La tecla del duende
Hoy arranca en Cienfuegos la megatertulia que los cronistas cubanos se regalan cada año, en su perenne afán de narrar la belleza. De Carlos Alejandro Rodríguez, uno de los estudiantes que quedó como finalista en esta edición del concurso «croniquero», son las letras que siguen...
Mi abuela tiene más de 70 años y no conoce el mar. Aunque vive en una isla con 5 746 kilómetros de litoral… aunque en Cuba ninguna persona está a más de 40 millas de la costa… aunque la rodea «la maldita circunstancia del agua por todas partes»… aunque esta ínsula es un eterno verano, que es decir una playa eterna, ella jamás ha visto el mar.
Mi abuela es un ser mediterráneo. Hasta 1991 vivió en el campo, metida en el monte con escasos conocimientos del mundo que la circundaba. Cuando la Autopista Nacional reclamó su tierra, empacó los bártulos y salió con mi abuelo y sus hijos hacia la ciudad. Entonces prefirió permutar el apartamento que le regalaban en Santa Clara por una casita art déco en Placetas. De esa manera podrían salvar a diario la distancia hasta la tierra que cedían. Sobre todo mi abuelo, que hasta hoy viaja constantemente al «campo» (así, ya por antonomasia) para ordeñar su única vaca. Pero, ¿por qué mi abuela nunca ha ido al mar? Supongo que demasiada ocupación en las vicisitudes cotidianas, en el hogar, en la cocina, que por ser la misma todos los días nunca lleva a nada nuevo, la alejaron de la costa. Mi abuela se levanta siempre entre las tres y las cuatro de la madrugada (¿vieja costumbre del campo?) y dice que no le alcanza el tiempo para todo lo que tiene que hacer. Supongo que en su vida pasó lo mismo. Una pragmática inconsciente, casi inoculada en las venas, la ha mantenido en el estatismo de todos los días, todas las mismas cosas.
Supongo que mi abuela tiene sueños, imagino incluso que alguna vez haya querido conocer el mar. Supe que en Brasil llevaron a una anciana, antes de morir, a ver el océano. Allá se explica (Brasil es el gigante sudamericano, hay gente que vive en el mismo centro del continente), pero aquí no se entiende. Le dije: «Abuela, ¿quieres conocer el mar? Yo te llevo». Pero no supo qué responder. Quisiera que mi abuela quisiera conocer el mar. Que por una vez la brisa de la costa la acariciara o le despeinara las canas. Que no le alcanzaran los ojos para encontrar el firmamento. Que se bañara en las aguas de una playa, al borde de las tierras. O que al final me dijera: «¿Este era el mar? Ya lo sabía, ya lo imaginaba, no me agrada…». Gracias a la televisión ella tiene la idea de cómo es el océano. Seguro lo asocia con azul, brisa, agua, sal, tormenta, barco. Quizá le teme, como a un monstruo desconocido. Pero carece del conocimiento exacto, de la experiencia vital… Mi abuela pudiera morir sin conocer el mar. (http://guaracabuya.blogspot.com)
Cecy: Déjame volar en las alas de tu sonrisa, prometo no acercarlas al sol... Kmilo
La verdad puede ocultarse, pero no extinguirse. Frank Lloyd Wright