El café Serrano, una unidad especializada en bebidas, a partir del aromático grano. GRANMA.— «¡¿Milagro?!... ¡Qué va, no se trata de eso!», exclama sonriente Camilo González Suárez para luego aseverar: «Lo que sucede hoy en la gastronomía granmense es el fruto de haber colocado a la población en el centro mismo de nuestro trabajo».
Y aunque nos satisface plenamente la respuesta del director de la Dirección Provincial de Finanzas y Precios, sus palabras no dejan de causarnos cierta suspicacia. Intuimos se debe a que no escuchamos recetas espectaculares. No hay siquiera nada nuevo en esta cardinal idea, repetida hasta la saciedad en algunos ámbitos donde ha llegado a convertirse en palabra hueca, cuando no va acompañada de realizaciones concretas.
Pero vista hace fe, y, tras varios días de recorrido por distintas ciudades y poblados de esta suroriental provincia, JR arribó a la conclusión de que no se trata de gato por liebre.
La salud de roble de que gozan los servicios gastronómicos en el territorio ganador de la emulación por la sede del 26 de Julio resulta una realidad contundente a los ojos no solo del forastero, sino del propio lugareño.
Buena presencia de las unidades, trato afable, precios asequibles y casi totalmente en moneda nacional, diversidad de ofertas, minúsculas colas, contrastes mínimos entre la ciudad y el campo. Esta es una imagen real.
NO ES OTRO PAÍSCamilo González Suárez, director provincial de Finanzas y Precios en Granma. «En Granma no funciona una política de precios diferente a la del resto de la nación. Nos regimos por el mismo listado aprobado por el Ministerio. No hemos inventado nada nuevo», vuelve a insistir Camilo González.
Pero el también Presidente de la Asociación de Economistas en el territorio (ANEC) aclara que no siempre fue así. Atrás quedaron los años en que tales servicios se hallaban lacerados por el estancamiento o el retroceso, y no era un tema exclusivo de sectores como la gastronomía.
Sin dudas, los nuevos estilos y métodos de dirección implantados por las autoridades políticas y gubernamentales de la provincia tuvieron mucho que ver con el cambio, matizado por una estrecha cooperación y acatamiento de la opinión popular.
«La gastronomía de Bayamo era una de las más deprimidas del país. Presentaba cuantiosas pérdidas e ineficiencia financiera. Nos volcamos primero hacia la reducción de los gastos y al incremento de la eficiencia productiva. Así se fue revirtiendo rápidamente la situación», rememora González.
Mas solo acompañados de buenas intenciones no era posible transformar el panorama. El dirigente señala que una de las mayores exigencias recayó desde el principio sobre las empresas suministradoras y productoras de alimentos del territorio.
La premisa consistió en continuar cumpliendo los compromisos establecidos con otras partes del país, pero «bajo ningún concepto dejar de abastecer a nuestra población, sino por el contrario, incrementar y diversificar las producciones locales en moneda nacional».
El refrescante prú oriental se expende embotellado y a un precio de sesenta y cinco centavos. Gracias a esa estrategia pronto fue posible que cada unidad gastronómica, sin distinción de categoría, recibiera las cantidades necesarias de productos para poder satisfacer su demanda diaria.
En cuanto al interés por reducir los precios, nuestro interlocutor acota que sencillamente se tuvieron en consideración algunas leyes que resultan fácilmente entendibles hasta para el más sencillo de los mortales.
«Siempre que la demanda es mayor que la oferta se crea el caldo de cultivo necesario para el deterioro de la calidad en el servicio. Si el cliente ve reducidas sus opciones se vuelve vulnerable entonces al maltrato, a las colas, a la insatisfacción, porque no le quedan muchas puertas de salida», argumenta.
Precisamente uno de los aciertos del gremio radica en haber logrado incorporar a la venta una considerable gama de productos elaborados por métodos tradicionales y en el mismo territorio.
Por citar un ejemplo, en Manzanillo, lo mismo que en Bayamo, es común disfrutar del refrescante prú oriental embotellado, a un precio de 75 centavos, a la par de otros comestibles, igual de asequibles al bolsillo.
Paralelamente a ese esfuerzo marchó el fortalecimiento del cuerpo de inspección. Un ejército no solo presto a detectar posibles violaciones en las normas de elaboración de un plato, sino con la misión social de no permitir retrocesos en las conquistas.
PARA COMER Y PARA LLEVARManzanillo cuenta con unidades de gran confort como el restaurante Yang-Tse. Otras valoraciones incorpora a nuestro diálogo Bárbara Rodríguez Pacheco, subdirectora de la Dirección de Gastronomía en la provincia, en cuanto a otros resortes que inciden en la disminución de los precios.
«Se trata de poner cada producto exactamente donde va y especializar cada unidad con una imagen que la distinga. Tenemos muy claro a cuál precio y dónde debe consumirse por ejemplo una croqueta, un tasajo con boniato o una cerveza».
Otro mecanismo regulador es la correcta definición del horario de prestación del servicio, en dependencia de la aceptación y el confort que poseen.
«Mantenemos un chequeo permanente a las unidades. Lo más importante es no permitir que luego de haber inaugurado un local se pierda, porque la calidad del servicio decayó o los aseguramientos correspondientes no fueron garantizados.
«Mas no estamos satisfechos aún. Nos falta mucho por hacer. Constantemente nos vamos renovando, pensando en la posibilidad de abrir un servicio nuevo y lograr que la atención a la población sea de excelencia».
¡VAYA, TU CAFECITO AQUÍ!El agradable panorama matinal que nos regalan algunos niños bayameses, correteando entre las palomas de la céntrica Plaza de la Patria de Bayamo, nos sorprende con una visión no menos sugestiva.
¿Desea café, señor?, preguntan a nuestro paso Suleklin Eduardo y Beatriz del Toro, ambas trabajadoras de la cafetería El Oriente.
Ataviadas con sus uniformes de dependientas y con una especie de pequeño mostrador portátil a cuestas, ellas ofrecen al caminante sus tazas de café caliente. Métodos similares pueden apreciarse en la venta de dulces finos.
Al paso del caminante surgen incontables cafeterías, bares, restaurantes, kioscos y casas especializadas. Cada quien decide a dónde va, porque sabe que le alcanza el bolsillo.