo: «...sus medallas de oro no yacerán en el fondo del océano, se levantan ya como soles sin manchas y como símbolos en el firmamento de Cuba».

En el patio del museo, una escultura se levanta, desafiante. Inspirada en las víctimas del acto terrorista, se nombra Nuestros muertos alzando los brazos, y es obra del matancero Juan Esnard Heydrich, quien la donó a la institución en 1978. Para crearla apeló al famoso verso de Bonifacio Byrne que la identifica, emblema de la hidalguía y el valor del pueblo cubano.

La pieza está construida con metal soldado, cuyas asperezas le conceden una singular carga de dramatismo. Recrea desgarradoramente un cuerpo humano hecho pedazos y consumido por el fuego, pero erguido a pesar de todo, con un brazo en alto y el puño cerrado, dispuesto a defender a ultranza el suelo, la dignidad y la soberanía de la Patria. La estructura le otorga un extraordinario simbolismo al entorno.

En la parte trasera del inmueble principal, donde una vez estuvo el taller de carpintería del padre de Carlos Leyva, el área de esgrima es toda una alegoría a los caídos en la masacre. Allí se han formado varias generaciones de esgrimistas, casi todas bajo la mirada experta de Delio Pavón, quien fuera también entrenador de Leonardo y de Carlitos.

El museo puertas afuera

Pero el memorial Mártires de Barbados es mucho más que fotografías, vitrinas, esculturas y anaqueles. Entre sus propósitos fundamentales figura insertarse en la comunidad para hacerla partícipe activa de la historia de un crimen que, 31 años después, continúa lacerando la sensibilidad de los cubanos con la intensidad del primer día.

«Tenemos varias actividades que nos caracterizan —asegura Francilia Frías Olazábal, la única fundadora que queda en la institución—. La Estocada Cultural, por ejemplo, está dirigida a los jóvenes. Acordes, tiene como protagonistas a los discapacitados del Hogar de Día. Con los niños desarrollamos un encuentro llamado Uno, dos, tres, alé, con variados juegos de participación y comentarios sobre efemérides relacionadas con las víctimas. También hacemos extensión hasta hogares maternos y casas de los abuelos de la ciudad».

La especialista Nidia Moreno opina que el museo podría hacer mucho más y convertirse en referencia nacional. «Pero para eso necesitamos la colaboración de familiares de las víctimas de otras provincias —agrega—. Aquí tenemos las exposiciones fijas de Carlos y Leonardo, pero si quisiéramos montar una muestra transitoria el día del nacimiento de Nancy Uranga, por ejemplo, no tenemos nada de ella, excepto su foto y su biografía».

Codearse con la historia

Cuando estoy a punto de marcharme, varios niños irrumpen desde la calle. Son alumnos de la escuela especial Camilo Cienfuegos, que, como cada semana, vienen al museo a codearse con la historia.

«Lo que aprenden aquí lo llevan después al aula —asegura Belkis Cedeño, su maestra—. ¡Tendría usted que verlos con sus propios ojos! Todos saben cuánto daño le ha hecho el terrorismo a Cuba. Y si por casualidad alguien menciona en su presencia a Posada Carriles, ¡se ponen frenéticos! Ellos saben, por sus visitas al museo, que sobre su conciencia —aunque dudo que la tenga— debe pesar el crimen de Barbados.

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