Los que soñamos por la oreja
A propósito de la primera emisión del espacio televisivo Sonando en Cuba, en la redacción de la revista en que trabajo, El Caimán Barbudo, sostuvimos enconadas discusiones. De una parte estaban los detractores del programa, por considerarlo un remedo de otros similares existentes en televisoras foráneas. Por mi parte, defendí todo el tiempo la decisión de crear entre nosotros algo así, más allá de tener algunas objeciones en cuanto a su concepción general.
Recuerdo que un día, en casa de una gran amiga, su hija, una adolescente bastante bien informada y proclive a intereses culturales genuinos, mientras asistíamos frente al televisor de la vivienda a una de las jornadas finales de Sonando en Cuba, me comentaba que gracias al programa había descubierto temas, por ejemplo, de los Van Van, que fueron populares en las décadas de los 80 y los 90 de la anterior centuria, pero que ya no formaban parte del repertorio activo de la agrupación ni se programaban en nuestra radio.
Aquel hecho por sí solo me ratificó la valía de que en la Televisión Cubana existiese un espacio como este, por no hablar ya de que la competencia permitió hallar una que otra voz harto calificada para las lides del canto en nuestra música popular bailable, el género potenciado en esa primera versión del espacio.
Ahora asistimos a la vuelta del programa a la televisión y que, en mi criterio, da al traste con la conocida afirmación de que segundas partes nunca son buenas. Creo que comparativamente la presente edición registra un nivel de calidad promedio muy superior al del año anterior entre los concursantes.
En ello tiene que ver el hecho de que esta vez se han admitido a cantantes que en algunos casos tienen formación académica o incluso se han desempeñado como profesionales de la música. Por otra parte, el no limitar a los concursantes a un género específico como el de la música popular bailable cubana, como ocurrió en 2015, también amplía el diapasón de los participantes y con ello el nivel de calidad.
En sentido general, en mi opinión, son intérpretes muy jóvenes que ciertamente aún no han madurado aspectos de la vocalización y el modo de enfrentar los repertorios de la música cubana, en la que hay toda una escuela de canto popular, abandonada y olvidada en los últimos tiempos por la ausencia de repertoristas, de asesoría y seguimiento de los vocalistas tanto de grupos como en la condición de solistas, así como por otras deficiencias de nuestro esbozo de industria musical.
Semejante situación, verificable no ya en voces como las participantes en el concurso, sino en una gran cantidad de los actuales cantantes cubanos de diversos géneros y estilos, representa uno de los aspectos que más nos debería hacer pensar a todos los que de un modo u otro nos vinculamos en Cuba a la esfera musical, pues el problema no es tan solo responsabilidad del Instituto Cubano de la Música y sus dependencias, sino también de las escuelas de canto, de los sellos discográficos existentes en el país, de la radio y la televisión, y de los que desde la prensa escrita nos dedicamos al tema.
En gran medida por las carencias que se dan en la formación de quienes entre nosotros aspiran a ser cantantes un día, uno se percata de que estos concursantes que se presentan en Sonando en Cuba no tienen un amplio conocimiento de la historia de nuestra música. De ahí que dominen con alfileres las letras de no pocas piezas que son clásicos de la cancionística o que muchas veces imposten maneras de cantar que no guardan relación con nuestra rica tradición, pero eso se aprende cuando se cuenta con maestros que enseñen el abc de la materia y si se posee condiciones naturales, cosa que por suerte estos muchachos y muchachas en su mayoría tienen.
Otra cuestión a la que deseo referirme es que toda competencia como tal nunca es justa ciento por ciento y tal afirmación cabe también para Sonando en Cuba. La fórmula adoptada para la edición de 2016 le aporta más que la anterior al espectáculo, pero al igual que ocurrió el año pasado, tiene sus matices de injusticia. Pienso que hay zonas de las tres en que se divide el país, que poseen un mayor nivel de calidad interpretativa entre los concursantes que las otras.
Por eso, cuando de los cuatro competidores de cada área geográfica en la primera ronda, uno pasa a la llamada zona caliente, ya se ha podido ver que en ocasiones el «descarte» es mejor que algunos de los clasificados por otras regiones del país, donde el nivel competitivo ha sido más flojo. Asimismo, no me convence la prueba de los dúos, porque si bien ello es otro medidor de las aptitudes y actitudes del intérprete, tampoco es muy justo que digamos, dadas las desigualdades entre los temas seleccionados para ser montados y porque en un dueto se depende de lo que haga la otra parte y si esta se equivoca, el trabajo se echa a perder sin nuestra propia responsabilidad.
Por tales razones, yo preferiría un todos contra todos, con un sistema de puntuación en el que fueran eliminándose los que al final de la primera vuelta tengan menor puntaje. Pero en fin, repito, en materia de competencia (y eso es Sonando en Cuba), lo justo y lo correcto no coinciden necesariamente y el concepto de espectáculo hay que preservarlo. Así pues, dispongámonos a seguir las siguientes jornadas del certamen, a ver qué nos depara.