Fueron 16 los jóvenes asesinados por los esbirros de la dictadura batistiana.
Con más de 80 años de vida, su mirada revela todavía la firmeza y el vigor del mozo. Motivado desde la primera pregunta en nuestras agendas, Fernando Virelles parece erguirse de su asiento cada vez que encuentra, con pasmoso lujo de detalles, un nuevo retazo de recuerdos sobre su participación en los hechos del Corynthia.Particularmente una respuesta le hace empinarse desde el mismo borde del balance donde nos recibe en la sala de su casa, en la calle Lealtad 415 Altos, en La Habana Vieja.
El combatiente nos acercó su rostro, y, apuntando al aire con el dedo índice de su mano derecha, como en son de combate, expresó: «Ardíamos en deseos de liberar a Cuba. Había que hacer algo, y como nosotros había miles que pensaban lo mismo».
Él es uno de los sobrevivientes de la intentona que culminó, el 28 de junio de 1957, en la masacre del arroyo La Marea, en Cabonico, actual municipio holguinero de Mayarí, donde perdieron la vida 16 jóvenes cubanos.
La acción militar no solo adolecería del factor sorpresa. La soldadesca batistiana había sido avisada de antemano. Ya había dado señales de su determinación a finales de diciembre de 1956, con la horrible matanza que pasó a la historia con el nombre de las Pascuas sangrientas.
Descabezar al movimiento revolucionario y progresista de la región norte de Oriente fue la razón primera de la abominable acción, para impedir cualquier tipo de respaldo a la invasión que se fraguaba.
La represalia había estado motivada además por el desembarco de los expedicionarios del yate Granma, el 2 de diciembre de ese mismo año, y el levantamiento del 30 de noviembre, en Santiago de Cuba, para apoyar la entrada a suelo cubano de los jóvenes de la Generación del centenario.
La tiranía sabía muy bien que el ex presidente Carlos Prío, quien ante el golpe de Estado de Fulgencio Batista, en marzo de 1952, no fue capaz de oponerse, iba a intentar —sin exponer el pellejo—, conseguir un nuevo espacio político.
«La idea consistía en abrir un frente guerrillero de la Organización Auténtica (OA) en la zona del macizo montañoso de Cristal, con una expedición que arribaría por algún punto del litoral nororiental, posiblemente Baracoa, para lo que un destacamento de jóvenes deseosos de combatir al régimen nos entrenamos», precisa Fernando.
Pero los compatriotas desconocían, en su mayoría, los aviesos intereses personales de los politiqueros que financiaban el proyecto, dirigido a la desunión del esfuerzo liberador en marcha. Sin embargo, fue asumida por muchos como un medio para incorporarse a la lucha iniciada.
En marzo del 57, la tiranía había recibido además el golpe moral del ataque al Palacio Presidencial, liderado por el Directorio Revolucionario, que intentó el ajusticiamiento del gobernante de facto.
En tanto, en la Sierra Maestra el naciente Ejército Rebelde iba consolidando fuerzas, organización y libraba con éxito sus primeras acciones.
PROA A LA MUERTEFernando Virelles. Foto: Alejandro Rojas Aguilera Zarparon del río Miami, en los Estados Unidos, el 19 de mayo de 1957. En el yate venían 27 expedicionarios, al mando de Calixto Sánchez White. Entre ellos, con grado de teniente, se encontraba Fernando Virelles, quien había recibido preparación militar en las filas del ejército norteamericano. Tocarían tierra cubana el 23 en la tarde.
Una decena de ellos lograron salir ilesos del cerco. Del grupo de los 16 que fueron fusilados, Humberto Vinat Agüero logró escapar con vida al quedar cubierto por los cuerpos inertes de sus compañeros. Llegó hasta el poblado de Mayarí, donde fue delatado, torturado y asesinado. Su cadáver jamás fue encontrado.
«Para mí fue algo horrible, pues desde el lugar donde permanecía escondido, al frente de dos combatientes enfermos, y dos detenidos —que finalmente escaparon y fueron capturados por el ejército de la tiranía— supe del crimen», rememora Virelles.
«Pero más trágico fue aún cuando supe que mis compañeros escucharon por la radio de los carros en los que les conducían, el parte militar con la noticia de sus muertes en combate. Fue la gran mentira del régimen.
«En realidad —indica—, el grupo que se encontraba a orillas del río Cabonico fue sorprendido y se entregó sin combatir, en una zona conocida por Monte Santo de Brazo Grande, en las estribaciones de la Sierra Cristal. Los amarraron con alambre de púa. Cuando eran trasladados, llegó la orden del general Tabernilla, jefe del ejército batistiano, de que había que matarlos», recuerda todavía indignado Virelles.
DE LOS COQUITOS AL CARBÓN«Llegamos con una mar encendida. Cuando encallamos, pensábamos que estábamos en tierra firme, pero por unos pescadores conocimos que en realidad nos encontrábamos en Cayo Saetía, en un lugar conocido por Los Coquitos. Teníamos que salir de allí.
«Gracias a ellos logramos pasar hasta la península de Dos Bahías, atravesando el canal de la bahía de Levisa, frente al poblado de Carenero, casi a las puertas de la Sierra Cristal. Los pescadores trataron de sacarnos del envare, a remolque, con una soga que ataron al yate, pero no sirvió de nada.
«Lanzamos al mar una balsa de goma de las que traíamos, y comenzamos a descargar pertrechos. Se cayó un fusil al agua. Recuerdo que uno de los pescadores se lanzó al agua y lo rescató.
«Veníamos con mucha hambre y sed. Los pescadores nos trajeron dos latas de agua y casi no alcanzó para nada. Compartimos con ellos los únicos alimentos que tenían: boniatos hervidos.
«Guiados por esos hombres, el grueso de los expedicionarios por tierra y otros por mar, emprendimos el camino en busca de Dos Bahías, la península que separa las bahías de Cabonico y Levisa, para por allí adentrarnos hacia las montañas».
El recorrido les sería un tormento. Pese a los escasos kilómetros del avance, costeando el cayo, por la arena, hasta playa La Llanita, desde donde emprendieron el cruce del canal, les afectarían sobremanera la fatiga acumulada, las secuelas de una navegación azarosa, la falta de alimentos y agua, más la carga excesiva. Era la madrugada del 24.
El resto de la historia es más conocida. Diferencias de visiones políticas e inexistencia de un programa definido, indisciplinas, sin guías desde la entrada a tierra, ni apoyo local efectivo, pronto los bisoños expedicionarios padecieron deserciones y delaciones. En pocas jornadas la pequeña tropa perdió su capacidad combativa.
Días después de la masacre, y tras burlar el cerco militar, Virelles y sus acompañantes, Antonio Cáceres y Carlos Rafuls, lograron refugiarse en los manglares de El Carbón, bahía de Levisa, con ayuda de una familia campesina, hasta que fueron contactados y rescatados por el M-26-7 en Nicaro. De ahí Virelles llegaría hasta la Sierra Maestra.
Entre los jóvenes martirizados de forma salvaje por la soldadesca, al mando del tristemente célebre coronel Fermín Cowley, Virelles recuerda con particular cariño y respeto, por su verticalidad revolucionaria, al holguinero Juan José Fornet, entre otros muy valiosos.
«Fuimos la carne de cañón de una maniobra politiquera, integramos la expedición traicionada, condenada al fracaso desde el principio», asevera Virelles.
Sin embargo, ese mismo día en que la tiranía cometía la masacre en La Marea, Cabonico, los rebeldes en la Sierra Maestra prodigaban cuidados a los soldados heridos en el victorioso combate de El Uvero, acción realizada en gesto de solidaridad y respaldo a los expedicionarios del Corynthia. ¡Cuánta diferencia entre una manera de actuar y otra!