El tattoo ha ganado adeptos en las sociedades modernas. Foto: Efrén Méndez
El «maestro» pudiera ser el alias de Frank Larrúa: el mejor tatuador del reparto Debeche, en Guanabacoa. Así le dicen los habitantes de la zona y muchos de los «alumnos» que han aprendido con él la técnica del tattoo. Entró al oficio a través de algunos amigos. Con ellos asimiló lo básico y durante algún tiempo se dedicó a hacer tatuajes. Ahora ya no los hace; prefiere concentrarse en la pintura sobre otros soportes, que no son precisamente la piel, y en el desarrollo de una obra creativa que lo conduce por caminos apasionantes y menos peligrosos.
Sin embargo, el prestigio adquirido por este joven de mediana estatura y hablar apresurado —que se inició en el mundo del tatuaje con el empleo de una aguja sujeta a un motor de grabadora y más tarde adquirió una máquina profesional—, hace que aun después de renunciar a este oficio muchos lo busquen y hablen de su destreza.
«En el verano, sobre todo, venían muchas personas, fundamentalmente adolescentes y jóvenes. Esta época es desfavorable para el saneamiento y la calidad final del tatuaje. Pero es cuando más se tatúan», comentó a JR el conocido ex tatuador.
En un encuentro en su casa, adonde nos condujo el halo de popularidad que lo circunda, rememoró los días en que iban a verlo para que hiciera los más variados tatuajes en hombros, brazos, espalda, pecho... Y se refirió a la importancia de esterilizarlo todo, desde las agujas hasta el agua para ir limpiando el dibujo.
«El cumplimiento de las medidas higiénicas es fundamental para evitar infecciones leves y enfermedades que pueden en algunos casos causar la muerte, como por ejemplo el VIH. Los materiales tienen que ser desechables y, por supuesto, debe usarse guantes, e idealmente un tapaboca para evitar que la herida se infecte.
«Aquí no existen tatuadores profesionales y el auge de estos se ha visto mayormente despojado de prejuicios a partir de la década del 90 del siglo pasado. La tinta que más se usa es la china. No es la idónea, pero tiene componentes orgánicos y el riesgo es menor. Además, es la que se consigue.
«El costo monetario oscila entre los 5 y 20 CUC, en dependencia del tatuador, del tamaño del dibujo y de los colores. Las personas que más se tatúan tienen entre 15 y 30 años de edad, aproximadamente», aseveró Frank, graduado de la Academia San Alejandro en la especialidad de Pintura.
DESFILE DE COLORES Y FORMAS
El pigmento que se utiliza puede producir una reacción alérgica. Foto: Efrén Méndez
En Regla, encontramos a Félix Solano, considerado entre los mejores tatuadores de la capital. «A mí me encanta pintar. Un día se me ocurrió dedicarme a tatuar y hasta el sol de hoy. Lo que sé, lo aprendí con amigos. El precio oscila entre 10 y 35 CUC. He llegado a hacer hasta diez tatuajes diarios. Pero siempre a personas mayores de edad. Si alguien menor de 18 años quiere hacerse uno, tiene que venir con sus padres», declaró a JR.Bastan unos pocos minutos en cualquier esquina de Casablanca para ver todo un desfile de tatuajes de diferentes tamaños, colores y formas, en diferentes partes del cuerpo, realizados por Félix.
«Tomo todas las precauciones. La cosa está mala. Hay un montón de enfermedades por ahí y yo no quiero que ningún cliente mío se infecte. De esa forma también uno gana prestigio en este mundo; no vale de nada hacer los mejores tatuajes si no tienes en cuenta las medidas higiénicas.
«La tinta que uso es de pigmento vegetal. Los principiantes en el giro suelen emplear la china, pero esta última puede ser rechazada por algunos organismos. A la mayoría de la gente que viene por aquí le gustan los tribales, en la nuca y el brazo. También me piden que les haga formas abstractas, nombres de un amor o figuras mitológicas o endemoniadas. Las mujeres prefieren tatuarse en la parte inferior de la espalda, casi llegando a los glúteos, y en las piernas, cerca del pie», manifestó.
Son muchos los «expertos» que como Félix han montado su propio negocio en municipios como La Habana Vieja, Playa, Cerro y La Habana del Este. Pues el tattoo se ha convertido en una moda, incluso en un país como el nuestro donde no existen locales con autorización para hacerlo.
Motivados por una tendencia que ha ganado adeptos en el mundo occidental, adolescentes y jóvenes portan los más variados dibujos en hombros, manos, cuellos y tobillos. Algunos se los hacen por «moda» e imitación (modelos, estrellas del cine y televisión y deportistas exhiben tatuajes). Otros para llamar la atención o porque lo consideran un estilo de vida alternativo, un acto de independencia y rebeldía, un símbolo de erotismo... O simplemente, una manera de «probar algo nuevo».
Una pequeña luna fue el dibujo elegido por Mayris para adornar su piel. «Quería estar a la moda y me decidí a ir con mi mamá. Ella también se hizo uno; realmente yo fui quien la acompañé para que se hiciera un tribal —que ahora le oculta la cicatriz de una operación—. Ambas nos aseguramos de observar el proceso de selección de las agujas, e incluso de que las abrieran delante de nosotras», dijo.
Alejandro, uno de los amigos de esta joven de 17 años, cabellos castaños y expresión risueña, tiene dos leones con colas entrecruzadas en su espalda. «Conozco el peligro de tatuarse, pero me atreví a hacerlo porque realmente lo deseaba. Traté primero de asegurarme de las condiciones de higiene».
A diferencia de Mayris, quien cuenta con la aprobación de la madre, Alejandro y Olivia (una joven de 19 años que tiene una rosa en el hombro porque «ahora se usa») no recibieron el apoyo de los padres ni se lo informaron previamente. «Por poco les da un ataque; pero como no tiene remedio, se han acostumbrado», expresaron.
Ernesto Alejandro (24 años) quiere tatuarse un signo de paz lo más pronto posible, como una manera de lograr la armonía interior. «Las agujas las llevaré yo mismo; además cuento con el apoyo de mi familia», manifestó. E Iván (15 años), añora llevar un Che en la espalda, pero no se ha decidido porque conoce los riesgos de «pincharse» con una aguja mal esterilizada.
Odalys (estudiante de noveno grado) busca con ansiedad el modo de hacerse un delfín o quizá una rosa, porque «representan la belleza de la naturaleza»; y aunque dice estar informada en cuanto a los peligros considera que «no se puede pensar solo en lo malo». Y Aileen sueña con tener en su cuerpo una letra china o un solecito.
En cambio, a María Carla (17 años) nunca le ha pasado por la mente hacerse uno. «¡Ni muerta!», exclamó, e interpretó como un insulto la pregunta. «Lo veo antiestético. El que se lo hace, es porque está inconforme con su belleza y busca en el tatuaje lo que no puede encontrar en sí mismo».
Patricia (20 años) tampoco quiere uno de estos grabados en su cuerpo. «Las personas se tatúan por moda o simplemente porque se dejan influenciar por los demás». Y Talía (18) no lo hace porque considera que si en un momento determinado se lo quiere quitar, eso puede convertirse en un problema.
Por una razón u otra, lo cierto es que el tattoo ha ganado adeptos en las sociedades modernas. Incluso muchos de los que no muestran interés en incorporarlos a su imagen aseguran que les gustan, pero que no se atreven a hacérselos por prejuicios, pues todavía en la mayoria de los hogares cubanos es mal visto tatuarse la piel.
CIFRAS TATUADASPareciera a simple vista que esta práctica es mayoritaria en Cuba; sin embargo, una investigación realizada por el Centro de Estudios sobre la Juventud (CESJ) demostró que a pesar de la aceptación que tiene, sobre todo en adolescentes de 14-19 años, es reducido el número de tatuados.
«Dicha situación está condicionada principalmente por el carácter irrevocable de los grabados, el riesgo que estos representan para la salud y la persistencia de prejuicios, estigmas y otros factores externos que limitan un tanto su uso», explicó Aramilka Jiménez, autora del estudio que abarcó a 494 personas, entre los 14 y 29 años, residentes en Ciudad de La Habana, Matanzas, Villa Clara y Santiago de Cuba.
En declaraciones a este diario, la especialista aseveró que aun cuando el 46,4 por ciento de los encuestados gusta de las figuras en el cuerpo, solo el 25,9 porta algún diseño en la piel. Pero este resultado pudiera estar influenciado por el hecho de que algunos de los jóvenes que se inclinan por esta manifestación, no poseen autorización para aplicársela, carecen del dinero suficiente para pagar el «trabajo», o simplemente su gusto se adscribe al disfrute de los dibujos en cuerpos ajenos.
«No debe despreciarse la presión social existente, así como el antecedente de los tatuajes en Cuba (usados en el pasado por sujetos marginados, reclusos, prostitutas y marineros), lo cual creó prejuicios y estigmas que persisten en la sociedad y probablemente incidan en la limitación de algunos jóvenes a tatuarse», alertó.
Los varones son los que más lo hacen (el 71,6 por ciento de los encuestados). «Villa Clara resultó ser el territorio donde más gusta este tipo de práctica (58,6 por ciento), mientras que en Santiago de Cuba sienten menor preferencia por los grabados en la piel (42,2) y un mayor rechazo hacia esos dibujos (56,6)».
Más allá de cifras y gustos, la investigación evidenció que solo el 21,4 por ciento de los villaclareños estudiados porta un tatuaje. Seguido de estos están los yumurinos, los capitalinos, y por último los santiagueros (10,1 por ciento).
Se comprobó también que con el aumento de la edad disminuye el encanto por los dibujos en la piel, así como el número de sujetos con ansias de tatuarse. La indagación demostró igualmente la existencia de un conocimiento básico en la juventud cubana sobre los tatuajes.
UN DIBUJO DE CUIDADOEs obvio que la persona que se tatúa corre el riesgo de contraer una infección, porque la piel es un órgano que tiene entre sus funciones principales la de constituir una barrera de defensa de nuestro organismo. Y un tatuaje es una herida punzante.
«Se realiza penetrando la piel con una aguja e inyectando tinta. Pero no en la epidermis (la capa superior de la piel que continuamos produciendo y cambia a lo largo de la vida) sino en la dermis, que es más profunda», explicó la doctora Ada Belkis Castilla, médica general integral del municipio capitalino de Regla.
«El pigmento que se utiliza actúa como una sustancia extraña al organismo y puede producir una reacción de tipo alérgica. Y si ya sufres de una afección cutánea, como eccema, es posible que surjan erupciones como resultado del proceder. Existe además la probabilidad de contraer infecciones virales, como la hepatitis y el VIH-sida, o irritaciones severas».
Las partes de mayor riesgo son fundamentalmente los genitales o zonas periféricas, debido a las características de la piel en esas áreas, la cercanía a las mucosas y la posibilidad de adquirir una infección por el contacto con secreciones corpóreas, destacó la doctora. En cuanto a las consecuencias dermatológicas a largo plazo «si un tatuaje no cura adecuadamente, origina cicatrices, y en dependencia de las características de la piel del individuo provoca la aparición de queloides (crecimiento excesivo de tejido cicatrizal en el área de la herida). Sin dejar de mencionar que algunas personas deciden posteriormente quitárselo y eso deja una huella.
«Muchos tatuajes se realizan sin cumplir con las normas mínimas de asepsia y antisepsia. Los utensilios empleados deben ser completamente estériles y esto solo se logra con material desechable, que no está al alcance de todos los que se dedican a ello, o con el uso de instrumentos esterilizados en equipos de autoclave.
«Es importante asegurarse de que en el lugar elegido para tal fin se cumplan las medidas sanitarias y estén al día con las vacunas, en especial contra la hepatitis y el tétanos. Si el individuo tiene un problema de salud, como una afección coronaria, enfermedades cutáneas, alergias, diabetes, y en el caso de la mujer si está embarazada, debe preguntarle a su médico de familia acerca de las precauciones a tomar.
«Las señales de infección incluyen enrojecimiento o sensibilidad excesivos alrededor del tatuaje, sangrado prolongado, pus o cambios en el color de la piel», alertó la doctora Ada Belkis.
ANTIQUÍSIMA MODALos ejemplos más remotos de personas con tattoo, según revelan estudios, son un cazador de la era neolítica, con la espalda y rodillas tatuadas, encontrado dentro de un glaciar en 1991, y una sacerdotisa egipcia, Amunet, diosa del amor y la fertilidad, que vivió en Tebas alrededor del 2000 A.C., y tenía tatuajes al estilo del cazador: lineales simples, con diseños de puntos y rayas.
Entre los antiguos egipcios y numerosos pueblos sudamericanos y orientales (China, India, Japón) se usaban como distinción de rango o clase social; también para asustar a los enemigos en el campo de batalla (los maoríes empleaban la pintura corporal como arma de guerra, creían que intimidaba). O como talismán para prevenir enfermedades (los egipcios pensaban que al pintarse el cuerpo evitaban enfermedades). En América Central, los pueblos originarios tatuaban sus victorias en las batallas; y en el norte de África se empleaban como signo mágico y de protección física y del alma.
Cuentan que era poco común verlos en el occidente, hasta que en el siglo XVIII el explorador James Cook los popularizó; y posteriormente, en 1890, se inventó una máquina eléctrica para tatuar. Desde entonces comenzaron a difundirse y hoy en día están por doquier.
Es cierto que los tatuajes no tienen que ser permanentes, como algunos piensan. En la actualidad existen métodos que intentan eliminarlos (láser, extracción quirúrgica, dermoabrasión, escarificación...). Pero quienes han acudido a ellos, afirman que duelen más que el tatuaje mismo y no siempre son efectivos. Además, como toda moda, es posible que con el tiempo dejen de resultar atractivos.
¿Qué hacer cuando llegue el momento? ¿Quién garantiza en la actualidad que la esterilización de los materiales sea la adecuada y que los pigmentos no sean agresivos? ¿Es arte sobre la piel lo que hacen los tatuadores cubanos, o lo que buscan es lucrar con los dibujos? Son preguntas que habrá que responderse.