Fotos: Franklin Reyes y Archivos del MINAGRI
Camagüey.— No imaginó la señora Monserrat Canalejo de Betancourt, viuda de «El Lugareño» Gaspar Betancourt Cisneros, que su gusto por las plantas exóticas resultaría con el tiempo una pesadilla para los agricultores cubanos.
Cuenta la historia que la dama sembró el marabú en su finca La Borla, ubicada entonces en las afueras de la ciudad.
Un hacendado del municipio de Sibanicú quiso tenerlo, y ante la negación de la dueña se las agenció y logró que la semilla llegara a su poder. Ahora podríamos decir como el refrán: hay gustos que matan, pues en menos de tres años la hacienda del «antojado», junto a las vecinas, quebraron por la expansión del marabú, convertido en árbol.
Esta teoría no es la única acerca de cómo llegó la planta invasora a la Isla. Los tratados botánicos señalan que aunque no se conoce la fecha exacta de su arribo, es indudable que emprendió su dispersión a partir de 1868.
Libros de la época también registran como responsable de la infestación al decano de los botánicos, el doctor José Blaín, pues al plantarla en su jardín herbario, en la zona de Taco Taco, en Pinar del Río, se propagó con rapidez.
Y aunque estudiosos afirman que esta hipótesis tiene todas las de ganar en credibilidad, pues esa área es muy nombrada en los documentos referidos a la problemática, no se desprecia una tercera, que confirma que el máximo introductor fue el ganado importado a Cuba después de la guerra de de los Diez Años.
Desde el sur de América, donde ya existía la plaga, se importaron lotes de vacunos con semillas en su interior, versión que destacó el eminente Juan Tomás Roig en 1915. El terrible arbusto no esperó para germinar, pues cerca de los puertos donde desembarcaron los animales y en los caminos por donde transitaron florecieron los primeros marabuzales.
Para finales del siglo XIX y principios del XX eran eminentes las pérdidas económicas debido a la elevada proliferación, al extremo que la Secretaría de Agricultura y Comercio emitió la circular 50, que reguló el movimiento de ganado desde las áreas invadidas hacia las limpias, y Roig certificó que el marabú sería un problema serio para Cuba, si no se combatía con cautela y precaución. Ambas advertencias brillaron, al parecer, por su ausencia.
Semillas duras de roerLas chapeas de los marabuzales pueden ser manuales o mecánicas, pero siempre atendiendo a la disponibilidad de los recursos y de las características de las áreas infestadas. Buen asombro se llevó la familia de Redimio Pedraza Olivera al ver cómo en la pared de su casa, en el reparto Jardín, en la Ciudad de Los Tinajones, semillas de marabú brotaron con las abundantes lluvias del pasado mayo, pese a estar sepultadas bajo el cemento durante medio siglo.
Historias como esta dan una visión del serio problema que enfrenta Camagüey, territorio que pese a no ser el único con dicha situación, sí tiene que esforzarse para revertir la infestación, por ser una provincia de arraigada tradición agrícola y ganadera.
Un equipo multidisciplinario creado desde el 2000 por la Ganadería aquí, e integrado por investigadores de esta planta, propone eliminarla en determinadas áreas mediante acciones continuadas hasta el 2011.
«La estrategia para controlar la plaga incluye todos los estudios efectuados por más de 20 años y actualiza los precios de los recursos, pues sin estos es imposible erradicarla», explicó Modesto Ponce Hernández, director de la Estación Experimental de Pastos y Forrajes (EEPF).
Ponce, quien también integra el Programa Integral para la Eliminación de Plantas Leñosas Indeseables (PIEPLI), contó que anécdotas como la de Redimio no se contradicen con los resultados de las pesquisas.
«Los conteos efectuados en zonas de elevada contaminación revelan que aunque se elimine el marabú en Camagüey, hay “reservas” de semilla hasta para cincuenta años», recalcó.
Tesis que se refuerza con lo ocurrido hace algún tiempo en la costa sur de esta localidad: «Se produjo arroz por más de cuatro décadas, y al suspenderse la labor la plaga apareció en poco tiempo», reflexionó el especialista de la EEPF y miembro del PIEPLI, Diego Muñoz Cabrera.
Otra anécdota que convence es la comentada por Ponce: «Al comenzar el PIEPLI se mató un toro adulto, y en su tracto digestivo tenía más de 1 500 semillas de marabú».
La anécdota preocupa a los agricultores agramontinos, al observar cómo el ganado en busca de alimento camina extensas distancias, a través de los pastos pobres de los potreros mal cuidados y poco cercados, extendiendo la semilla en cualquier sitio donde evacue sus deyecciones.
Cabrera alertó que esta semilla, como la mayoría de las leguminosas, tiene una cubierta muy dura que sufre un lento proceso de escarificación, lo cual permite una germinación del tres por ciento, pero al ser ingerida por el ganado esta capa es dañada por los ácidos del tracto digestivo, lo que posibilita hasta un ciento por ciento de germinación».
Cuarentena eternaNingún otro arbusto se ha propagado tan espontáneamente en Cuba durante los últimos 150 años, aseguran los especialistas. En muchos lugares ha desplazado las formaciones vegetales oriundas e impuesto un predominio poblacional.
Aunque parezca un contrasentido, el mejor aliado de la plaga ha sido el ser humano, con su desconocimiento e incorrectos manejos.
Uno de los procedimientos erróneos ha sido la no cuarentena de las reses, que quedó en el olvido de muchos en vaquerías y unidades, a pesar de las advertencias que aparecen en todo tipo de bibliografía botánica, y de realidades que cobran cuentas bien caras.
Así describió la situación Albérico Morales Leal, subdelegado de la Ganadería en Camagüey: «Durante años no se realiza la cuarentena, operación útil para aniquilar la plaga y una de sus principales vías de expansión. El animal tiene que ser encerrado de tres a cinco días, en corraletas o cuartones donde evacuen las semillas».
¿Será la falta de recursos lo que dificulta su puesta en marcha? En este caso, y aunque el factor económico siempre influye, la balanza se inclina hacia el poco hábito, la incompetencia de quienes no comprenden la importancia del aislamiento de las reses, y la de asumir, en las diferentes instituciones ganaderas, como única responsabilidad la del ordeño, actitud que desvincula al vaquero del cuidado que requieren los campos, y con ello la mejora de los pastos. Eso demuestran los análisis.
¿Pero será esta la única medida sanitaria? Otras como el cercado y acuartonamiento de los potreros necesitan financiamiento para su ejecución. Según el subdelegado, hoy es difícil su realización con calidad por la falta de recursos, principalmente del alambre de púa.
Modelo de buen manejo aquí es la Empresa Ganadera Triángulo 6, que procesa actualmente más de tres millones de litros de leche, así como la de su granja La Horqueta, donde se produce carne vacuna, gracias a que casi todas las caballerías perdidas por marabú se lograron rescatar mediante la constancia unida al financiamiento, resaltó Morales.
Ni candela ni lunaUno de los usos del marabú y de gran aceptación en el mercado internacional es el carbón vegetal que se obtiene de su madera. La Espinosa, originaria del sur de África, penetró los terrenos libres encontrados a su paso. Su suerte aumentó al toparse con suelos fértiles, la humedad y temperatura características del trópico y un mal manejo del ser humano.
Condiciones que no pueden ser obviadas, pues ni el corte manual ni el mecanizado ni la época del año en que se realice esta actividad, ni la fase lunar escogida, ni la quema, y ni siquiera los procedimientos químicos utilizados para su destrucción, han tenido efecto positivo, aseguran los entendidos.
Esta nacerá donde haya condiciones de humedad, alta temperatura y luz, y como a buen entendedor... no hay suelo en toda Cuba que se le resista.
A principios del siglo XIX Roig describió en sus tratados la poca efectividad de los cortes, preparación del suelo, quema y destrucción de raíces para eliminar la plaga.
Advirtió, además, el riesgo de chapear o quemar un campo de marabú y abandonarlo, cosa muy común en nuestro país, porque este es capaz de incrementarse en solo diez días en nuevas plantas, a la vez que tapa a los cultivos de menor capacidad de germinación, como pastos, caña de azúcar, cítricos y frutales.
Al respecto el especialista Muñoz, quien se ha dedicado a estudiar por más de dos décadas la planta invasora, valoró que para controlarla se necesita constancia, organización, disciplina, conocimientos acerca del arbusto y recursos que de manera integral y combinados lo combatan.
De obligada reflexión son estas palabras, pues muchas veces sucede que un área libre de plaga o con ligera o mediana infestación se pierde en marabú por mal manejo agrotécnico y del ganado.
Cada vez que una empresa o finca desmonte un área de marabú y no la haga producir de inmediato, con seguimiento y cuarentena, mientras existan semillas de reserva y rebrotes, desperdiciará recursos de todo tipo, además de tiempo y esfuerzo.
«Hay que sembrar cultivos de rápido establecimiento y de ciclos cortos que no ceden terreno a la propagación de la leñosa», insistió Muñoz.
Los especialistas agrícolas aconsejan la siembra de maíz, enemigo jurado de la espinosa y que puede dar hasta tres cosechas anuales, y otros como el frijol, el boniato y los forrajes.
Directivos y estudiosos del tema insisten en que la recuperación de las miles de caballerías infestadas aquí y en todo el territorio nacional tiene que acometerse, a partir del llamado hecho por el Ministro de las FAR, General de Ejército Raúl Castro, el pasado 26 de julio, como una tarea seria, alejada de la improvisación, el descontrol y la espontaneidad que durante tantos años acompañaron la lucha contra el marabú.
Despojarnos de estas concepciones, convertidas en normas cotidianas, ahorraría no solo recursos, sino que permitiría mayores índices de eficiencia en la agricultura y la ganadería cubanas, afectadas, además, por eventos climatológicos, y limitadas económicamente por la pérdida de proveedores después de la caída del campo socialista y por el recrudecimiento del bloqueo impuesto por el gobierno de los Estados Unidos, que incluye las agresiones biológicas contra los cultivos.
Mal manejadosAún recuerda el viejo Paco cómo su padre y sus tres hermanos pequeños se ganaban la vida vigilando el rebrote del marabú: «Caminábamos muchos kilómetros entre los pastizales con una botella de petróleo amarrada a la cintura y un machete en la mano. Pobre de aquel que dejara una sola hojita de la maldita en el campo; no solo perdías la comida de la familia, sino que no te pagaban lo hecho durante una semana».
Este campesino, quien pudo tener sus tierras después del triunfo de la Revolución, dijo a JR que quien piense que la batalla contra el marabú se gana cortándolo está muy equivocado.
«Hasta debajo del asfalto hay semillas. ¿Cuántas veces he visto cómo después de unos aguaceritos se agrieta el chapapote de la carretera y la muy “desgraciá” sale?
«No son todos los de por aquí que van y la cortan, y eso mismo pasa en los campos. Te quejas en mil lugares, lo dices y lo vuelves a decir y nadie te hace caso. Hace más de 20 años yo mismo hice mi corraleta con madera vieja y soga, y una vez a la semana camino mis tierras de punta a cabo, para matar la que viene saliendo, pero no todo el mundo piensa igual. Es verdad que se necesitan más recursos, pero lo peor en el marabú ha sido el abandono», asegura este labriego.
«Los problemas con algunos vecinos ganaderos de por aquí no terminan nunca. El ganado viene, te rompe la cerca y se te mete buscando comida, y aunque la bronca empiece, siempre sales perdiendo, porque al final la muy maldita mata de marabú se sembró. ¿A quién le reclamas? Así te pasas los 365 días del año. Al ganado hay que acuartonarlo bien, aunque sea con pocos recursos, para lograr controlar la plaga, porque eliminarla, ni en 20 años. Hay muchas semillas en el suelo como para soñar con eso», comentó el cultivador con cerca de ocho décadas de vida.
Estas palabras son repetidas por muchos campesinos que, al igual que Paco, defienden el criterio de que el marabú, más que una infestación, es una cadena de problemas sobre la que se debe razonar.
Su presencia en suelos cubanos conspira contra la calidad y productividad de los pastizales, y sin embargo resulta de vital importancia lograr el máximo aprovechamiento en áreas destinadas a este fin.
Esto tampoco puede ser traducido en sobreexplotación de los potreros, como sucede en algunas áreas de esta localidad centrooriental, y repetida en otros territorios del país.
«El promedio de vacas por potrero aquí debe ser de 50 cabezas cada dos, y hay vaquerías con 150 animales en igual proporción», recalcó el subdelegado de la Agricultura en territorio agramontino.
Los daños indirectos en áreas no infestadas son visibles para todos, pues el sobrepastoreo provoca el deterioro de los pastos y la erosión del suelo. ¿Quién le pone el cascabel al gato?
El científico cubano Álvaro Reynoso sostenía que la calidad de los pastizales no solo dependía del riego y de los fertilizantes, sino también de que estén libres de maleza y se aplique el acuartonamiento.
Paradójica realidad y grave problema para la ganadería, si se cuentan las extensiones de tierra que posee Camagüey para esta actividad, de las cuales más de 28 000 caballerías, que representan el 79 por ciento de su total, están penetradas por la leñosa.
Ello ocurre pese a que todos coinciden en que los pastos constituyen la fuente de alimentación más económica para el ganado y por ende para el país. Un buen pastizal garantiza la producción de carne, leche y demás derivados, muy necesarios en la alimentación humana, pero con la proliferación del marabú estos productos hay que comprarlos en el mercado mundial, en momentos en que los precios se disparan.
Los malos manejos de los pastizales y rebaños han favorecido el incremento de la plaga; de ahí que el decano Redimio refuerce el criterio que durante años se ha olvidado: «El éxito está en llegar y no pasarse con los desmontes de los bosques de marabú de manera masiva, en no dejar perder el área desmontada, y en no obviar los estudios que preparan al hombre para combatirlo, errores cometidos por años».
Peligro en la ConfianzaNo solo el MINAGRI y el MINAZ en Camagüey, máximos responsables del problema y de ejecutar las medidas para resolverlo, poseen tierras infestadas. Otros ministerios deben estar atentos, pues las leñosas alcanzan lugares insospechados.
Su presencia ha llegado hasta los bordes de las pistas del aeropuerto agramontino, áreas deportivas de escuelas y repartos, laterales de cementerios, espacios debajo de tendidos eléctricos y telefónicos, orillas de carreteras, caminos y ferrocarriles, riberas de ríos, presas, micropresas y aliviaderos, y espacios subutilizados de fábricas.
Mientras cada cual conozca sus niveles de infestación habrá a quién exigirle, pero con las tierras que están en terreno de nadie debe haber una alerta constante.
Se destaca en esta última categoría la zona que comprende al Camagüey que va desde la Circunvalación Norte y Sur hasta el mismo límite de los barrios. ¿De quién serán estas caballerías? ¿De Transporte, Viales, Comunales, Vivienda...? En un país carente de espesos bosques y que perdió durante el siglo XIX buena parte de sus recursos forestales, la eliminación del marabú, a la ligera, afectaría a los suelos, por lo que sus desmontes deben ser controlados y consecuentes con las características de la planta.
Incremento de la infestación
Entre los años 2000 a 2004 en Camagüey descendió el número de plantas de marabú, gracias a la implementación del Programa Integral para la Eliminación de Plantas Leñosas Indeseables, y debido además a la intensa sequía sufrida aquí, que nunca llegó a secar el marabú del todo.
Pero a partir de 2005, con la reanudación de las lluvias en el territorio y la disminución de los recursos para combatirla, se incrementó la infestación de esta planta en un 19,7 por ciento.
Según cálculos del MINAGRI, hasta el cierre de julio pasado esta se extendía a 559 670 hectáreas, más de la mitad del área agrícola total de la provincia en diferentes grados de infestación, llevando el mayor peso las áreas con plaga intensa, unas 329 563 ha, que representan el 59 por ciento de todas las que sufren este flagelo.
El área agrícola total de la provincia es de 1 392 399,46 ha, de las cuales solo se había calculado el grado de invasión en las de organismos con mayores tierras agrícolas, por lo que aún faltan por cuantificar los terrenos de los pequeños tenedores.
En 2006 se invirtieron para la erradicación del marabú 6 039,3 millones de pesos (MP), solo en chapea; y para el presente año se prevén 26 715,0 MP, de los cuales se han gastado hasta el momento 11 858,6.
Maldita
El marabú, originario del desierto de Kalahari y perteneciente a la familia Mimosaceae del orden botánico Fabales o Phacilales, es uno de los más perdurables de su especie. Se propaga mediante semillas con un poder de germinación de hasta 50 años; y fragmentos de tronco y raíces quemadas o enterradas retoñan.
El nombre de marabú se deriva de la palabra árabe marabut, que en este idioma significa maldito. Entre sus parientes más cercanos aparecen la dormidera, la acacia, el algarrobo y el sabicú. Su follaje fue utilizado durante años como alimento para el ganado, pero se contraindicó su uso por la toxicidad de la mimosina.
A pesar de su indeseable presencia constituye una potencial reserva de carbón vegetal, muy cotizado en el mercado mundial. Es un gran suministrador biológico, pues fija nitrógeno al suelo, y además los preserva de la degradación y desertificación. Su follaje puede emplearse en la fabricación de biogás a base de cisternas de fermentación para la obtención de metano.
La madera es utilizada en la mueblería artesanal, desarrollada actualmente en la provincia de Las Tunas. Su tradicional nombre científico Dichrostachys mutans entró en discusión por nuevas consideraciones botánicas con el nuevo de Dichrostachys cinerea.
Aventaja al resto de las leguminosas por tener una semilla poliembrionaria, que le permite dar hasta tres plantas por cada una. Su sistema radicular es profundo, y se plantea que crece más hacia abajo que hacia arriba, lo cual le permite adaptarse a cualquier tipo de suelo, y en sequía solo pierde su follaje.
Para eliminarlo existen herbicidas como el Biester, pero por ser un pesticida hormonal provoca la contaminación del suelo con múltiples residuales. Solo la fumigación con el Potrerón promete efectividad con menor cantidad de contaminantes.