Cuando se recorre el corazón de la capital tunera, uno se da cuenta de lo que la ciudad significa en la vida de sus hijos. Quien lleve tiempo entre sus brazos no podrá olvidarla, aunque mude luego el campamento para la Patagonia o para la misma Conchinchina. Visitar Las Tunas entre los rumores del río Hórmigo y el ambiente de su eclecticismo es enamorarse de ella.
Pararse en el parque Vicente García es ponerse en contacto con su palpitar saturado de sorpresas y de animaciones. Los bancos de granito semejan liliputienses ante el imponente conjunto escultórico consagrado al héroe local por antonomasia. ¡Hasta los intranquilos gorriones le rinden homenaje con sus trinos al mil veces venerado León de Santa Rita!
En uno de sus ángulos, la iglesia mayor empina su campanario a la vista de sus fieles. El sitio donde se levanta sirvió de sede a una de las primeras ermitas católicas reportadas en Cuba, cuando allá por 1510 el conquistador Alonso de Ojeda rindió culto por la zona a la Virgen María luego de su trágico peregrinar por el sur de Birama, camino hacia La Española.
Al frente, la Biblioteca Provincial José Martí es un hervidero intelectual. Buena parte de la historia y la cultura locales se encuentra endosada en los anaqueles de esta institución, sitio recurrente de investigadores y estudiosos. Más de una obra literaria ha sido concebida allí, entre legajos hemerotecarios y antiquísimos volúmenes marcados por el hierro de los años.
Usted camina hacia adelante y se da de narices con el edificio del correo central, siempre atestado de gente presurosa por llenar formularios, remitir telegramas o depositar cartas en los buzones. Diminuta, atildada, acogedora, la oficina parece como empotrada entre los inmuebles que la flanquean.
La Casa de Cultura Tomasa Varona es sitio obligado de diletantes de las más variadas manifestaciones. Allí cualquiera declama un poema de reciente factura, o lee un pasaje de una novela en ciernes, o toca una rumba de cajón, o ensaya lo último en materia de danza contemporánea... En la institución se han formado generaciones de artistas que le han dado brillo y crédito a la ciudad, bien llamada capital cubana de la escultura.
Por las calles adyacentes puede que se deje escuchar la bocina de un bicitaxi, mitad automóvil y mitad bicicleta, dándole una pincelada de color al entorno. Tal vez hasta un vendedor de golosinas le regale la gracia de su pregón, elaborado a base del más puro gracejo territorial, notorio por su originalidad y buen gusto.
La unidad gastronómica Reymar ha sido siempre sitio de concurrencia citadina. Dicen que se llama así por la combinación de sílabas de los nombres de dos amigos: Reynaldo y Mario. Camina usted un poco y admira la solidez del edificio de ETECSA, que administra las comunicaciones telefónicas, y el deslumbrante teatro Tunas, recientemente remozado, por cuyas tablas desfilaron en otros tiempos personalidades de la talla de Libertad Lamarque y María Félix, y las excelencias arquitectónicas del local del Fondo de Bienes Culturales, y la irrepetible Plaza Martiana con su reloj solar, y la reanimada calle Francisco Vega, devenida bulevar...
A punto de cumplir 210 años de fundada, la ciudad se revela en toda su hermosura a la vista del visitante y se deja acariciar por sus hijos. Caminarla es un placer, aunque alguien piense que ya no tiene nada que mostrar. La ciudad es como las madres buenas: siempre reserva una sorpresa para regarla a los pies de quienes la quieren.