Rafael trejo Gonzáles es un símbolo de las luchas cubanas universitarias cubanas «Cubanos: Hay tiranos otra vez, pero habrá otra vez Mellas, Trejos y Guiteras (...)». Fidel Castro,
marzo de 1952.
El tiempo andado no le quita el recuerdo de aquella escena de Rafael Trejo doblado de dolor, luego de que recibiera a quemarropa dos disparos seguidos en su cuerpo.
Gloria Pérez Ribas escudriña el pasado, revive en su mente las huellas del hecho y aclara: «Yo estaba con mi madre, Josefa Ribas Mestre, en el instante en que le dispararon al joven estudiante de la Universidad de La Habana. Ella murió hace más de una década, con 93 años. Pese a mi temprana edad, mantengo la imagen intacta del suceso, porque lo sentí como un corrientazo en mi alma de niña que todavía no salía sola a la calle. Aquel suceso se me incrustó en la memoria para siempre. Mi madre y yo nunca lo olvidamos. Fue en una lluviosa y sombría mañana».
Recalca Gloria que ellas no sabían quién era el estudiante, pero sí que se trataba de un militar machadista arremetiendo contra un joven indefenso.
«Por mis padres yo conocía bien quién era el malo y quién era el bueno allí. No podía entender que machadista significaba partidario del dictador Gerardo Machado, pero ya comprendía que los estudiantes eran los nobles y los justos, y la policía los abusadores. Como niña no asimilaba otra cosa en ese fatídico instante, aunque lo supe con el tiempo».
Vivían en Infanta, en la capital del país, frente al parquecito Eloy Alfaro. La vivienda era pequeña, con una puerta y una ventana a la calle, de esas que van desde el portal, hasta el techo, cerca del actual Radio Progreso. Ese lugar hace un cuchillo con las calles 27 de Noviembre y O. Ya hoy la casa ha cambiado completamente.
«Tenía un portal muy ancho y del parquecito solo la separaba la calle. Y nosotros —mis hermanitos y yo— salíamos a jugar allí: el varón, César —ya fallecido—, con dos; la niña, Elsa —que aún vive—, con seis, y yo, con ocho años. Ese día mi mamá se estaba bañando y estábamos correteando en el portal.
«Cuando más alegres reíamos sentimos la avalancha de gente por la calle San Lázaro, y como nosotros estábamos acostumbrados a ver las manifestaciones estudiantiles y todas sus protestas, pues ya no nos llamaban tanto la atención, esa es la verdad.
«Parece que ellos fueron interceptados en San Lázaro e Infanta, por ahí..., porque el grueso de la muchedumbre juvenil vino por Infanta como un río desbordado. Y al llegar frente al parquecito, empezó la policía a enfrentarse con los manifestantes y viceversa. Unos militares a caballo y otros a pie. El que le disparó a Trejo iba a pie.
«Entré y le grité a mi madre que allí estaban los estudiantes fajados con la policía. Ella nos gritó que entráramos y cerráramos la puerta. Recuérdese que estaba en el baño y que nosotros éramos tres muchachitos.
«Nos metimos dentro de la casa, cerré la puerta y nos pusimos a mirar por las persianas de la ventana, al tiempo que salió mamá y se puso también de curiosa a ver lo que ocurría. Fue en ese preciso minuto, como a las once de la mañana, cuando sonó el primer tiro y de inmediato el otro. El militar y Trejo estaban forcejeando. Todo fue junto a la acera. Y mi casa era portal, acera y calle. El forcejeo, por tanto, ocurrió a unos cuatro o cinco metros de nosotros.
«Lógicamente, fue después que se supo por los periódicos y la radio quién había sido el estudiante herido: Rafael Trejo González, y con los años el nombre del policía, Félix Robaina».
Vino a vernos el padre de TrejoCuenta nuestra entrevistada que a los pocos días fue a la casa de ellos el padre de Trejo, para hablar con su mamá, porque sabía —no sé cómo— que ella había observado el incidente de su hijo.
«Quería que ella fuera testigo del hecho. Pero, temerosa por la suerte de nosotros tres, tan pequeñitos todavía, inicialmente se negó. Al final la convenció, por ser la única persona no participante en la manifestación estudiantil que podía confirmar lo sucedido, como simple vecina.
«Es que acusaban a Trejo de que él había disparado, pero eso era falso. Él estaba desarmado. Entonces mamá fue con el padre del universitario y declaró lo que había presenciado.
«Le pusieron una rueda de policías delante para que ella reconociera cuál de ellos había sido el que había disparado contra el estudiante.
«Claro que mamá lo reconoció —por supuesto que me lo contó con el tiempo—, pero no se atrevió a señalarlo con el dedo; dijo que no estaba segura de quién había sido.
«¿Y puedes creer que nosotros después, viviendo en la calle Lealtad, entre Ánimas y Virtudes, todavía cuando la tiranía de Machado, mamá veía al policía y él se le quedaba mirando? Pero mi madre no quiso buscarse un lío con eso, porque según me contaba, podrían hacernos algo a mí, a mis hermanitos, a mi padre o a ella misma.
«Pero sí aseguró que Trejo no había disparado y eso fue algo muy importante, pues destruyó una acusación infame contra el joven revolucionario y puso de relieve el crimen.
«Después del suceso un día mamá iba con nosotros cruzando la calle Infanta, y se nos acercó un policía robusto, montado en un caballo grande, carmelita y le dijo casi gritando: “¡Las mujeres no deben meterse en política, ¿me oyó? Usted sabe por qué se lo digo!”. Eso nunca se me ha olvidado. A mí aquel caballo me pareció inmenso, y que el militar venía del cielo, con su voz como un trueno».
Recuerda Gloria que el padre de Trejo le dijo a su mamá que cuando necesitara de su ayuda para cualquier cosa, que lo viera sin ninguna pena.