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Promover el reggae y salvar al reguetón

La escasa capacidad del Caribe para promover su cultura está permitiendo que otros se la apropien y desvirtúen

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Bob Marley es el único intérprete del Caribe que ha logrado vender más de diez millones de copias de un disco en el mercado de Estados Unidos. Muy lejos de él, voces tan conocidas como las del dominicano Juan Luis Guerra o el guyanés Eddy Grant están entre los últimos, por debajo de los cuatro millones.

En opinión de Keith Nurse, el saldo que deja hoy el comercio de mercancías culturales del Caribe no es alentador. Así, al menos, lo mostró la lista con que ejemplificó su tesis Keith Nurse, presidente de la Asociación de Economistas de Trinidad y Tobago, quien no habría necesitado desplegar demasiado esfuerzo para mostrar la realidad: la débil infraestructura cultural de las naciones caribeñas está lastrando a una región riquísima en valores artísticos y culturales, pero sin ninguna posibilidad de exportarlos.

En fin de cuentas, tanto Marley como el propio Grant, o Guerra, constituyen excepciones que los hace seres afortunados. ¿Cuántas riquezas culturales siguen siendo desconocidas fuera de sus lugares de origen en el Caribe? Ellos deben esperar a que un empresario los descubra y los «haga» desde afuera.

Sin embargo, cantantes y músicos foráneos se convierten en famosos interpretando los cálidos y contagiosos ritmos de la región.

De las aproximadamente 12 millones de copias de reggae que se vendieron en el Reino Unido en el año 1993, la mayor parte no eran, precisamente, grabados por artistas de Jamaica, donde está la cuna.

Por el contrario, esa nación —considerada la fuerza motriz cultural del Caribe anglófono y francófono, según Nurse—, «importa» más productos culturales de los que vende al mundo.

Solo Trinidad y Tobago pareciera aprovechar oportunamente sus riquezas culturales y el gusto internacional por ellas cuando, cada año, el carnaval de ese país deja ingresos calculados entre los 30 y los 35 millones de dólares; pero es un capital movido —a fin de cuentas— por el que constituye principal rubro de la economía regional: el turismo.

«Hay gran potencialidad y capacidad de creación; y la demanda “del Caribe” está creciendo en el mundo», puntualizó Nurse. Pero el saldo que deja hoy «el comercio de mercancías culturales» del Caribe, no es alentador.

Hace falta industria y una política cultural pensando en el desarrollo, que se esboce desde los gobiernos.

El análisis justificó con creces la oportuna inclusión del tema sobre las industrias culturales en el IX Encuentro sobre Globalización y Problemas del Desarrollo.

No solo es menester aprovechar el aporte económico que puede representar al Caribe su cultura, sino salvarla.

EL REGUETÓN DE AYER A HOY

Remix 102.9 es el nombre de la nueva emisora de reguetón surgida en Puerto Rico. Se trata de la tercera.

El ritmo prende cada vez más entre los jóvenes, y no parece parar. Pero preocupa el cambio en el contenido de sus mensajes.

Martha Quiñones defiende la tesis de recuperar el reguetón y devolverle sus valores solidarios. De las letras alusivas a la solidaridad y la hermandad que caracterizaba a las primeras interpretaciones, se ha pasado a textos que promueven lo que la investigadora Martha Quiñones, de la Universidad de Arecibo, en Puerto Rico, llama «cultura de la marginalidad».

Lo más interesante es que el cambio se ha originado luego de que el reguetón fuera «legalizado» y captado por la industria del disco, previa censura de magnates y políticos.

Así, un género que comenzó criticando de alguna manera el estatus y la globalización, ahora se inserta en ella.

«Se globaliza e impone como expresión juvenil».

Los empresarios, cuenta Martha, descubrieron que se podía vender porque «genera mucho dinero». Pero para ello le privaron del sentido original de crítica social que tenía cuando todavía esa música era «underground», y a pesar de una marginalidad ya entonces preocupante.

Ídolos de los adolescentes, como Don Omar o los muchachos de Calle 13, habían abandonado los estudios. Promueven la imagen que la investigadora boricua identifica como «la identidad del sicario». Son jóvenes cargados de oro, tatuados y rodeados de muchachas hermosas que cultivan «la cultura del gastar», y se convierten en símbolo de poder.

Ahora, además, despojados de mensajes sociales. «Se les exige bajar la crítica política para que quienes les oyen, queden tranquilos, como si fueran droga».

Así se vende en Estados Unidos.

Por eso Martha defiende recuperar el reguetón y devolverle sus valores solidarios. «No permitir que ellos se apropien del producto».

En definitiva, no hay cómo pararlo, por más que preocupe a los mayores. Y a los muchachos les gusta el reguetón.

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