El cloro es un gas irritante de las mucosas y del aparato respiratorio que puede producir hiperactividad bronquial en individuos susceptibles. Según estudios recientes, el exceso de esta sustancia en las piscinas podría causar asma o dañar los pulmones en los seres humanos, y a medida que aumente la frecuencia de la exposición, el riesgo es mayor.
Nadadores, monitores y el personal de mantenimiento, e incluso los bebés y niños que en el verano pasan horas en esos lugares, o a quienes sus padres inscriben durante el resto del año en cursos de natación, representan los grupos sociales más expuestos a los posibles daños.
La inhalación de este producto y sus derivados en el aire o en el agua de las piscinas puede atacar la pared de los pulmones. El primer síntoma de una afectación por elevados niveles, es la irritación de las mucosas oculares, de la nariz y de la garganta, que va en aumento hasta producir un dolor agudo.
La exposición a concentraciones de 45 miligramos por metro cúbico de agua provoca alteraciones en las membranas mucosas del ojo y de la nariz y, especialmente, de la garganta y los pulmones. Si sobrepasa los 150 miligramos el peligro es mayor, incluso en exposiciones de corta duración, pues produce una inflamación en los pulmones con acumulación de líquido, que puede manifestarse hasta dos días después de la exposición al gas.
Los pequeños de dos o tres años son los que más riesgos corren pues sus pulmones están en plena fase de desarrollo y su función respiratoria es más proclive a reaccionar de un modo anómalo ante la presencia de elementos irritantes.
Por ello, en el verano, ante la predilección de nuestros niños, adolescentes y jóvenes por las piscinas, es conveniente advertir a los responsables administrativos y técnicos de piscinas que cumplan las normativas existentes, y que los padres, sobre todo de los niños pequeños, se aseguren de que estas se cumplen.