Las fantasías eróticas pueden comenzar en la niñez o adolescencia y desde entonces desempeñan un papel importante, ya sea como inductoras o potenciadoras de la excitación sexual, ensayos imaginarios de situaciones y conductas de la vida privada o como armas para combatir la rutina. Sin embargo, recrearse en determinadas ilusiones sexuales no presupone, como muchos piensan, que se desee llevarlas a la práctica.
Con frecuencia el traslado de las fantasías a escenarios reales no proporciona el resultado esperado y se convierte en una experiencia decepcionante o desagradable.
En ese momento puede perder todo su valor erótico, sobre todo si se intenta con la pareja, pues se corre el riesgo de herir su amor propio. Entonces resulta difícil decidir si vale la pena reservar la fantasía para uno solo o compartirla.
Existe una estrecha relación entre el impulso sexual y las fantasías. Frecuentemente las personas con pocos deseos eróticos son quienes menos fantasías sexuales tienen. Por ello los especialistas definen el deseo sexual como producto de una serie de estímulos que, si no son vividos eróticamente, pierden su capacidad de atracción.