Hace pocas semanas la policía austriaca contribuyó de manera determinante al desmantelamiento de una red de pornografía infantil que operaba fundamentalmente a través de Internet, se extendía a cerca de 80 naciones y poseía poco menos de 2 400 miembros.
Los cables daban cuenta de que los archivos bajados de la red «mostraron los más grandes abusos sexuales contra niños», según afirmara el titular del Interior de esa nación, Günther Platter.
En realidad la noticia impactó, pero no asombró a nadie, pues ya resulta común leer en la prensa o ver en los noticiarios televisivos recurrentes materiales en torno a cómo dicho negocio florece más que nunca en Occidente.
Específicamente en los Estados Unidos, la pornografía es considerada una de las empresas más redituables de la nación. Conocida como «la otra Hollywood», o «la América erótica», tiene su base fundamental de operaciones en el San Fernando Valley, Los Ángeles, California.
Cada año esta industria, conocida como «de las tres X» produce allí 13 000 películas, 29 veces más que las distribuidas por Hollywood; emplea a 12 000 personas y obtiene ingresos por un monto superior a los 15 000 millones de dólares, acorde con datos suministrados por el FBI a los medios.
El número a escala planetaria resulta en extremo excesivo en tanto se eleva a los 57 000 millones; 20 de ellos por concepto de las cintas, 7 500 por las revistas, 5 000 por la línea caliente de los teléfonos y el resto por otras variantes de entretenimiento erótico.
De creerle a la revista Adult Video News, suerte de The New York Times de la rama, anualmente se venden o rentan en el mundo 800 millones de videos hardcore (porno duro).
La pornografía en Internet es otro de los flancos atendidos con devoción por unas pocas compañías legalizadas en los Estados Unidos y el resto del planeta; pero sobre todo por mafias transnacionales encubiertas que tienen en el video erótico infantil una rica fuente de ganancias.
Tanto como en la programación que se exhibe en el cable a través de la red hotelera de los grandes consorcios turísticos multinacionales.
La revista Forbes, al confeccionar en el 2000 la lista de las 15 empresas con mayor movilidad y poder en el giro del porno, consignaba a dos proveedoras de filmes, juegos y servicios de Internet para hoteles.
La primera firma y número uno en la esfera era On Command Corp., la cual cotiza en el Nasdaq y abastece a alrededor de un millón de habitaciones en más de 3 500 hoteles del planeta.
Se estima que existen más de 372 millones de páginas web tres equis; de ellas cerca de 90 millones se dedican a difundir relaciones carnales explícitas entre menores. Mientras, la palabra sexo tiene 400 millones de entradas en el buscador Google.
«Una chica que está empezando y hace una escena para Internet puede ganar casi 400 dólares. Las porno stars (estrellas del cine porno) más conocidas en Europa ganan unos 6 000 dólares por trabajo», relataba hace poco a la prensa una iniciada en la práctica del oficio en España.
En su afán desmedido de lucro, los patrocinadores del negocio lo expanden, al punto de que en ocasiones llevan los equipos a filmar a lugares remotos, como telón de fondo de películas que venderán más caras.
Fue así que hace poco se suscitó un escándalo internacional cuando, en sitios patrimoniales preservados por la UNESCO en Guatemala, rodaron un famoso porno gay que circula por la red, previo pago, «como una de las mejores producciones en la industria erótica homosexual».
El público paga y los pornopatrocinadores actúan. Por 40 dólares mensuales puede accederse a una página que recoge los excesos eróticos de la cantante y modelo Paris Hilton. La heredera del clan multimillonario Hilton jura que se trata de «material robado». A la larga no importa: como el suyo, hay muchos casos en la red.
Se trata de un negocio fabuloso que recibe el dinero a raudales, sórdido por naturaleza, pero que para colmo de males tiene, en hechos como los sucedidos en Austria, una de sus aristas más crueles e inhumanas, aunque, por desgracia, una de las mejor pagadas por seres inescrupulosos.