«Creo que en Cuba nunca una mujer picó tanta caña. Si me pongo a sacar números, yo debo haber tumbado varios cañaverales juntos....» Fotos: Norge Santiesteban y Archivo del periódico Granma
LAS TUNAS.— Desde hace casi 30 zafras —ella no mide el tiempo de otra forma— sus proezas de machetera dejaron de constituir titulares de prensa. Agonizaba la década de los 60 cuando empuñó por primera vez una mocha. A partir de entonces, el cañaveral fue su domicilio y el plantón su recurrencia. Tanta caña tumbó esta mujer menuda como la caña misma, y, como la caña también, dulce y cubanísima, que su nombre exhala todavía la fragancia del guarapo. Petra Almaguer..., ¿alguien la recuerda?
La tengo sentada frente a mí en su casa de Puerto Padre, el retiro que escogió para darle —¡al fin!— unas arrobas de reposo a su vida. Está rodeada de diplomas, medallas, fotografías, recortes, certificados, recuerdos... A pesar de sus 81 años cumplidos, de su pelo marchito, de sus manos agrietadas y de sus arrugas venerables, luce tierna y dispuesta. Y se me ocurre pensar que es por culpa de sus ojos, brillantes como los de una quinceañera, cuando su dueña se pone a hablar sobre cañaverales.
—Petra, ¿cuándo y cómo fue que usted comenzó su vida de machetera?
—Ay, mi madre, ¿quién se acuerda? Hace tantos años de eso... Déjeme decirle que lo primero que hice fue lavar y planchar «pago» en la zona de Velasco. Por allá vivía mi familia antes de la Revolución. Me levantaba oscurito a fajarme con la ropa tiznada que me traían los macheteros.
«La caña vino después, cuando nos mudamos para San Miguel y me puse a trabajar en una tienda. Un día llega el responsable y me dice: “Petra, creo que te vas a tener que ir de aquí, porque la que era dependienta quiere volver a su puesto. Dice que al marido se lo llevó el Servicio Militar y que está cobrando solo siete pesos. Imagínate, con ese dinero no hay quien mantenga un matrimonio”. ¿Y qué iba a hacer yo? ¡Pues irme!
«Traté de colocarme en otro lado, pero nada. Lo único que había para ganarse unos reales era la caña. Le dije a mi esposo: “Si tú me dejas me atrevo a cortar”. Y él: “No, va y lo que te cortas es un tendón con la mocha”. Al final lo convencí, aunque en aquella zafra de 1966 solo piqué unas poquitas arrobas, pues estaba acabándose. Así empecé».
—Pero parece que le gustó, porque permaneció mucho tiempo junto al tajo...
—Nada menos que 13 zafras seguidas. La de 1975 fue la mejor, pues terminé con 119 000 arrobas. No sé, pero creo que en Cuba nunca una mujer picó tanta caña. Si me pongo a sacar números, yo debo de haber tumbado varios cañaverales juntos.
«Y eso que solo pesaba 105 libras. ¡Que si no...! Recuerdo que una vez pusieron al lado mío a cuatro mujeres de la zona y le dieron una carrera a cada una para que las sacaran. Yo cogí cuatro para mí sola y ra ra ra... ¡salí a la guardarraya primero que ellas! Es que yo sabía cortar caña. A veces las tumbaba de una en una. Y en otras abracaba así con un brazo un plantón y con el otro fua fua me lo llevaba completo de dos mochazos.
«Yo picaba cualquier tipo de caña, pero prefería una que le decían moriolo, que era derechiiiiita. Y aquella, la media luna, también. Lo principal era arrancar temprano. Porque para cortar caña como Dios manda, hay que madrugar. Y si es con frío, mejor, para que haya más fresco. Todavía veo a los macheteros y me da envidia. Si fuera más nueva, cogía otra vez la guámpara».
—¿Nunca se sintió subestimada por los hombres cuando tomaba la mocha?
—Bueno, al principio me torcían los ojos. ¡Como si fuera pecado ser machetera! Decían: «Mentira, ella no puede picar tanto como dicen, seguro que el estadístico la ayuda con los reportes». Hasta que un día mi jefe se incomodó y los llevó al tajo para que me vieran trabajar. Entonces reconocieron: «¡La verdad es que a Petra no hay quién la siga con la guámpara en la mano!». Y mi jefe les contestó: «¿Ven? Eso es para que no sean tan hablantines».
«Le juro que nunca me acomodaron por ser mujer. A pesar de ser la única en la brigada, si había que ir para un campo de caña quemada, iba igualito que los hombres. Y si el compromiso era tumbar 60 000 arrobas en la zafra, cumplía y sobrecumplía. Llegué a picar hasta 700 diarias. Cuando regresaba a mi casa por la tarde me enredaba con la batea y con la cocina. Y atendía a mi esposo y a mis hijos. Y mire usted, siempre me quedaba un lugarcito para arreglarme un poco y no lucir fea. Y para cantar una canción también».
—Para picar tanta caña usted debe de haber tenido su técnica, ¿cuál era?
—Cogerle el ritmo al corte, descansar solo lo necesario y no tomar demasiada agua. Yo solo paraba de cortar al mediodía para comerme un bocado. Y siempre pedía que me sirvieran poco. Es que la mocha y la barriga llena no ligan. Del comedor regresaba para el campo hasta las dos o las tres de la tarde, aunque en la zafra de 1970 corté también de noche.
«Si me lo brindaban, me daba mi traguito de ron para reanimarme, porque la caña es de anjá. Y algún tabaco. Pero no en el campo, sino en el camino, rumbo al cañaveral. Lo otro es que siempre fui muy cafetera, así que me llevaba mi pomo con café y lo dejaba en una orilla del tajo para darme un buchito cuando el cuerpo me lo pidiera.
«Picaba donde fuera, pero me gustaba hacerlo más para normas técnicas, bien arriba y bien abajo, a tres trozos. Y tan al rente que casi me llevaba la tierra. ¡Qué bonita se veía la caña con sus tongas parejas y limpias! Por mis carreras se podía correr, porque no dejaba picotillo. Pero no fue solo eso lo que hice en mi vida. En Mayarí sembré tomates y en la Sierra recogí café».
—Dicen que en los plantones hay ratas y culebras, ¿pasó algún susto?
—Yo no le tengo miedo a nada. Me acuerdo que una vez, allá por Cuatro Lugares, estábamos picando y en eso se metió a toda carrera en el cañaveral una vaca fajadora. ¡Aquello era un diablo suelto! Los hombres se mandaron a correr, pero yo seguí en lo mío como si nada y el animal ni me miró.
«Otra vez me salió un majá prieto y así de grande de entre la paja. Lo maté con la misma mocha. En mi brigada había hombrones que pataleaban si veían un jubito. A mí no había rana, alacrán ni avispa que me asustaran. ¿Quién ha visto una guajira con miedo a los bichos?
«En todos estos años me hice solo una herida. Estaba picando caña enyerbada y la mocha se me enredó arriba, en la bejuquera. Me di un guamparazo en un pie. Eché una barbaridad de sangre y me cogieron tres puntos. Pero se me sanó enseguida y a los tres o cuatro días ya estaba de nuevo de pelea».
—Tengo entendido que en aquellos tiempos le hicieron varias entrevistas...
—Uhhh, un montón. ¡Los periodistas no me dejaban tranquila! Cuando llegaban al campo en pleno horario de corte, me mandaban a buscar y entonces yo les decía: «bueno, si me van a entrevistar que sea rápido, porque no puedo perder tiempo de trabajo». Y ellos nada, se ponían a hacerme preguntas. Todavía tengo guardada una revista Mujeres donde salí. ¡Y fotos me tiraron que para qué contarle! Siempre les decía a los fotógrafos: «No sean puñeteros, retraten a las artistas, no a mí». Porque yo era muy penosa.
«Imagínese, criada en el campo y de familia humilde... Cuando los veía, me ponía a temblar. Una vez, en un viaje de estímulo que hice a La Habana, me obligaron a ir a la televisión a no me acuerdo qué programa. Me entrevistó Consuelito Vidal y me relajeó todo lo que quiso. Y quién le dice a usted que me cogieron los nervios y me entró una habladera... Entonces Consuelito dijo: “Caballeros, ¿y esta es la mujer que me habían dicho que era guajira? ¡Pero si casi no me ha dejado poner una a mí...!” La gente se rió cantidad con aquello».
—Usted debe de haber conocido a muchas personalidades...
—Conocí a muchos dirigentes y me invitaron a recepciones. Me moría de pena, porque cuando yo entraba era como si hubiera llegado no sé quién de importante... ¡Y solo era una humilde cortadora de caña! Me daban ganas de llorar aquellos recibimientos.
«A Fidel lo vi de aquí a ahí donde está usted. Él fue quién me puso la medalla de Heroína Nacional de la Zafra. Fui la primera mujer en recibirla en Cuba. Ese día el Comandante me dijo bajito: “Oye, Petra, ¿qué tú haces para cortar tanta caña?”. Yo no sabía qué decir y él se rió al verme así, nerviosa.
«En el Comité Central me querían cantidad. No sé si algunos por allá se acordarán de mí todavía. Tal vez Jorge Risquet, que me decía en las recepciones: “Coma bastante, Petra, que usted trabaja mucho”. También traté a Jorge Lezcano y a Vilma Espín. Con ellos y con otros macheteros y macheteras fuimos por estímulo durante 15 días a la URSS.
«Yo nunca había montado en avión y aquel viaje por el aire me entusiasmó. Hubo a quienes se les reventaron los oídos allá arriba y se indigestaron con las comidas rusas. Yo lo que hice fue divertirme. Después fui a otros países socialistas. Y hasta un Congreso del Partido. ¿En qué otro lugar hubiera podido hacer tanto?»
—¿Qué otra cosa le hubiera gustado hacer en la vida a Petra Almaguer?
Y aunque al fin llegó el retiro para dar unas arrobas de reposo a la vida, Petra ve a los macheteros y no puede menos que sentir envidia. —La vida me dio más de lo que merezco, así que otra cosa no le puedo pedir. Pero, ¿quiere saber algo? Hubiera querido ser mejor madre de lo que fui, y entre las buenas me cuento. Me duele que nunca pude ir a ver a mis hijos a las escuelas donde estaban becados, porque yo cortaba caña hasta los domingos.
«Tengo la satisfacción de que los ocho me salieron buenos y estudiosos. Me dieron 20 nietos y 13 bisnietos que me adoran. Desde hace años estoy jubilada, aunque no dejo de trajinar para que el cuerpo no se me oxide como una mocha vieja. Todavía cocino y lavo. Mire, ese cordel de ropa lo acabo de tender.
«¿El último mochazo? Lo di en la zafra de 1979. Estaba cortando en un tajo por la zona de Mesa tres cuando me avisaron que mi esposo se había enfermado. Desde entonces lo cuido. Tiene ya 92 años de edad. Él no solo ha sido mi compañero en la vida, sino también en los cañaverales, pues picamos mucho tiempo juntos.
«Yo cumpliré en noviembre 82, pero no tengo pensado morirme pronto. Estoy contenta de vivir en mi país y de haber conocido a Fidel. A lo mejor cuando lea esta entrevista se acuerda de mí. Todos los días le pido a Dios que se ponga bien rápido. Porque, a pesar de que yo soy un poquito más vieja que él, a Fidel lo quiero como si fuera mi padre».