Tiempo extra
Siempre fui un apasionado del deporte. De pequeño, me hechizaban los duelos, hazañas, records y escenarios competitivos que veía gracias al entrañable Krim 218, de tan larga e increíble vida.
Inepto para lidiar en el alto rendimiento, poseía, sin embargo, ciertas aptitudes para estudiar Cultura Física, una carrera que me hubiera ligado a ese fascinante universo de tácticas y músculos. Pero, al final, ni siquiera opté por esa especialidad.
Gravitó en la decisión, entre otras cuestiones, la falsa creencia propagada de que para cursar esta especialidad no se requería mucho intelecto, ni tampoco demasiado estudio.
El tiempo, huracán derribador de mitos, habló la verdad. Y me demostró que un experto de esta rama requiere, si se respeta, de incontables horas de vuelo a los libros, a las investigaciones y a la superación constante.
Viví a ráfagas esa regresión al pasado —conectada con el hoy— durante el más reciente balance nacional del Inder, un espacio que más que reunión fue un convite a la aplicación de la ciencia y la técnica y a la elevación del conocimiento.
Antonio Eduardo Becali, presidente del organismo, tomó prestada la frase del decano de una universidad habanera de Ciencias de la Salud para ilustrar la necesidad de cultivarse a diario: «Un médico que deje dos años de estudiar es ya un mal médico», decía el decano. Eso mismo es extensivo a un profesional de la Cultura Física y el deporte.
Tal exigencia ha crecido en los últimos tiempos, en los que existen hasta entrenamientos virtuales e innumerables herramientas digitales que contribuyen al rendimiento deportivo.
Pero, como me decía alguien «fuera de cámaras», hay entrenadores que aún no saben encender una computadora. Esa frase, acaso hiperbólica, tiene dos caras: la archiconocida material, ligada a escaseces, y la del desinterés, vinculada a la resignación de quedarse a la zaga.
Me resisto a creer que la superación depende en primera instancia de recursos, porque esta es hija de las actitudes y de la avidez por lo desconocido. ¿Qué PC tuvieron Séneca, Einstein, Aristóteles? El primero de ellos decía en aquellos años de la llamada antigüedad que «sin estudiar enferma el alma», una frase con plena vigencia ahora.
Claro, sería necio olvidar que ahora las nuevas tecnologías tienen un peso incuestionable en la preparación, el conocimiento y la cultura. De manera que se ha de aspirar en serio a mejorar todas las condiciones de trabajo de entrenadores y otros profesionales del sector.
¿Pero cuántas investigaciones de nuestras universidades deportivas yacen engavetadas en el olvido? ¿Cuán difícil es interesarse, por cualquier vía, por las tendencias actuales del entrenamiento en el mundo? ¿Son muchos, por ejemplo, los que se preocupan por aplicar o entender la sabermetría de la que tanto se habla en el béisbol?
Estas interrogantes pudieran conducirnos a baches o a lagunas. Pero acaso nos demuestren también que, aun con limitaciones, nuestros técnicos y profesores del deporte tienen alimentos teóricos para crecer y mejorar. Pensar que se ha llegado al horizonte en esa materia sería un error del tamaño del mundo. Y cuando se cometen pifias de ese tipo la vida puede cantarnos el tercer strike o propinarnos una tremenda goleada.