Todo se puede superar con el concurso de quienes nos rodean, asevera Maritza.
BAYAMO.— Quienes la veían atravesar tarde en la noche el río con una bicicleta al hombro, a menudo se decían: «Esa muchacha se seca en esta».Sin embargo, para ella aquel largo pedaleo, que implicaba el cruce del afluente, era un acto rutinario para poder llegar a la casa rural de siempre, plantada después de un angosto camino, en Santa Rita de Veguitas, a 10 kilómetros de Yara, la cabecera de su municipio.
«Al principio, yo iba y retornaba en bicicleta; recorría en total 20 kilómetros, pero después opté por otra técnica: dar pedales 3 000 metros, hasta un punto donde podía guardar el ciclo y hacer la botella hacia el trabajo; de esta forma garantizaba el regreso, solo que a veces me cogían las 11 de la noche en la tirada y me podía inundar el miedo. Una vez tuve que poner toda la velocidad a mis piernas...».
Así recapitula sus trajines de dirigente Maritza de la Caridad Figueredo Matos, segunda secretaria de la UJC en Granma, una de las tantas mujeres líderes que en la nación pueden escribir un libro con historias de contrariedades y fortunas humanas.
Su semblanza retrata la de muchas féminas nacidas en pleno monte cubano, que han escalado socialmente a fuerza de trabajo, no sin la previa resistencia de algunos hombres.
«Pasé algún tiempo como guía-base de una escuela hasta la promoción a presidenta de la Organización de Pioneros José Martí en Yara; después vinieron otras responsabilidades», dice sonriendo para recordar enseguida la acampada que organizó con mil niños, en la cual todo le salió mal, hasta la fogata, devenida fuego en un platanal, por lo que debió convertirse en bombera de ocasión.
«Viví momentos imborrables como ese, que me enseñaron que en la vida todo se ha de planificar al detalle», sentencia filosofando esta licenciada en idioma inglés, de 32 años de edad, quien llegó a ser luego primera secretaria de la UJC en Yara y presidenta de la OPJM en Granma.
Como dirigente juvenil ha tenido encontronazos con personas incapaces de aprobar la gestión de una mujer. Por eso alguna vez «me he portado enérgica, fuerte, aunque jamás con extremismos».
También al principio necesitó vencer la severidad de la familia, educada en rígidos cánones de antaño. Paula, la madre, y especialmente Carlos, su padre, le decían que «una joven no puede andar por ahí sola, ni tener tantos varones como amigos».
«Siempre pienso en ellos, sobre todo ahora que están solos, viejitos, con 67 y 73 años, respectivamente. Y yo estoy lejos... apenas los puedo ver los fines de semana. Mis padres son ahora los primeros que me dan fuerzas y me impulsan cuando asalta la nostalgia. Mi papá cada domingo en mis cortas visitas a la casa, luego de “obligarme” a recorrer el patio con él para ver sus últimos sembrados, me dice: “Trabaja con la moral limpia y la frente en alto”».
Maritza también ha vivido el dilema oficina versus hogar, trabajo versus vida personal. «He pospuesto muchas cosas, como tener hijos, aunque considero a mis dos sobrinos como retoños propios; ellos han sido mi otra gran inspiración».
Según sus palabras, espera cada cumpleaños (31 de enero), «siempre trabajando, sin fiesta alguna» y entre mofas dice llevar una lucha contra su peso corporal, una batalla difícil porque con frecuencia no se aguanta la boca.
Revela que le gustan los cuentos de cualquier color y que acepta las críticas justas en su lugar y momento, pero también las ejercita con ese mismo tono y por eso ha ganado reputación entre sus compañeros.
A pesar de haberse «aclimatado» a la responsabilidad que implica ser la segunda secretaria de la Juventud de un territorio, admite que le faltan metas por alcanzar como cuadro de la UJC, como mujer y como delegada a la asamblea provincial del Poder Popular.
Cree que a veces no basta con trabajar hasta altas horas de la noche o con dar pedales, como hacía en Yara, en la madrugada. «Siempre digo que uno no hace todo perfecto; lo ideal es pensar que todo se puede superar con el concurso de nuestros circundantes. Solos o solas... no somos nada».