La familia tiene un peso fundamental en la orientación oportuna sobre los riesgos que implican estas acciones. Foto: Roberto Morejón
Alberto Zaldívar conducía el M-1 como de costumbre. La vía Monumental estaba apacible. Concentrado en el timón y la carretera, de pronto quedó paralizado, atónito. Sin vacilar frenó urgentemente, con temblores en sus piernas. ¡No lo podía creer! Prácticamente quedó en estado de shock al ver lo sucedido.
El metrobús estaba en marcha cuando varios muchachos decidieron, por mero entretenimiento, subir al techo del vagón, luego ir hacia la cabina y deslizarse por el parabrisas, para que segundos más tarde el camello pasara por encima de ellos y colgarse finalmente de la parte trasera.
Cuando Alberto vio aquel cuerpo arrastrándose por el parabrisas quedó indispuesto. El chofer tuvo que tomarse unos días de certificado médico por el estrés.
Otro de los riesgosos juegos que relató Ernesto Martínez, conductor del M-3, provoca estupor. Varios muchachos se sentaron en asientos continuos e idearon pasarse por fuera de la ventanilla al más pequeño de ellos, quien fue pasando de mano en mano por el exterior del vagón.
En 2006 se registraron cerca de diez accidentes por cometer estas y otras indisciplinas. Foto: Yamilé González. Orelbis Falcón, expedidor de la base de metrobús de Alamar, nos comentó cómo en una ocasión 16 jóvenes se subieron en el techo de uno de estos vehículos. «Ellos les tienen hasta nombre a su diversión. Cada vez que ven el camello dicen: “Vamos a enrufarnos”».
UN AÑO DESPUÉSJuego de muerte fue el primero de los títulos de una serie de reportajes sobre el tema, que este diario publicó entre los meses de abril y mayo de 2005.
Estos trabajos reflejaban testimonios de muchachos que acostumbran a engancharse de las puertas de esos medios de transporte público, poniendo en peligro sus vidas.
Además de confesiones sobre las acrobacias que hacían mientras los carros de las siete líneas de Metrobús de la ciudad efectuaban sus recorridos habituales, los reportajes describían el martirio que padecían conductores y choferes.
Estas y otras faltas, lejos de aminorarse en el último año, se han ido agravando. Las estadísticas del Departamento de Operaciones de la Empresa Metrobús revelan que se registraron más de 50 indisciplinas sociales en el año precedente, cuando en 2005 se cuantificaron 37.
En 2006 ocurrieron cerca de diez accidentes como consecuencia de personas colgadas de ventanillas y puertas, y de abrir estas últimas para bajarse antes de la parada, entre otras indolencias. En la ruta M-2 es donde son más recurrentes las indisciplinas, según las cifras de ese Departamento.
NI CON COLALa cola es extensa. Las personas esperan impacientes la llegada del metrobús. Es muy temprano en la mañana y muchos se disponen a comenzar la jornada laboral o docente. Llega el ansiado M-2, y con arrebatada anticipación algunos estudiantes salen en tropel, sin respetar el orden establecido.
Comienza así lo que ya choferes y otros representantes del transporte público consideran como otra jornada de vejaciones, las cuales afectan también a los demás pasajeros.
El parque El Curita, en la capital, es uno de los lugares donde son más frecuentes estas indisciplinas. Desde este sitio comienza la expedición del M-2, y son muchos los estudiantes que cometen estas faltas, cuando se disponen a ir a sus centros escolares ubicados en el municipio de Boyeros.
Varios conductores de los metrobús de Alamar añaden que otro punto neurálgico es la parada del M-1, en el Hospital Naval, del municipio capitalino de La Habana del Este.
Estos trabajadores aluden que la situación es extremadamente convulsa en el horario de la tarde, cuando suenan los timbres de salida en el tecnológico Aracelio Iglesias.
«Lo mismo te entran por la ventanilla que te dejan la puerta abierta, y en muchas ocasiones se dedican a ir rozando con el pie las paredes del túnel de la Bahía», describe Mario Saurí, conductor del M-1.
Varios trabajadores del «camello» alegan que si se les llama la atención, o van a su encuentro, lo que reciben es una sarta de injurias y ofensas, y con frecuencia son víctimas hasta de amenazas.
Jorge Luis Torres, mecánico de una de las bases del Metrobús, refiere que el maltrato a la propiedad social no solo provoca la rotura de ventanillas y asientos, sino del tapacete, que es lo que cubre las mangueras y válvulas del sistema que permite abrir y cerrar las puertas.
Argumenta Jorge Luis que si el parque que tenemos es insuficiente, se empeora la situación cuando se suman los carros que deben ser conducidos al taller debido a daños provocados por estas nocivas conductas.
Estos vehículos quedan fuera de circulación hasta que se reparen, y dejan de transportar diariamente a cerca de 2 000 pasajeros.
VERSIÓN DE LA INSENSATEZ«Montarse en un “camello” es realmente estresante», confiesan muchos pasajeros.
La demora, la tumultuosa cola, los empujes y la molotera que se forma a la hora de subir hacen creer que no alcanza el «dromedario» para repartírselo.
Luego, a bordo, las tribulaciones continúan entre el calor, las discusiones ocasionales, los pisotones, los gritos y la proximidad excesiva entre pasajeros.
A estas escenas incorpórele las acciones insensatas de algunos jóvenes, que no encuentran justificación en la escasez de transporte urbano.
Las conductas inadecuadas abarcan una extensa lista. Marta Ravelo, auxiliar de Tráfico, comenta que para los muchachos son una especie de pizarrita los asientos y las paredes del vagón del metrobús. El carro con numeración 113/167 fue pintado y a solo tres días ya exhibía los grotescos graffitis y rotulados.
También se mantiene la actitud irresponsable de algunas ciclistas que hacen caso omiso a los llamados de atención y siguen colgados de la parte trasera de estos ómnibus.
Pero las transgresiones son alarmantes cuando se puede constatar la relación de hechos delictivos que archiva la Empresa Provincial Metrobús en Ciudad de La Habana. En dicha entidad se registraron más de 18 casos de apedreamiento contra este medio de transporte durante 2006. Actos en los que resultaron heridos pasajeros, conductores y choferes.
Han ocurrido hechos tan inauditos como el del 17 de marzo en La Lisa, cuando un ciudadano le lanzó una botella y piedras al M-4, porque el chofer lo mojó al coger un bache en la vía. En esta ocasión no solo quedó roto el parabrisas sino también una de las ventanillas.
Por riñas, irrespeto, o debido a un raro sentido de la diversión, ciertos ciudadanos no solamente dañan los ómnibus, sino que provocan grandes disgustos entre los trabajadores del sector.
Por diferentes causas, incluidas estas indisciplinas sociales, en el año precedente 138 choferes y 93 conductores renunciaron a su puesto de trabajo, cifras que superan considerablemente las de 2005.
PARA QUE SUENE EL CASCABEL«No hay quién les ponga coto a estos jóvenes. Muchas veces las amenazas trascienden las palabras. Nosotros les llamamos la atención pero los insultos llueven y al personal que viene en el ómnibus le ocurre lo mismo, no pueden combatirlos, porque los agreden de igual forma», fundamenta Víctor Arechabaleta, conductor del M-3.
Iván López, administrador de la base de Metrobús de Alamar, comenta que muchas veces quienes cometen actos vandálicos contra los ómnibus se dan a la fuga, o lo hacen en el anonimato, y cuando se les atrapa siempre se han tomado medidas con ellos, pero continúa el estado de irrespeto.
Ángel Fernández, inspector de la cabecera del M-2 en Centro Habana, reiteró que hay problemas con los estudiantes en el horario de 5:30 a seis de la mañana.
«No podemos con esto. A veces te pones a discutir con los que te entran por la puerta trasera mientras que los otros lo hacen por las ventanillas, o cuando requieres al grupo por colarse, otros les guardan el asiento», argumenta Ángel.
Los choferes y conductores entrevistados coincidieron en que este no es solo un problema de los transportistas. Ellos afirman que no pueden hacerse responsables de evitar o prever las indisciplinas en la ruta.
Yuri González Berea, director general de la Empresa Metrobús, citó las orientaciones que su entidad dispuso para enfrentar estos hechos. Entre estas se encuentra la visita a las escuelas y la denuncia inmediata de los hechos vandálicos, entre otras.
Nuestro diario se interesó por conocer las acciones que emprendían las direcciones de las escuelas, cuyos estudiantes fueron mencionados por los conductores, choferes e inspectores como protagonistas de algunas de las indisciplinas.
Carlos Fernández, director de la Escuela Provincial de Educación Física Manuel Fajardo (EPEF), de Boyeros, expresó que ellos reflexionan continuamente con los muchachos sobre estas conductas, lo mismo en matutinos que en turnos de debate.
«Cuando conocemos que algún estudiante cometió uno de estos hechos tomamos medidas disciplinarias», afirmó.
Existe consenso en que la situación del transporte no es la más favorable y que los estudiantes tienen que llegar temprano a la escuela, pero ello no justifica sus faltas de respeto y desconsideración hacia trabajadores del transporte y el público.
«De hecho somos muy severos al analizar esas conductas; pero muchos de ellos, en los turnos de debate, nos dicen que tratan de subirse como sea, porque algunos transportistas por cinco pesos les dan el derecho a ocupar asientos a quienes se los ofrezcan, y ellos no se van a quedar por culpa de esto», añadió Andrés Rendón, vicedirector general de la EPEF.
Omar de la Torre, miembro del Secretariado de la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media en ese municipio, refirió que ellos han analizado estos problemas, aunque aún continúan ocurriendo.
Varios estudiantes de la escuela de deportes comentaron que no hay quién les llame la atención a los que incurren en esas «payasadas», porque esos infractores del orden público no les hacen caso a nadie.
«¿Qué podemos hacer, profe? —pregunta el estudiante Boris Donald—, si están en la mañana los muchachos con su falta de respeto en la guagua; se enganchan con la bicicleta; se suben a hacer piruetas en los techos del camello; se cuelgan de las ventanillas o “cogen cajita” cada vez que llueve».
—¿Qué es «coger cajita»?
—Es cuando se ponen a patinar con el pavimento mojado, enganchados de las guaguas, explica Lázaro Falcón, estudiante de segundo año de la EPEF.
«Lo cierto es que estas indisciplinas aumentan. Son un fenómeno multifactorial que no se está analizando adecuadamente, y que no se puede solucionar solo por el transportista ni por la policía. Considero que deben intervenir todas las organizaciones», afirma el Director de la Empresa Metrobús.
Ciertamente esta situación le compete a todos. La familia tiene un peso fundamental en la orientación oportuna sobre los riesgos que implican las imprudencias, así como en el control de los menores para que no estén en estas andanzas.
Muchos de los entrevistados se cuestionaban si los padres tenían conocimiento de lo que están haciendo realmente sus hijos.
La mayoría coincide en que para eliminar y evitar estas conductas tienen que intervenir múltiples actores sociales: la familia, la escuela, los transportistas, los responsables del orden, las organizaciones de masas... El trabajo para combatir a los depredadores de la tranquilidad ciudadana ha de ser sistemático. Lo que no puede ocurrir es que sigan aumentando impunemente los índices de agravio y hechos vandálicos en nuestros ómnibus.