El niño mulato que nació hace 162 años en la ciudad de Santiago de Cuba, el 14 de junio de 1845, sin que la crónica social lo mencionara, el primogénito de Marcos Maceo y Mariana Grajales, con el nombre de José Antonio de la Caridad, en muy poco tiempo de lo corta que es la vida del hombre, se convirtió en una de las figuras más excelsas y útiles de la historia cubana.
De su padre tenía en las venas el sentido del desprendimiento social y del trabajo duro, y de su progenitora el más alto calibre del sentimiento patriótico de la libertad.
De Mariana, por ejemplo, escribiría Martí: «¿Qué había en esa mujer, qué epopeya y misterio había en esa humilde mujer, qué santidad y unción hubo en su seno de madre, qué decoro y grandeza hubo en su sencilla vida, que cuando se escribe de ella es como de la raíz del alma?».
Se sumó con 15 años a la lucha contra los españoles y muy pronto, con solo 23 años, ya tenía las estrellas de teniente coronel del Ejército Libertador de Cuba.
Se convirtió en el más bravo santiaguero de todos los tiempos, en Lugarteniente General del Ejército Libertador de Cuba, en el segundo jefe de la lucha contra el colonialismo español y en el más audaz y valiente contrincante de un ejército invasor enemigo de 200 000 hombres, mejor armados y entrenados que los mambises.
El Apóstol diría en instante memorable que el General Antonio «con el pensamiento serviría más a la patria que con el valor», y el mismo Maceo había confesado a su esposa María Cabrales, en carta también inolvidable: «Vivo a caballo (...) y tengo el valor de lo que pienso (...)».
Dedicó a la lucha 28 años de su vida, fue el general que más heridas recibió y es un orgullo eterno su respuesta al indigno Pacto del Zanjón cuando se creía que todo estaba ya perdido, pues no dejó caer la bandera enarbolada por Céspedes el 10 de octubre de 1868, como tampoco la de Martí, en 1895.
El Maestro diría varios años después: «Tengo ante mis ojos la Protesta de Baraguá, que es lo más glorioso de nuestra historia».
Siempre tuvo fe en la capacidad revolucionaria de los cubanos y se opuso a cualquier injerencia foránea, al punto de asegurarle al pesimista José J. Hernández, cuando dijo que Cuba sería una estrella más de la constelación de Estados Unidos: «Creo, joven, que ese sería el único caso en que tal vez estaría yo al lado de los españoles».