Los que soñamos por la oreja
El Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau anda de celebración. En el presente 2016 dicha institución arriba a sus primeros fecundos veinte años. Si bien todos los programas desarrollados en el proyecto ideado por Víctor Casaus y María Santucho hace un par de décadas han sido de relevante importancia para nuestro quehacer cultural, en mi caso personal he estado mucho más vinculado a lo llevado a cabo por ellos en torno a la trova.
Parece que fue ayer cuando allá por 1998 comenzó esa fiesta innombrable que para trovadores y trovadictos ha representado el espacio A guitarra limpia. El trabajo que en dicho tiempo ha desarrollado el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, bajo la sabia dirección de Víctor Casaus y María Santucho, solo puede ser definido como la más eficaz muestra de dedicación a «la canción y la poesía, la solidaridad y el amor», según la definición que el propio Víctor (poeta, narrador, ensayista y cineasta) ha hecho de la Nueva Trova.
La defensa que desde la institución ubicada en Muralla 63, Habana Vieja, se ha realizado de la trova, en su sentido más amplio, es una apuesta por la identidad cubana. No está demás recordar que la música (en la que se incluye la trova y la canción de autor) cumple una función identitaria. Al hablar de ello, hay que partir del principio de que toda cultura tiene música y esta, como producto sociocultural, posee una función identitaria, que puede ser étnica, social, etc., al resultar el reflejo de una cultura específica y un instrumento identificador válido para los seres humanos y que, como ha señalado Rubén Gómez Munsen su trabajo Una aproximación a la función identitaria de la música, «se caracteriza por ser permeable y flexible ante las diferentes actitudes existentes en un mundo cada día más globalizado».
Al arribar a un nuevo aniversario del Centro Pablo de la Torriente Brau, el regocijo es compartido entre quienes hemos sido fieles seguidores del espacio A guitarra limpia, en virtud del amor que profesamos por el acto de trovar, a sabiendas de que tal práctica es un componente fundamental de la cultura cubana. Que una persona acompañada por su guitarra y una determinada poética le cante al amor, la patria y los problemas de la vida cotidiana del ciudadano de a pie, constituye una de las legítimas tradiciones en el devenir histórico de nuestra nación.
Si queremos que la obra de los numerosos trovadores y/o cantautores cubanos no se pierda en medio del gigantesco océano que resulta la indolencia colectiva o «la inocencia del devenir», como diría Nietzsche, es obvio que se impone la necesidad de que el ejemplo legado por el espacio A guitarra limpia del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau desde 1998 no constituya una excepción entre nosotros sino que se convierta en el estilo de accionar de las entidades de la esfera de la cultura en nuestro país y en particular de las pertenecientes al área de la música. Queden mencionadas en este sentido otras formas de impulsar, acompañar y visibilizar la canción trovadoresca cubana, y de distintas latitudes, que se han desarrollado desde Muralla 63, como el proyecto Nuestra voz para vos –que ha llevado a creadores cubanos a geografías diversas de Argentina- o Todas las voces todas, que ha permitido a artistas de esas tierras el contacto con los públicos de la isla. Un proyecto de ida y vuelta junto a Radio Francia Internacional y con la cooperación de la Unión Europea, ha permitido el intercambio de bandas francesas y cubanas en escenarios de ambas orillas. Asimismo, los concursos Una canción para Pablo y Una canción para Diego y Frida, así como las Becas Sindo Garay, que han apoyado en sus varias ediciones proyectos trovadorescos de distintas provincias, han permitido el descubrimiento de noveles exponentes del género. Punto y aparte merece el Premio de Ensayo Noel Nicola, que promovió desde cuidadas entregas el pensamiento en torno a la cancionística nacional, o la labor de Ediciones La Memoria, que ha estimulado la ampliación de la bibliografía en torno al fenómeno con títulos como La primera piedra de Ariel Díaz, conjunto de textos que nos ofrece la posibilidad de repensar —desde la aguda mirada del autor— acerca del modo en que en el presente decursan las relaciones de los trovadores con las instituciones, otras instancias de poder y el público; o Memorias a guitarra limpia, material con selección, notas y edición a cargo de Xenia Reloba que resulta de obligatoria consulta por el cúmulo de información que aporta.
La acción de preservar el patrimonio musical de la nación, del que la Nueva Trova y la Canción Cubana Contemporánea son partes consustanciales, implica guardar y proteger la memoria sonora como un arca –una de las divisas fundamentales del Centro Pablo desde su creación y en particular, de Víctor Casaus, director de la institución–, conscientes de que Cuba es una confluencia telúrica y misteriosa, que alcanza dimensiones místicas y mágicas de reductos extraños, raros y guarecedores de la belleza, aunque haya quienes no se percaten de ello.