La tecla del duende
Mi amiga Lili Marrero, apasionada periodista y profesora, teje en silencio el Aguacero de su blog (http://elaguacero.wordpress.com/). A veces me asomo, con mi curiosidad guajira y miren qué bellezas descubro...
Un libro que cae en tus manos, es una liturgia. Lo tomas, lo hueles en un gesto aprendido. Luego, abres páginas al azar, revisas al descuido, lo volteas, lees rápido la contraportada… Registras de pasada las primeras hojas, blanquísimas con el nacimiento del libro, y posiblemente grabadas en azul o negro con el sentimiento del dador. Y sí, ves que la dedicatoria está ahí, celebras en silencio. La dedicatoria es la zorra y el niño, día tras día más cercanos, hasta la pertenencia mutua. La dedicatoria del libro que llega a tus manos te une con el libro para siempre, y con la persona que lo otorga. Después queda guardada para la sorpresa y el juego, se esconde años y años en tu librero, se mancha de amarillos, pero un día, perdiéndote en la fila de la derecha y arriba, abres la página y lees, vives de nuevo la unión, activas la dependencia, sonríes…
Aquí tengo a Julio Cortázar, sin dedicatoria, porque va a retornar a su dueño. Es un libro domesticado por buenas manos. Un libro hipertextual, que conversa y hace trampas. Obligado. Todos los Rayuela que he tenido en mis manos son piezas desgajadas, sepia, de esquinas carcomidas de tanto hojear. Aventureras Rayuelas que han viajado de mano en mano, de país a país, de sueño a sueño, de fundaciones a portazos. Rayuelas-marcas de vida, Rayuelas-acertijo de nostalgias, Rayuelas-promesa y despedida. Miro a ratos el libro y quiero creer que él me mira y me adivina. Sabe que le guardo sospechas. ¿Cómo llegaste a mí?, le pregunto. ¿Cómo supiste darle la vuelta a la vida, colocarte en la ironía más severa, travesura de cronopio incansable? ¿Cuándo fue que te convertiste en pacto de paz, enseñanza de vida, tráfico de emociones? Ese día, el día que tu nombre volvió a sembrarse en la espera, me oíste decir: no importa cómo…
Y al otro lado, la glorieta del parque anuncia huellas de poetas que habitan mi vieja, omnipresente ciudad. Una Faz de tierra conocida me espía y sabe que la voy a abrazar. Abrazar el libro que cae en tus manos es el cierre del ciclo, la entrega total, la sublimación del sendero que lo llevó hasta ti. Y este sí guarda los trazos domesticadores de las primeras páginas, y dice: «un regalo que espero deleite al poeta que hay en ti». Me río del piropo, no lo creo. Pero el libro se burla de mí. Sabe de su inesperado arribo. Es duende previsor y se queda orondo en el escritorio, invitándome a leer, porque es testigo único de lo que él mismo representa: la sacudida del gris, el descubrimiento, la no-salvación, el pálpito.
Un libro que cae en tus manos es una ceremonia casi aprendida, y es también un acto de fe, una aprobación, la dependencia perenne, el agradecimiento y la sorpresa, la compañía. Un libro que cae en tus manos un día cualquiera, de repente y sin anunciarse, es un apretón de manos cómplices, es el abrazo.