La tecla del duende
«Mañana me voy, mañana/ quién se acordará de mí/ solamente la tinaja/ por el agua que bebí». Así cantaba mi abuelo, desde la memoria de un tiempo ido. Así nos cantaba y contaba los principios efímeros de todo viaje, de toda cumbre, de toda huella.
Era su voz, de pícaro sabihondo, de hombre recto, de campesino pobre y bueno, el camino más seguro a la quimera. Era y continúa siendo, el sitio de las cosas justas, de la historia grande que se escribe con el heroísmo más humilde.
Él y mi abuela guardan desde aquel romance montuno hasta las amarguras de la ausencia, el abecedario de la sencillez, la clave de la nobleza.
No deberíamos llegar a los abuelos cuando ya están de partida. No deberíamos partir hacia ellos cuando les faltan energías para las llegadas.
Los papás de los papás, estos tiernos de abril, sabedores de la caricia son, entre la bruma cotidiana, el terco fiel de la vida.
Con los hilos de la LunaMi abuelo llegó en un barco, pero se trajo la luna/ dibujada en un pañuelo que luego colgó en mi cuna./ La inmensa luna diamante era la mejor fortuna/ que acompañó al emigrante de aquella España lorquiana y dura.
Cantaba con ese acento que tanto lo distinguía,/ risueño me revelaba la copla que así decía:/ «Niña, nunca te enamores si hay luna cuarto menguante/ que puede robarte el sueño un asturiano emigrante».
No sé si he podido ser lo que él soñó que yo fuera,/ lo cierto es que, mire usted, mi abuelo fue mi primera escuela,/ puso raíz en el puerto y estrenó bajo una Ceiba/ las alas del papalote que me llevaban hasta su tierra.
Mi abuelo tejió mi hamaca con los hilos de la luna,/ mi abuelo pintó mi infancia con un verdor aceituna./ Se puede viajar el mundo en los ojos de un abuelo/ que nos regala la luna dibujada en un pañuelo.
Un día llegué a su tierra y allí me estaba esperando/ la luna de aquel dibujo que desde el cielo iba pregonando:/ «Niña, nunca te enamores si hay luna cuarto menguante/ que puede robarte el sueño un asturiano emigrante». (...)
Se trajo la Sevillana y el pasodoble elegante/ pero se quedó conmigo entonando: «De dónde son los cantantes...».
Abuelo tejió mi hamaca con los hilos de la luna,/ artesano de mis alas, carrusel para la altura.
Su sonrisa desafiaba el trueno y el aguacero./ Cuánta ternura cabía bajo las alas de su sombrero.
Ay luna, luna, lunera, cascabelera ternura,/ abuelo Hevia pintó tu cara para colgarla en mi cuna.
Mi abuela besó a mi abuelo en luna cuarto menguante;/ mi abuela bebió el misterio bendito del asturiano emigrante.
Mi abuelo llegó en un barco, pero se trajo la luna/ dibujada en un pañuelo que un día colgó en mi cuna.
(Liuba María Hevia)
Fin de semanaHistorias de mis abuelos. Ese será el tema de la tertulia de este sábado en el Hueco de G y 21, en el capitalino Vedado. Y en el Centro Gerontológico de Colón, en Matanzas, nacerá otra peña de ocurrentes. El Duende del CGER despertará el domingo, a las 10:00 a.m., también para honrar a los papás dobles. Allí estaremos.
SemillaVieja madera para arder, viejo vino para beber, viejos amigos en quien confiar, y viejos autores para leer. Francis Bacon