La tecla del duende
A Mercedes Sosa, la argentina que entonó a los sufridos de Latinoamérica, le gustaba que la llamaran «cantora». «Cantante es el que puede, dijo, y cantor, el que debe». Deber. Misión. Mandato profundo de hacer luz aun en la más recia tiniebla fue el que alimentó su grito militante.
Y ahora, que quedándose se ha ido, que yéndose se ha repartido, que muriéndose nos ha seguido naciendo, como un genuino abrazo de Galeano, uno vuelve a la raíz sonora de su impulso, ancestral y futurista.
Casi junto a ella partió Cintio a sus Orígenes. Fue a encontrarse con Martí, escribió un buen amigo. Y con el Che, poeta de actos desnudos.
Ernesto de La Higuera, de Santa Clara y del Mundo. Cintio, del Sol cubano, las letras de Rulfo y el aire latino. La Negra Mercedes, tucumana, voz y patria en cualquier rincón de pobres. Ahora unidos en octubre, en la memoria y los alumbramientos. Listos, en el latido perdurable, para seguir entonando la…
Salgo a caminar/ por la cintura cósmica del sur./ Piso en la región/ más vegetal del viento y de la luz./ Siento al caminar/ toda la piel de América en mi piel/ y anda en mi sangre un río/ que libera en mi voz su caudal.
Sol de Alto Perú,/ rostro Bolivia, estaño y soledad,/ un verde Brasil,/ besa mi Chile cobre y mineral./ Subo desde el sur/ hacia la entraña América y total,/ pura raíz de un grito/ destinado a crecer y estallar.
Todas las voces, todas,/ todas las manos, todas, /toda la sangre puede/ ser canción en el viento./ Canta conmigo, canta,/ hermano americano./ Libera tu esperanza/ con un grito en la voz. (Armando Tejada Gómez y César Isella)
Temprano nos pusimos sobre la moto hasta ponerla «al pelo» y huimos de parajes que ya no estaban tan hospitalarios para nosotros, después de aceptar la última invitación a almorzar que la familia que estaba al lado del taller nos hiciera.
Alberto, por cábala, no quiso manejar, de modo que salí yo adelante y así recorrimos unos pocos kilómetros para detenernos al fin a arreglar la caja de velocidades que fallaba. Poco más lejos, al frenar en una curva algo cerrada, yendo a bastante velocidad, saltó la mariposa del freno trasero; apareció en la curva la cabeza de una vaca y luego un montón más; me prendí del freno de mano y este, soldado «a la que te criaste», se rompió también; por unos momentos no vi nada más que formaciones semejantes a vacunos que pasaban velozmente por todos lados, mientras la pobre Poderosa aumentaba su velocidad impulsada por la fuerte pendiente. La pata de la última vaca fue todo lo que tocamos —por un verdadero milagro— y de pronto, apareció a lo lejos un río que parecía atraernos con una eficacia aterradora. Largué la moto contra el costado del camino y subió los dos metros de desnivel en un santiamén, quedando incrustada entre dos piedras y nosotros ilesos.
Siempre amparados por la carta de recomendación de la «prensa» fuimos alojados por unos alemanes que nos trataron en forma cordialísima. A la noche me dio un cólico que no sabía cómo parar; tenía vergüenza de dejar un recuerdo en la taza de noche, de modo que me asomé a la ventana y entregué al espacio y la negrura todo mi dolor... A la mañana siguiente me asomé para ver el efecto y me encontré con que dos metros abajo había una gran plancha de zinc donde se secaban los duraznos al sol: el espectáculo agregado era impresionante. Volamos de allí.
Aunque el accidente, en un primer momento, parecía no tener importancia, se demostraba ahora nuestro error de apreciación. La moto hacía una serie de cosas raras cada vez que debía afrontar una cuesta. Por fin, iniciamos la trepada de la de Malleco, donde está un puente de ferrocarril que los chilenos consideran el más alto de América; allí plantó bandera la moto y perdimos todo el día esperando un alma caritativa, en forma de camión, que nos llevara hasta la cumbre. Dormimos en el pueblo de Cullipulli (luego de logrado nuestro objetivo) y partimos temprano esperando la catástrofe que se adivinaba ya.
En la primera cuesta brava (...) quedó la Poderosa definitivamente anclada… (Relato del Che, de su recorrido por Latinoamérica con Alberto Granados, incluido en el libro Notas de Viaje. Tomado del Sitio: www.centroche.co.cu)
VV: ¿Dónde se apaga el amor? MM
Amaury: Conocerte fue un regalo; amarte, una bendición. Nena
May: Siempre seremos amigos, no solo porque podemos hablar de todo, sino porque sabemos callar juntos. Bel
Bautizada por un mar de historia. Así comenzó la más reciente tertulia de Bayamo, justo en la casa del Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes. La agradable acogida del museo, hogar de todos, fue la primera alegría.
Nuestro tema, Gratos recuerdos, desató palabras que, según Francisco, podrían haber llenado más de 24 horas. Él añora la amistad de sus colegas de misión internacionalista. Otra bayamesa siente saudade de su infancia al ver a su preciosa primita; a Yasell, en tanto, le vuelve el alma al cuerpo cuando oye a Ricardo Arjona…(Reporte de Reyna)
Y este sábado, a las 10:00 a.m., se encontrarán los tecleros de Holguín en la glorieta del Parque de las flores. Compartirá con ellos el destacado periodista Nicolás de la Peña.
…Los libros son amigos y enemigos, esperanzas y decepciones, aventuras y tedios, herramientas y armas. A veces quisiéramos deshacernos de ellos como de un peso muerto que no nos deja ver la vida y la verdad; otras solo ellos nos reconcilian con el hombre; otras flamean como bocas del horno de lo desconocido. En rigor, casi ninguno enseña algo sustancioso, nutritivo y perdurable sobre la realidad. Pero algunos, muy pocos, valen la pena de haber nacido. (Cintio Vitier, Prosas Leves)