Alpidio Alonso. Foto: Roberto Suárez Queridos compañeros:¿Por qué hemos venido hasta aquí?¿Qué es lo que realmente celebramos hoy, cuando nos reunimos en torno al aniversario 20 de la Asociación Hermanos Saíz?
Aun los menos dados a la ceremonia, reconocerán en esta fecha, el sentido y la motivación que se deriva de comprender que, por encima de la efeméride, lo que realmente celebramos es el triunfo de una voluntad utópica que por 20 años nos ha permitido participar de la cultura con un sentido crítico y una energía que van siendo cada vez más raros en este mundo. Un estado de vigilia intelectual que nos ha mantenido activos y fieles dentro de una vocación que hemos sabido salvar sin permitir que se extinguiera aun en los momentos de mayores dificultades. Mas bien ha sido todo lo contrario: mientras más arreciaban las carencias y los obstáculos, más profundizaba entre quienes hemos asistido a este aprendizaje, la conciencia de afirmarnos en una actitud de pensamiento que nos mantuviera en alerta y a la ofensiva frente a cualquier fatalismo desmovilizador; en particular, frente a la aparente candidez con la que progresivamente ha buscado acomodarse entre nosotros el pregón desmoralizante del mercado.
La Nueva Trova anticipó el nacimiento de la AHS. Este es un aniversario de muchos, una alegría que compartimos con varias promociones de artistas cubanos que, desde su fundación en 1986, y aún antes, desde las precursoras Brigadas Hermanos Saíz y Raúl Gómez García y desde el Movimiento de la Nueva Trova, creyeron en la utilidad de la belleza y del arte, y defendieron un espacio de legitimidad para la experimentación dentro del proyecto cultural revolucionario. Era el único modo de ser coherentes como artistas y como parte de una cultura, que con la Revolución se reafirmaba en una rebeldía que le venía por tradición, y que ahora, en las nuevas condiciones, debía expresarse en una política que, por socialista, se sabía en el deber de la renovación permanente y en la necesidad de atender a una complejidad que cerrara el paso a las simplificaciones y los dogmas, para cuya realización como auténtica herejía revolucionaria, era decisivo, imprescindible (y así se ha demostrado), el papel de la vanguardia artística. Es también un aniversario que compartimos con la Unión de Jóvenes Comunistas, que desde entonces y hasta hoy nos ha acompañado en el impulso de este movimiento. Y es, claro está, nuestro homenaje a Luis y Sergio, vivos entre nosotros.
Es quizá la valentía con la que ha asumido su rol, el haberse entregado a ese nuevo y cada vez más raro estremecimiento que conjuga responsabilidad y ruptura, esa frontalidad que es casi un instinto en los jóvenes pero que sin temor al riesgo ni a resultar incómodos, es aquí asumida con toda conciencia como una necesidad de enfrentar criterios y esquemas formalistas y burocráticos y, por ello mismo, seudorrevolucionarios, lo que hace de la Asociación una organización realmente viva, actuante, y de una frescura tan particular en el contexto de la cultura cubana. Precisamente en ello, habría que buscar su utilidad, su más profunda contribución a la vitalidad de nuestra cultura, y también la razón por la cual tantos, sentimos orgullo de ser o de haber sido parte de ella.
Un gran taller, un aprendizaje: eso ha sido la Asociación Hermanos Saíz para quienes desde allí comenzamos. En ella hemos encontrado nuestra manera de participar, una posibilidad de pensar y de actuar (aquí y ahora); una original vía (otra), para expresarnos, como artistas y como revolucionarios; una intensidad desde la cual sentirnos útiles.
En la música, como en otras expresiones de creación, la labor artística de los jóvenes cubanos, ha sido promovida por la AHS. Foto: Franklin Reyes Errores aparte, que naturalmente los ha habido, pienso que entre todos hemos contribuido a fundar un modelo de relación con las instituciones que nos ha permitido avanzar sin necesidad de hacer concesiones. Siguiendo dos líneas fundamentales en el trabajo: la de la promoción de la labor artística de los más jóvenes, y la no menos importante de auspicio del debate y la discusión cultural, la Asociación ha estado desde el principio en el ojo del ciclón, sin quitarse un minuto de la pelea durante estos años. Asociados a esa faena de riesgosas búsquedas, en este período han nacido decenas de eventos, premios, becas, editoriales, libros, exposiciones, conciertos, puestas en escena, revistas, talleres, conferencias, foros de debate, programas de radio y de televisión, videos y documentales que hablan de una presencia a estas alturas innegable dentro de la cultura cubana. Contradictorio, convulso, imperfecto, como nuestro tiempo, así ha debido ser el arte de quienes vemos en él una forma de conocimiento y transformación de una realidad frente a la cual de ninguna manera, ni el arte ni los artistas, podrían permanecer impasibles. Y aunque sean otros quienes en definitiva lo juzguen en el futuro, acaso correspondería decir hoy, que examinada esa huella mutua que suelen imprimirse el arte y su tiempo, concluiríamos que en algo hemos contribuido al propósito de mejorar el nuestro.
Pero nuestro es no solo el presente, sino, sobre todo, ese otro tiempo que imaginamos y configuramos desde nuestros días para quienes llegarán después. Con esa vocación de futuridad nació nuestra cultura, y con pareja sensibilidad se hizo (y se hace cada día) la Revolución. De ahí que en una ocasión como esta, valga la pena subrayar, una vez más, nuestra responsabilidad frente a los desafíos, sobre todo ideológicos, que nos plantea la hegemonía del pensamiento único.
Tal vez nunca como ahora fue tan evidente la necesidad de unirnos para oponer una barrera moral a ese gran proyecto que puede, sencillamente, aniquilarnos. Como bien ha planteado Fidel, de lo que se trata es de «sembrar ideas, sembrar conciencia», y en ello es decisivo el papel de los intelectuales. No hay otra fórmula que la que ofrece la cultura para hacer frente a la catequesis posmoderna de los nuevos inquisidores. Son, como decía Eliseo, los hartos de siempre. Por eso sigue siendo tan importante que nos convoquemos a la reflexión y el debate honesto y comprometido, concientes de la responsabilidad que asumimos toda vez que sabemos que corresponde principalmente a la cultura, dar respuesta a los múltiples y complejos emplazamientos planteados por el presente.
Hace muy poco le escuché decir a Alfonso Sastre, aludiendo sobre todo al nuevo momento revolucionario que vive nuestro continente, que había llegado la hora de pasar de la pos-modernidad a la neohistoria. Por encima del optimismo que sin duda la anima, quiero leer sobre todo en esa frase, un llamado al rigor y a la necesidad de sacudirnos cualquier mimetismo que nos impida articular un discurso verdaderamente original, propio, capaz de abrirnos a otra perspectiva a partir de encarar la realidad de un modo distinto a como secularmente lo han hecho quienes se sienten en el derecho de pensar por nosotros. No hay otro camino.
Volver a nuestra historia, a nuestra cultura, a lo nuestro. Una y otra vez. Siempre. Asirnos a ese último tronco martiano, esencial, capaz de resistir cualquier embate. Allí está, como diría Lezama, nuestra posibilidad infinita, que es nuestra posibilidad superadora, creadora e irradiante desde la pobreza. Allí damos con la sabiduría más profunda y tocamos la verdadera tierra fértil de nuestra poesía; desde que nació, ardida de justicia y decidida a echar su suerte, ya sabemos con quién.