Los que soñamos por la oreja
Ahora que celebramos el festival Jazz Plaza, dedicado esta vez a los vínculos entre lo jazzístico y la música clásica, a mi mente vienen montones de recuerdos de anteriores emisiones. Gracias a mi madre, fervorosa amante del género y que durante años no se perdía una de las noches en el patio de la Casa de Cultura de Plaza, desde niño estuve en contacto con grabaciones discográficas del que es el primer gran lenguaje sonoro del pasado siglo XX.
Por lo anterior, cuando en febrero de 1980, bajo la inspiración de Bobby Carcassés y del hoy apenas mencionado Armando Rojas, un grupo de jazzistas decidió celebrar unas jornadas de concierto en el pequeño teatro de la instalación de Calzada y 8, allí estuve acompañado de mi querida vieja y algunos amigos del preuniversitario Saúl Delgado, donde yo estudiaba entonces.
A casi 32 años de aquello, todavía evoco lo acontecido en febrero de 1980 y, en particular, las actuaciones del grupo de Emiliano Salvador y de un octeto conformado por estudiantes del conservatorio Amadeo Roldán, en el que participaban como líderes Gonzalo Rubalcaba, que a tono con sus 17 años de esos días todos llamábamos Gonzalito; y Oriente López, figuras que a pesar de su juventud estuvieron a la altura de los consagrados instrumentistas que desfilaron en lo que se recoge como el primer Jazz Plaza, aunque a decir verdad no recuerdo que el evento inicial se nombrase así.
Hace poco, un investigador foráneo de visita en Cuba me preguntaba acerca del porqué, en mi opinión, los actuales músicos cubanos que de conjunto más habían penetrado el mercado internacional eran los jazzistas, ejemplificado con el prestigio de nuestros compatriotas en países como España y Estados Unidos o en certámenes como el Grammy y otros de corte competitivo.
En el puñado de razones a las que eché mano para responder la interrogante, una de las que más argumenté fue justo lo que ha significado el Jazz Plaza para el desarrollo del género entre nosotros, en particular durante el decenio de los 80, momento en que el festival vivió una impronta particular, dada la intervención en él tanto de instrumentistas profesionales como de numerosos estudiantes de las escuelas de música, atmósfera que entrados los 90 cambió de tónica y que afortunadamente de un tiempo a acá se ha recuperado en las ediciones del concurso Jo-Jazz.
Es lamentable que mayoritariamente el sentido de la memoria haya brillado por su ausencia en el Jazz Plaza, por lo que apenas existen muestras de lo sucedido en la vida del evento. Así, no se han grabado para la posteridad intervenciones que, de seguro, pueden catalogarse como instantes cumbre del acontecer musical en Cuba en los últimos 30 años. Quienes en el pasado fueron asiduos asistentes al festival, estoy convencido de que estarán de acuerdo conmigo en lo antes afirmado.
Por mencionar uno que otro ejemplo, están las memorables actuaciones a inicios de los 80 del grupo villaclareño Raíces Nuevas, banda encabezada por Pucho López y de la que en el presente casi nadie se acuerda al no existir registro sonoro alguno de aquel repertorio de jazz fussion y blues, que hicieron de la agrupación una de las más impactantes entre las que desfilaron por Calzada y 8.
Otro tanto cabría expresar del notable cuarteto camagüeyano Fervet Opus, dirigido por el pianista Gabriel Hernández e integrado además por el saxofonista Alfred Thompson, Pedro Moisés Porro a la batería y el bajista Mauricio Rodríguez. Tampoco nada ha quedado de las extraordinarias sesiones de improvisación a cargo del guitarrista Joaquín Besada, entre los más impresionantes ejecutantes del instrumento de las seis cuerdas que hemos tenido en el área de la guitarra eléctrica y de quien no he vuelto a tener noticias.
En este minuto, cuando no estoy seguro de si iré o no a la actual emisión del Jazz Plaza, por un instante me remonto tiempo atrás y me veo en el patio de Calzada y 8, rodeado de amigos y colegas como Humberto Manduley, Carlitos Lugo, Leyma Hidalgo, el investigador Leonardo Acosta, los fotógrafos Elio Ojeda y Gonzalo Vidal, el periodista José Dos Santos o el guitarrista Manuel Trujillo, y me doy cuenta de que los de entonces ya no somos los mismos.