Foto: Franklin Reyes Querido Raúl
Compañeras y compañeros:
No vengo a hablar hoy aquí con la nostalgia de quien fue un dirigente de la juventud comunista, ni a contar lo que entonces fuimos, ni a dar consejos de cómo debe ser un joven revolucionario.
Cuando supe que había sido designado para hablar en este acto entendí que era mi deber pensar, meditar en los problemas de la juventud de hoy, en sus responsabilidades y desafíos y provocar con estas palabras que también hoy ustedes piensen y mediten.
Los que son ahora jóvenes nacieron o crecieron en el Período Especial. No conocieron el grado de bienestar, justicia social y equidad que conquistó la Revolución después del primero de enero de 1959. No idealizamos la sociedad que ya disfrutábamos en los 80, porque sabemos bien que toda obra humana es imperfecta e incompleta, pero al finalizar esa década en ningún otro lugar del planeta la noción de socialismo era tan real como en esta pequeña Isla del Caribe. La historia lo ha demostrado.
Siempre supimos que el reto mayor del socialismo es forjar en los jóvenes una conciencia comunista y rechazar el capitalismo sin haber vivido en él y sin haber podido sentir cuánto daño moral produce, cuánto lastra la felicidad y cuánto lacera la dignidad humana una sociedad basada en el egoísmo, el individualismo, la vanidad y el ánimo de lucro.
Pero más allá de ese reto, nuestros jóvenes han de comprender que la sociedad socialista en la que vivimos, amenazada militarmente, agredida económicamente y retada política y moralmente, es mucho menos ideal de lo que quisiéramos y de lo que ya habían alcanzado años antes para todos los cubanos Fidel, Raúl, el Che, y los jóvenes rebeldes, para quienes el Granma fue un gran acorazado, el Moncada un minúsculo cuartel y un ejército de 80 mil soldados, un obstáculo menor ante los sueños de libertad y de justicia que los inspiraban.
Lo que no debió suceder, lo que pudo ser evitado, la desaparición de la URSS y el campo socialista dejó a Cuba —digámoslo tal como fue— sola frente al imperio.
Desaparecieron nuestros mercados, las fuentes de créditos y de inversión y el gobierno norteamericano se dispuso, sin ocultarlo, a rendir por hambre y enfermedades a nuestro pueblo y recrudeció el bloqueo, la guerra económica, las campañas de mentiras y calumnias e intensificó los actos terroristas.
Ustedes nacieron o crecieron cuando se interrumpía el servicio eléctrico 10 o más horas al día, faltaban los medicamentos, escaseaban dramáticamente los alimentos, y apenas circulaban transportes por las calles, incluso de la capital.
Esas circunstancias modificaron sustancialmente la vida de nuestro pueblo, engendraron amargas contradicciones, propiciaron la expansión de vicios y privilegios que habían sido superados por la propia obra revolucionaria, resintieron la equidad social, el salario dejó de ser la retribución justa con el que podían resolverse las necesidades de la vida cotidiana.
Fue imprescindible hacer concesiones tácticas cuyas consecuencias no hemos logrado superar aún. Algunos cambios sin la adecuada preparación generaron descontrol y pérdida de eficiencia, y otros también necesarios, condujeron a situaciones indeseadas.
Los jóvenes de hoy no conocieron el capitalismo ni tampoco el socialismo que ya habíamos alcanzado y han vivido años en que han visto crecer deformaciones y desigualdades. Pero los jóvenes de hoy han conocido también de la tenaz y admirable resistencia de nuestro pueblo, que en medio de duras carencias, fue capaz de defender, ya entonces, más un sueño que una realidad, más una quimera que una hazaña posible, y ante el asombro del mundo salvó su Revolución que ahora se yergue con más fuerza y orgullo que nunca.
Aun conscientes de nuestras justificadas insatisfacciones, nuestro pueblo disfruta hoy de derechos que para miles de millones en el planeta no son siquiera imaginables: tiene acceso gratuito a la salud y a la educación de un extremo a otro de la Isla, nadie sobra en nuestro país, un puesto de estudio o de trabajo, una forma de ser útil no le está impedida a un solo cubano, nadie tiene que dormir en las calles ni está abandonado a su suerte. Vivimos en una sociedad de justicia, solidaria, digna, que será cada vez mejor porque nuestros recursos no son propiedad de las transnacionales, nuestras leyes no las impone el mercado, nuestra política no la dicta una potencia extranjera.
Hoy mientras avanzamos vemos retroceder al neoliberalismo, desaparecer el Acuerdo de Libre Comercio para las Américas, desacreditarse a los gobiernos de Europa, adictos a la hipocresía de la democracia y los derechos humanos, vemos al imperio en franca decadencia, ética, moral y sistémica.
Más convencidos que nunca de nuestro camino socialista y de la justicia de nuestras ideas tenemos que estar conscientes de las contradicciones que ha heredado nuestra sociedad del Período Especial y de que nuestro trabajo con los jóvenes requiere en profundidad y en extensión un alcance mucho mayor. Sería un error estar conforme con lo que hacemos, imaginar que siempre llegamos al corazón y a la mente de los jóvenes, que es adecuado nuestro trabajo ideológico, que lo comprendemos bien, no como la simple reiteración de ideas, sino como el arte de despertar los sentimientos y forjar la conciencia.
Resulta imprescindible apropiarse de una sólida cultura para ser capaz de vislumbrar las esencias y confiar en la capacidad de construir una sociedad cada vez más justa en un mundo injusto y amenazado de existir, no solo por peligros de guerra.
La cultura nos brinda la lucidez «para cambiar todo cuanto deba ser cambiado», para conquistar cuanto nos propongamos. Nada hay tan propio de la juventud como el cambio, como las altas metas, y por eso es un privilegio ser joven en tiempos de Revolución.
Conquistar lo mejor para nuestras vidas, para nuestras familias, para nuestros semejantes y para las nuevas generaciones, solo puede hacerse de la mano de la cultura. Sin cultura no hay libertad posible, nos ha dicho Fidel.
Y en fecha tan significativa como la de hoy debemos continuar meditando en el discurso de nuestro Comandante en Jefe en el Aula Magna de la Universidad de La Habana y preguntarnos: ¿Estamos satisfechos con los niveles de información, con el desarrollo de los intereses y con la interiorización de valores, que se logra sembrar en las nuevas generaciones?.
¿La militancia de la UJC se corresponde con la vanguardia de nuestra juventud con su condición de relevo del Partido, garante indiscutible de la Revolución?
Una respuesta negativa o en parte negativa a esas preguntas no negaría los avances ni la existencia de una organización juvenil fuerte y prestigiosa como es la UJC, ni las incuestionables virtudes de una juventud sana y revolucionaria como la nuestra. Se trata de tener conciencia de la alta responsabilidad que asumen los jóvenes de un país que ha sabido defender las banderas del socialismo en las más difíciles circunstancias, un país que ha sido guía y esperanza para millones, cientos de millones de seres humanos en el mundo.
Nuestra juventud es disciplinada, organizada, responsable, participa activamente de la vida política y esas cualidades pueden ser fácilmente apreciadas, pero ello no es siempre reflejo en todos y cada uno de los jóvenes, de una sólida convicción revolucionaria y nuestro deber es llegar a conocer cuán profundamente revolucionario es cada joven y lograr que se proponga serlo cada vez más.
Es necesario garantizar la participación real y efectiva de los jóvenes en todas las esferas de la vida social; en cualquier campo en que actúe un joven debe hacerse sentir, brindar su contribución. Necesitamos de su espíritu crítico, de su natural rebeldía, de su apego a la justicia, de su intransigencia ante lo mal hecho.
La Revolución requiere del ejercicio de pensar, y de pensar con cabeza propia y esto debe fomentarse en las edades en que se forja el carácter, en que cristalizan las convicciones y se instalan los valores que han de guiar nuestra conducta toda la vida.
Una organización de vanguardia debe analizar, debatir, proponer.
Cuando el debate y los análisis de los temas y asuntos que más atañen e interesan a los jóvenes, tienen lugar al margen de las organizaciones de base de la UJC estas devienen elementos formales alejados de la vida real.
Este no es un problema solo de la UJC, pero nada más razonable que enfrentarlo primero con los jóvenes.
La Batalla de Ideas nacida del pensamiento revolucionario de Fidel y a la que con tanta dedicación y pasión se han consagrado la UJC, la Organización de Pioneros, la FEU y la FEEM, y que tanta esperanza y justificada confianza despierta en nuestro pueblo, abrió nuevas e infinitas posibilidades para los jóvenes, pero solo ha comenzado y debe tener ahora una necesaria continuidad en un trabajo de mayor profundidad, joven a joven. No basta con reaccionar a coyunturas, y emprender con acierto importantes tareas, hay que dejar una huella en cada joven, con cada acto, con cada actividad, con cada tarea. El trabajo diario no pueden ser las actas y las reuniones, que son imprescindibles, el trabajo diario tiene que ser la generación de una intensa actividad política y de una genuina vida cultural en cada rincón de la Patria que regale a la Revolución, generaciones de jóvenes inmunes a los cantos de sirena del capitalismo, a las vidrieras de las sociedades de consumo y a las banalidades del sistema cuyos valores rechazamos.
La juventud de hoy son los internacionalistas, los universitarios en cada municipio del país, los maestros emergentes, los trabajadores sociales, los instructores de arte, los estudiosos de las ciencias informáticas, los estudiantes, los trabajadores, los combatientes, nunca la Revolución contó con una masa de jóvenes tan instruida y aguerrida.
La UJC no ha de esperar que los jóvenes acudan, ha de ir por ellos y contribuir a formar una juventud cada vez más revolucionaria que ha de serlo y puede serlo porque las ideas que defendemos son las más nobles y justas por las que se haya luchado jamás.
Es cierto que todo no puede ser trabajo, estudio y actividades políticas y que a la UJC le corresponde un papel importante en la promoción de espacios y condiciones para la recreación, que nuestras limitaciones materiales y la existencia de dos monedas y dos mercados, más la falta de imaginación y empeño entre otros factores, impiden el pleno acceso de los jóvenes. Serían impagables los costos de una juventud con tiempo inútil, generador de vicios, de alcoholismo, de consumos seudoculturales, donde se fomenta la apatía, la vulgaridad, la insensibilidad, que son manifestaciones del comportamiento humano incompatibles con la sociedad que construimos.
Mucho más puede hacer la UJC y mucho más puede exigir la UJC a los organismos e instituciones que tienen responsabilidades en este frente, pero también todos sabemos que mientras más culto es un joven, mientras más intereses y motivaciones le hayamos sembrado, más fácil encontrará opciones para su tiempo libre, para vivir una vida capaz de enriquecerlo como ser humano, de disfrutar mejor lo que le viene legado por la creación del hombre.
Compañeras y compañeros:
Felicitamos a la Unión de Jóvenes Comunistas y a la Organización de Pioneros José Martí por su Aniversario y ratificamos la confianza en los cubanos que tienen hoy la edad de sentir que todo es posible.
Vivimos en un mundo con 900 millones de hambrientos y más de mil millones de analfabetos, en el cual se gasta un millón de millones de dólares en guerra o en preparar guerras, donde los cambios climáticos son ya ostensibles y el consumo de combustibles crece sin control, donde el gobierno del país que ha alcanzado el mayor poder económico y militar de la historia se comporta de manera irracional, egoísta y criminal.
Como nunca antes los problemas del mundo son problemas de cada nación y ningún país aisladamente podrá enfrentar los inmensos desafíos que tiene a la vista la especie humana. Este es el mundo en que les ha correspondido vivir y por salvarlo, deberán luchar nuestros jóvenes. Tenemos razones para confiar en ustedes.
La historia de nuestra Patria la han forjado generaciones de cubanos desde las edades más tempranas. Al estallar la lucha iluminadora del 68, muchos jóvenes partieron a la manigua y a esas filas se uniría un campesino de 23 años, llamado Antonio Maceo. También un joven, Ignacio Agramonte, derrotó con su arrojo las tesis que planteaban abandonar la lucha.
Los ocho estudiantes de medicina, inocentes del acto de profanación que se les imputaba, no lo eran de simpatizar con la causa de la independencia.
Durante aquella guerra José Martí con solo 16 años, por amar a su Patria, fue a dar al presidio de La Habana. Desde entonces ni un solo día dejó de soñar y luchar por la independencia. A la Guerra Necesaria que organizó y encabezó en 1895 se unirían miles de jóvenes. En ella, por defender el cuerpo ya sin vida de su jefe, cayó casi adolescente, Panchito Gómez Toro.
Al paso de los años, cuando un sátrapa se hizo del poder, un joven, Julio Antonio Mella, combatió con denuedo y, también, Rubén Martínez Villena, Pablo de la Torriente, Antonio Guiteras y muchos otros.
La dictadura que se implantó el 10 de marzo, fue combatida y vencida por la Juventud del Centenario, comandada por Fidel. Fueron jóvenes los guerrilleros de la Sierra Maestra, los luchadores clandestinos, los artilleros y combatientes de Playa Girón, los alfabetizadores, una gran parte de los soldados y de los maestros y médicos internacionalistas y nuestros Cinco Héroes erguidos frente a la crueldad y la perfidia.
A lo largo de estos 48 años, sobre los hombros de los jóvenes ha descansado también la heroica resistencia de una nación, frente a las pretensiones del enemigo imperialista de reapoderarse de Cuba y sobre los hombros de los jóvenes está el futuro Socialista de la Patria, que es el destino mejor, el único posible para nuestro pueblo y la contribución esencial de los cubanos a un mundo de paz y de justicia.
¡VIVA LA UNIÓN DE JÓVENES COMUNISTAS!
¡VIVA RAÚL!
¡VIVA FIDEL!
¡PATRIA O MUERTE!
¡VENCEREMOS!