Foto: Roberto Suárez El único revólver de José Martí que se conserva, se exhibe hoy en una de las vitrinas del Museo Fragua Martiana, en Ciudad de La Habana.
El especialista de esa institución, Regino Sánchez Landrián, además de ofrecernos los datos, lo extrajo momentáneamente del anaquel en que se halla bajo llave y protegido tras gruesos cristales transparentes de las inclemencias del tiempo, para tomarle la foto.
Es un Colt Frontier, Six Shooter —de seis balas—, calibre 44, conocido también como Colt «Frontera» o «Pacificador», arma personal del Apóstol.
Dicho revólver, que le sirvió para su vida clandestina en ciudades populosas como México y Nueva York y luego en República Dominicana, último país donde lo llevó oculto, posee un tamaño de 31,7 centímetros de largo y un peso de dos libras y ocho onzas. Solo su cañón tiene una longitud de 19 centímetros.
Encima de la recámara se aprecia una inscripción grabada en el metal, a bajo relieve, y que dice: «José Martí».
El arma la tuvo el Apóstol desde el 19 de julio de 1894, fecha en que le fuera obsequiada por su fraterno amigo Manuel Mercado, en una visita del Maestro a México, hasta el 7 de febrero de 1895 en que Panchito Gómez Toro le regaló otra más pequeña, moderna, menos pesada y más funcional, con la que cayó en Dos Ríos, y está perdida hasta ahora.
El arma de la Fragua, era parte de un gran lote ya en desuso que el gobierno de Estados Unidos le vendió al de México. Con cachas carmelitas, de un material similar a la baquelita donde aparecen impresos dentro de óvalos, a relieve, sendos caballos y lanzas, posee una masa fija. Para introducirle los proyectiles o sacarle los casquillos luego de disparar, se debe utilizar una bisagra y una baqueta, ambas adosadas al propio cañón del arma, todo lo cual la hace poco operativa.
Con el tiempo quedó en poder de la familia de Gómez y, al concluir la guerra, fue entregada por el Generalísimo a la viuda del Maestro, Carmen Zayas Bazán. Al morir esta quedó al cuidado de sus sobrinas Salomé y Rosa Zayas Bazán Guerrero. En 1974 fue donada por Nicolás Río Miera, esposo de Silvia Zayas Bazán, otra sobrina de Carmen, al doctor Gonzalo de Quesada y Miranda.
Regino dijo al diario que esta historia responde a los testimonios de Gonzalo de Quesada hijo, de Hiram Duputey y del doctor Francisco Lancís y Sánchez, apoyados en las memorias de Bernardo Gómez Toro, hijo del Generalísimo; en el Diario del Soldado de Fermín Valdés Domínguez; y en el Legajo 272 No. 6 del Archivo Nacional de Cuba con las memorias de este último.